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Si tuvieses a Jesús físicamente frente a ti, cara a cara, y le preguntaras de qué se trata toda la Biblia, Él te diría: “Ya estás viendo la respuesta”.

La Biblia es como una película en DVD versión extendida, dividida en dos discos (Antiguo y Nuevo Testamento), que juntos cuentan la misma historia, tienen el mismo director, el mismo equipo de producción, y el mismo protagonista.

Si tuvieses a Jesús físicamente frente a ti, cara a cara, y le preguntaras de qué se trata toda la Biblia, Él te diría: “Ya estás viendo la respuesta”.

Jesús habló de esto a dos de sus discípulos luego de resucitar, en el camino a Emaús:

“Entonces Jesús les dijo: ‘Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en Su gloria?’. Comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras” (Lc. 24:25-27).

Y también habló de esto cuando dijo: “Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de mí!” (Jn. 5:39).

Los apóstoles también llegaron a entender esta verdad. Por ejemplo, Pablo escribió que “las Sagradas Escrituras [hablando en particular del Antiguo Testamento]… pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:15). Y Pedro enseñó que en la muerte y resurrección de Cristo, “Dios ha cumplido así lo que anunció de antemano por boca de todos los profetas: que su Cristo debía padecer” (Hch. 3:17, énfasis añadido).

La historia de la Biblia gira, entonces, en torno a su protagonista y centro: un hombre de Palestina, en el primer siglo, que era más que un simple hombre o maestro judío. Él era el Verbo encarnado, quien vino a vivir, morir, y resucitar por nosotros (Jn. 1:14; 1 Co. 15:1-3).

Cuando entendemos esto, nuestra forma de acercarnos a la Palabra cambia para siempre. Aquí hay tan solo tres formas en que lo hace:

1. El protagonismo de Cristo nos guarda de una lectura moralista.

Es fácil leer Biblia como una serie de ejemplos a seguir. Vemos la historia de David versus Goliat, por ejemplo, y se nos hace sencillo entenderla solo como una ilustración de cómo debemos confiar en Dios para destruir a nuestros gigantes. A muchos de nosotros nos enseñaron a leer la Biblia así cuando éramos niños.

Al mismo tiempo, también es fácil leerla solo como una larga lista de mandamientos para obedecer. Cosas como “no robes”, “ora mucho”, “sigue a Jesús”, “ve a la iglesia”.

¿Qué hay de malo con leer la Biblia de esas maneras moralistas? ¡Muchísimo!

Para empezar, la Palabra enseña que ninguno de nosotros tiene en sí mismo el poder para obedecer a Dios como Él nos llama a hacerlo, desde lo profundo del corazón (Ro. 8:7-8). También nos dice que somos merecedores de condenación por nuestro pecado (Ro. 3:23). Además, aunque muchos hombres de la Biblia son ejemplares, ninguno de ellos es perfecto excepto Jesús.

Cuando entendemos que Jesús es el protagonista de la Biblia, dejamos de verla simplemente como una colección de historias y lecciones morales.

Necesitamos a alguien que haga más que solo darnos un buen ejemplo, incluso un ejemplo perfecto, y decirnos que necesitamos ser muy obedientes, y darnos una lista de tarea de cosas que agradan a Dios. Necesitamos a alguien que pueda verdaderamente reconciliarnos con Dios, viviendo perfectamente por nosotros y satisfaciendo las demandas de su justicia, y transformar los motivos del corazón para que podamos obedecer a Dios con honestidad (cp. Ro. 8:1-4). Esa Persona es Jesucristo, nuestro Salvador.

Cuando entendemos que Él es el protagonista de la Biblia, dejamos de verla simplemente como una colección de historias y lecciones morales, llena de demandas y ejemplos. En cambio, empezamos a verla primeramente como la historia unificada redentora que realmente es, en donde Dios revela su amor transformador que nos conduce a una obediencia genuina (1 Jn. 4:19; Jn. 14:15). Somos llamados a vivir en obediencia al Señor, pero solo el evangelio nos consuela cuando hemos pecado y al mismo tiempo nos anima verdaderamente, impactando nuestro interior, a obedecer a Dios mejor que cualquier ejemplo o mero mandamiento.

2. El protagonismo de Cristo nos conduce a entender la Biblia.

Hay películas que solo entiendes de verdad cuando llegas al final de ellas, en donde la gran revelación de la conclusión arroja luz sobre lo que ha ocurrido antes. Entonces, cuando miras la película de nuevo conociendo el final, no puedes verla como la viste por primera vez. Ahora comprendes la historia, y disfrutas de una nueva manera las pistas en ella que conducen hacia el desenlace porque ahora sabes cómo encajan todas esas piezas en el relato.

