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¿Por qué soy así? ¿Por qué reacciono de esta manera? ¿Por qué no puedo cambiar? Esas son algunas de las preguntas que me hacía constantemente al meditar en mi caminar cristiano.

Ver nuestra vida como una lista de cosas que puedo y no puedo hacer afecta nuestra percepción sobre nuestras circunstancias. Nos esforzamos por dejar de hacer las cosas “mal vistas” e intentamos hacer todo lo que nos identificaría como “una buena persona” o “un buen cristiano”. Me llevó un tiempo entender que la obediencia no se trataba de solo hacer o no hacer, sino de examinar las motivaciones de mi corazón.

El libro Dioses que fallan de Timothy Keller me ayudó a cambiar esa perspectiva. Me ayudó a identificar mis ídolos. Y por ídolos no me refiero a esas estatuas en los templos budistas o a las imágenes gigantes colgadas en las iglesias; me refiero a esos altares puestos en nuestros corazones por causa de nuestro pecado. Los ídolos son todo aquello que le quita el primer lugar a Dios en nuestro corazón y en nuestra vida, son aquello que nos esclaviza y nos lleva a alejarnos más y más de nuestro Padre.

Identificar nuestros ídolos suele ser difícil porque pensamos que “no son cosas malas”, pero la realidad es que, cuanto mejores son, más probable es que esperemos que puedan suplir nuestras necesidades y anhelos más profundos. Anhelos que solo Dios puede satisfacer.

Estas son algunas de las cosas que aprendí leyendo este libro.

1. Dios es todo lo que siempre hemos querido.

Siempre hay cosas en las que invertimos para obtener alegría, plenitud, y paz que solo Dios nos puede dar. Hasta que lo único que tengamos sea Jesús, no nos daremos cuenta de que Él es lo único que necesitamos. Dios, en su gracia, muchas veces nos permite ver esto al quitarnos o restringirnos aquellas cosas en las que buscamos satisfacción. Pensamos que Él nos está matando cuando en realidad nos está salvando.

“Hemos de encontrar la manera de evitar que se nos aferren con demasiada fuerza, de esclavizarnos a ellas. Nunca lo haremos mientras pronunciemos palabras abstractas sobre lo grande que es Dios. Hemos de saber y estar seguros de que Dios nos ama, nos valora tanto y se complace hasta tal punto en nosotros que podemos descansar en Él” (p. 41).

2. El romance no es todo lo que necesito.

“Sabemos que una cosa buena se ha convertido en un dios falso cuando las exigencias que le impone superan las fronteras de lo correcto” (p. 46).

¡Con cuánta facilidad convertimos el amor romántico en un dios falso! La cultura nos empuja a colocar en la pareja toda nuestra esperanza y felicidad. Somos como Jacob, quien nunca disfrutó el amor de su padre, perdió el amor de su madre, e ignoró por completo el cuidado y el amor de parte de Dios. Él contempló a una hermosa mujer y probablemente pensó: “Si la tuviera, por fin algo saldría bien en mi vida”. Todas sus esperanzas estaban puestas en una mujer falible e imperfecta. Ella se volvió un ídolo en su vida.

¿Qué anhelamos cuando elevamos a nuestra pareja a la posición de Dios? Buscamos la redención. Nadie —ni siquiera la “mejor” persona— puede darle a nuestra alma lo que verdaderamente necesita. Necesitamos a un salvador, a Jesucristo.

3. Mi amor por el dinero es amor por este mundo.

“El modus operandi del dios del dinero incluye la ceguera del corazón” (p. 70).

Preferimos amar y atesorar aquello que en el presente nos ofrece el sentimiento de poder, estabilidad, y seguridad. La codicia no es solo el amor al dinero, sino la preocupación excesiva por él. Si nuestra vida consiste en lo que poseemos o consumimos, quiere decir que estas cosas nos definen y forman nuestra identidad (Lucas 16:13-15).

Cuando queremos tener mucho dinero para controlar las cosas de este mundo, quiere decir que buscamos la seguridad en esta vida y no tenemos la vista en la eternidad junto a Cristo Jesús.

Vemos la historia de Zaqueo, que era materialmente rico pero estaba en bancarrota espiritual. Jesús derramó sobre él gratuitamente riquezas espirituales, y la gracia de Dios transformó su actitud. Los frutos de ese entendimiento genuino de salvación se vieron reflejados en sus prácticas: el dinero ya no controlaba su vida.

4. El éxito jamás podrá salvarme.

“Nadie puede controlar al Dios verdadero, porque nadie puede ganar, merecer o conseguir su bendición y su salvación” (p. 100).

Uno de los precursores del ídolo del éxito es el miedo. Miedo a ser nadie, a fallar, a ser rechazado, a no encajar. Cuando un proyecto nos sale bien, estamos en la cima de una montaña rusa, pero eventualmente ese momento de emoción y bienestar se va. Queremos regresar y permanecer constantemente ahí arriba, pero este mundo caído lo hace imposible. La falsa sensación de seguridad es el resultado de endiosar a nuestros éxitos y esperar que nos mantengan a salvo de los problemas de esta vida.

En la Biblia vemos a Naamán (2 R. 5), una persona competente que en medio de todo su éxito seguía sintiéndose vacío. Esta historia nos demuestra que ni la persona más exitosa de este mundo tiene la más mínima idea de cómo buscar a Dios.

Naamán deseaba ser sanado y tenía una idea muy particular de cómo debía ser sanado. Él buscaba a un dios dócil, pero el Dios de la Biblia no está domesticado. Buscaba a un dios que pudiera estar en deuda con el hombre, pero se encontró con un Dios de gracia ante el cual todos estamos endeudados.

5. Los ídolos pueden tener incontables formas.

“Toda ‘esperanza’ cultural dominante que no sea el propio Dios es un dios falso. Por lo tanto, los ídolos no sólo adoptan una forma individual; también pueden ser colectivos y sistémicos” (p. 139).

Podemos crear un ídolo de la precisión doctrinal, el éxito en el ministerio, la cantidad de discípulos, y de la rectitud moral. Esto conduce a la arrogancia y al actuar como fariseos, oprimiendo a todos aquellos que no “son como nosotros”. Un buen ejemplo de esto es Jonás. ¿Por qué huyó? Porque anhelaba el éxito en su ministerio más de lo que quería obedecer a Dios. Jonás era moralmente arrogante y se sentía superior a los ninivitas.

En conclusión, Tim Keller nos muestra diferentes formas de identificar a los ídolos de nuestro corazón y los patrones que seguimos para proteger nuestro pecado, y cómo luchar contra ellos. Podemos conocer el amor de Dios intelectualmente, pero si no lo atesoramos y meditamos en Él constantemente, nuestros corazones no estarán siendo renovados para que Cristo sea nuestra única prioridad. Que las disciplinas espirituales y nuestra iglesia local sean herramientas para crecer en santidad y botar todos esos ídolos que nos alejan de ser como Cristo. ¡El evangelio nos ha hecho libres para poder hacerlo!

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