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Los seres humanos somos criaturas de hábito. Dios nos hizo así; es parte de la maravilla de nuestro diseño. Piénsalo, ¿cuántas decisiones tomas cada día? Haces la mayoría de ellas sin darte cuenta. Desde la manera en que atas los cordones de tu zapatos hasta la ruta que tomas al trabajo, los hábitos ayudan a que tu cerebro descanse y se ocupe de las cosas más importantes. Si tuviéramos que tomar cada decisión de manera consciente, nuestro cerebro quedaría frito en muy poco tiempo.

Desarrollar buenos hábitos nos puede ayudar a cumplir con efectividad nuestra misión aquí en la tierra. A cultivar el jardín de este mundo con sabiduría y excelencia. En su libro, Caminar en sintonía con el Espíritu, J. I. Packer nos muestra cómo los hábitos son muy importantes en nuestra santificación:

“La formación del hábito es la manera habitual de dirigirnos en la santidad. […] Los hábitos son importantísimos en la vida santa, particularmente los prescritos en la Biblia que nos resulten difíciles e incluso dolorosos de formar” (p. 159).

Aunque nos encantaría que Dios nos transformara a la imagen de Jesucristo en un chasquido, su obra en nosotros no funciona así. El Espíritu nos cambia gradualmente a través de disciplinas ordinarias en las que debemos perseverar continuamente. Una de esas disciplinas ordinarias es la lectura.

Packer continúa:

“Los hábitos santos, aunque creados […] con disciplina propia y esfuerzo, no son productos naturales. La disciplina y el esfuerzo deben recibir la bendición del Espíritu Santo, o no conseguirán nada. […] La santidad por medio de la formación de hábitos no es una autosantificación gracias al esfuerzo propio, sino una cuestión de comprender el método del Espíritu y mantenerse en sintonía con Él” (p. 160).

Los cambios de hábitos del cristiano fluyen de un deseo por agradar al Señor sobre todas las cosas.

¿Cuál es la diferencia entre un no creyente que intenta cambiar sus hábitos y el que busca hacer lo mismo por el Espíritu? Los esfuerzos humanos nunca pueden cambiar el corazón, es decir, nuestros afectos. Aunque por fuera los hábitos luzcan iguales, solo el corazón del creyente estará adorando al Dios verdadero. Los cambios de hábitos del cristiano fluyen de un deseo por agradar al Señor sobre todas las cosas (1 Co. 10:31).

¿Cómo funcionan los hábitos?

En El poder de los hábitos, Charles Duhigg explica que un hábito consiste, en esencia, de tres partes: señal, rutina, y recompensa.

La señal es aquello que te impulsa automáticamente a realizar cierta actividad. Por ejemplo, una notificación en el móvil. La rutina es aquello que haces sin pensar como respuesta a la señal. En nuestro ejemplo sería revisar tu red social favorita. Finalmente, la recompensa es el beneficio que resulta de hacer la rutina: un “me gusta” o alguna novedad en Internet. Esta recompensa refuerza el hábito y así el ciclo vuelve a empezar.

Quizá te parezca extraño analizar tu comportamiento de esta manera, pero si lo pensamos nos daremos cuenta de que mucha de nuestra falta de disciplina es resultado de malos hábitos que se han formado sin que nos demos cuenta: estamos aburridos (señal), abrimos Facebook y empezamos a deslizar hacia abajo (rutina), nos encontramos con un montón de entretenimiento absurdo que nos satisface temporalmente (recompensa).

Antes de darnos cuenta, pasaron dos horas y no hemos cumplido con nuestras responsabilidades del día.

¿Cómo cultivamos buenos hábitos?

Conocer el “bucle” de los hábitos, la secuencia mental en que los practicamos, nos permite ser más conscientes de por qué hacemos las cosas que hacemos cada día. Existen muchas maneras de usar el bucle para crear buenos y romper malos hábitos. Te recomiendo leer El poder de los hábitos de Duhigg y Atomic Habits de James Clear si quieres aprender más sobre el tema.

Dios nos ha regalado un nuevo día con nuevas oportunidades para usar nuestro tiempo y energía de la mejor manera.

La manera más obvia de arrancar los malos hábitos es deshacernos de las señales que nos arrastran hacia rutinas destructivas: desactivar notificaciones o eliminar aplicaciones, por ejemplo. Pero en su libro, Duhigg nos enseña que hay una manera más eficiente de evitar los malos hábitos y cultivar los buenos: mantener la señal y la recompensa, cambiando la rutina.

Por ejemplo, digamos que quieres desarrollar el hábito de la lectura. En preparación a esto descargas una aplicación de lectura (como Kindle) y la pones en el lugar que solías tener Facebook o Instagram. Puedes poner las aplicaciones de redes sociales en un lugar escondido de tu teléfono o, mejor aún, eliminarlas. Ahora puedes cambiar la rutina: estamos aburridos (señal), abrimos Kindle y empezamos a leer (rutina), descubrimos nuevo conocimiento edificante para aplicar a nuestra vida y crecer (recompensa).

Otra manera de cultivar buenos hábitos es identificar un hábito que ya tienes y “apilar” el nuevo hábito encima. Por ejemplo, todos los días nos despertamos. Prueba poner un libro junto a tu reloj/alarma y, en cuanto despiertes, tómalo y lee unas cuantas páginas. O tal vez cada noche te lavas los dientes y vas a la cama a la misma hora. Añade (o “apila”) unas cuantas hojas de lectura antes de apagar la luz y dormirte.

Finalmente, está lo que me gusta llamar el “hábito mediocre”. Cuando queremos empezar a cultivar una buena práctica, como leer o hacer ejercicio, solemos soñar con alcanzar las estrellas: “¡Voy a leer 50 libros este año!”, o “¡Iré al gimnasio dos horas al día, cinco días a la semana!”. No hace falta decir que después de un par de semanas la emoción se evapora y seguimos haciendo las mismas cosas que siempre hemos hecho: ver Netflix en vez de leer, y comer chatarra en lugar de ejercitarnos. Pero la constancia le gana a los deseos de grandeza. Es mejor hacer poco durante mucho tiempo que hacer mucho solo una vez. Así que cómprate un calendario de pared y marca con una X cada vez que cumplas con un hábito mediocre de lectura. Y me refiero a algo realmente mediocre: leer una página o leer durante cinco minutos. Verás que con el tiempo leerás mucho más de lo que has leído hasta hoy.

Sacúdete el polvo y sigue adelante

Los cristianos podemos disciplinarnos con gozo y sin afán porque sabemos que Cristo ya vivió perfectamente en nuestro lugar.

Con los hábitos, la clave está en la repetición. De nada nos sirve lamentarnos por lo poco diligentes que hemos sido hasta hoy. Dios nos ha regalado un nuevo día, con nuevas oportunidades para usar nuestro tiempo y energía de la mejor manera, para su gloria y para el bien de los demás.

Leer es una manera asombrosa de crecer en nuestro entendimiento de Dios, el mundo en que vivimos, y la gente que nos rodea. No se trata de leer más libros que el vecino. No se trata de cultivar hábitos espirituales por orgullo o por miedo a “fallarle a Dios”. Los cristianos podemos disciplinarnos con gozo y sin afán porque sabemos que Cristo ya vivió perfectamente en nuestro lugar. El Espíritu Santo nos motiva y fortalece para avanzar hacia la meta con los ojos puestos en Jesús, un paso (y un hábito) a la vez.


Imagen: Unsplash.
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