Lo mismo ocurre con la Biblia cuando sabemos que Cristo es el protagonista: Hay cosas de la Biblia (especialmente en el Antiguo Testamento) que no entenderemos sin conocer bien el Nuevo Testamento y cómo Cristo se revela como el centro de la Palabra.

Esto a veces es muy evidente, como cuando en el Nuevo Testamento se cita al Antiguo. Por ejemplo, puedes considerar la forma en que Pedro cita el salmo 16 en Hechos 2, o cómo Jesús mientras habla a Nicodemo trae a su conversación Números 21, o cómo Hebreos habla de que en Cristo se cumple la ley ceremonial del Antiguo Testamento. Difícilmente entenderíamos el salmo 16, la historia narrada en Números 21, y el propósito de la ley ceremonial del Antiguo Testamento si no sabemos que Cristo el protagonista de la Biblia.

Pero incluso los pasajes y las historias que no están citadas explícitamente en el Nuevo Testamento no pueden ser entendidas en realidad si no sabemos que la Biblia se trata de Cristo. Por ejemplo, en Génesis 38, encontramos un relato sobre Judá (uno de los hijos de Jacob) y una mujer llamada Tamar, en un paréntesis del relato de José en Egipto, que no tiene ningún sentido en la Biblia al menos que recordemos que Cristo es descendiente de Judá.[1]

Jesús abrió las Escrituras a sus discípulos en el camino a Emaús cuando les hizo ver que todo apunta a Él (Lc. 24:32). Cuando sabemos que la Biblia gira entorno a Jesús, entonces empezamos a entender cómo sus partes encajan en el rompecabezas de la historia redentora.

3. El protagonismo de Cristo nos impulsa a profundizar en toda la Biblia.

Como toda la Biblia apunta a la obra y majestad de Cristo, lo que no conduce a vivir en obediencia gozosa a Él, es evidente que tal protagonismo de Jesús debe movernos a buscar conocer más la Escritura y no solo algunas partes de ella.

Así como no apreciaremos bien una película si la vemos a partir de la mitad, o un libro si leemos solo las últimas páginas, tampoco podemos entender la Biblia si solo leemos el Nuevo Testamento o los pasajes que desde el comienzo se nos hacen más sencillos de entender.

Por ejemplo, si no leemos el libro de Daniel, no sabremos a qué se refería Jesús cuando decía que Él es el Hijo del Hombre; y si no leemos el pacto de Dios con David en 2 Samuel, no entenderemos qué significa que Jesús sea el hijo de David.

El protagonismo de Cristo nos anima a alentarnos unos a otros en la iglesia a tener y enseñar una visión más amplia de toda la Palabra de Dios

Si toda la Escritura nos apunta a Cristo, necesitamos leer el Antiguo Testamento. Nuestra dieta espiritual alimenticia no debe ignorar el 70% de la comida que Dios nos da en su Palabra. La doctrina de los apóstoles también incluía la enseñanza del Antiguo Testamento (a la luz de Cristo) porque ellos predicaban a partir de esas Escrituras.

El protagonismo de Cristo nos anima a alentarnos unos a otros en la iglesia a tener y enseñar una visión más amplia de toda la Palabra de Dios, porque así conoceremos más y mejor a nuestro Salvador. La Biblia es más rica de lo que creemos. Así como el corazón de los discípulos ardía en Lucas 24 cuando Jesús les abrió las Escrituras (Lc. 24:32), nuestros corazones arderán de asombro y gozo cuando veamos a Cristo en toda la Biblia.

Siendo honesto, todo esto puede ser difícil a veces. Es más fácil ver a Cristo en algunos libros (como Juan) que en otros (como Zacarías). Vamos a tener que leer muchas veces toda la Palabra de Dios, y esto requerirá que nos humillemos ante Él y que rechacemos nuestros prejuicios sobre algunas partes de la Palabra. Pero Cristo es digno de todo esto y más.

Lo más importante en esta tarea que tenemos por delante, es que poseemos la Biblia en nuestros propios idiomas, al Espíritu Santo que la inspiró (morando en nuestros corazones para guiarnos), y la compañía de nuestros hermanos en la fe. No tenemos excusas para no buscar profundizar en la Biblia. El que no escatimó a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ayudará a leer mejor toda su Palabra? (Ro. 8:32).

Cuando busquemos entender toda la Biblia con Cristo como protagonista, podremos sumergirnos mejor en el océano de una mayor comprensión de Él que redunde en mayor fruto en nosotros, en vez de solo mojarnos los pies a la orilla.


[1] Agradezco al pastor Sugel Michelén por esta observación en una enseñanza que él dio sobre teología bíblica.


Imagen: Lightstock.
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