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Nota del editor: 

Este breve artículo forma parte de una serie semanal sobre eventos y personas relevantes en la historia de la Iglesia universal antes, durante, y después de la Reforma protestante. Para conocer más sobre la historia de la Iglesia desde tus redes sociales, puedes seguir los perfiles de Credo en Twitter e Instagram.

En 1579, un hombre llamado Valignano llega a Macao, un puerto de intercambio portugués en la costa de China. Se dice que, mirando a tierra firme, el aspirante a misionero clamó: “Roca, roca, oh ¿cuándo te abrirás, oh roca?”. Los sacerdotes misioneros en Macao le dijeron que no fuera iluso: la conversión de China, según ellos, era completamente imposible.[1]

Un joven italiano llegaría unos años después al mismo puerto, y pronto se convertiría en el primer europeo en entrar a la Ciudad Prohibida de Beijing.

Matteo Ricci (1552-1610) nació en Macerata, Estados Pontificios (Italia), a una familia aristócrata. Estudió derecho en Roma, y en 1572 se hizo parte de la Compañía de Jesús, donde estudió astronomía y matemáticas. Luego continuó sus estudios en la Universidad de Coimbra. Para su primera misión Ricci fue enviado a Goa, India, pero después de un tiempo pidió ser transferido.

Ricci llegó a Macao en 1582, y ahí comenzó ávidamente el estudio del lenguaje y la cultura china. El año siguiente fue aceptado para entrar a China, en gran parte, por haber asimilado efectivamente la vestimenta, la cultura, y el lenguaje oriental; el otro aspecto de su aceptación fue que Ricci tenía posesión de mapas, libros, e instrumentos mecánicos que eran de interés para la China educada.

“Cuando los oficiales chinos escucharon que el italiano tenía experiencia en las matemáticas, astronomía, y geografía, le invitaron a establecerse en la capital provincial de Chaoch’ing en 1583. Poco a poco, Ricci se acercaba a la capital imperial de Pekín”.[2] En el año 1600, recibió una invitación a restablecerse en la capital. La invitación venía del emperador mismo.

El siguiente año lo nombraron asesor a la corte imperial como reconocimiento a sus habilidades científicas, habiendo predicho un eclipse solar. Ya en Beijing, estableció la primera catedral cristiana en China con el patronato del emperador. Durante su tiempo allí pudo conocer y convertir al cristianismo a un vasto número de importantes oficiales chinos.

La profesión y la preparación académica de Ricci fueron instrumentales en el plan de Dios para China. Ricci venía a evangelizar, primordialmente, pero no exclusivamente. Introduciría el cristianismo mientras aportaba a la sociedad china sus conocimientos científicos. Su profesión no era una fachada, era legítima y valiosa para el imperio. Su profesión soportaba su ministerio y su testimonio como persona.

Matteo Ricci dijo: “Aquellos que adoran al Cielo en vez de al Señor de los Cielos son como un hombre que deseando dar tributo al emperador, se postra ante el palacio imperial de Pekín y venera su belleza”.[3]

Durante su tiempo en China, Ricci se opuso radicalmente al budismo y taoísmo; pero al mismo tiempo, en un esfuerzo por contextualizar su misión, lamentablemente abrazó la filosofía del confucianismo clásico, el cual contiene prácticas y creencias como el culto a los antepasados, la armonía con el cosmos, y los ritos funerarios. Fundamental a su enseñanza era la convicción de que la suprema deidad del confucianismo era personal y podía ser asimilada en el cristianismo. La crítica al método misionero de Ricci provocó el conflicto que se convertiría en la Controversia de los Ritos del siglo XVII.[4]

Ricci nunca salió de Pekín hasta su muerte en 1610. Por código imperial, los extranjeros que morían en China debían ser sepultados en Macao. Por agradecimiento y respeto a Ricci, el emperador permitió que fuese sepultado en Beijing.

La misión de Ricci fue controversial en más de un aspecto. Aunque el número de convertidos en su ministerio fue pequeño, fue muy significativo. Los influyentes eruditos chinos y sus familias fueron claves en el futuro del cristianismo chino. Esta sería la semilla cristiana que serviría como fundamento para la llegada del cristianismo protestante dos siglos más tarde.

Historias como las de Ricci nos recuerdan que ningún siervo ha sido perfecto, sino el Siervo sufriente (Is. 53). Estas historias encuentran su valor al recordarnos la fidelidad del Dios que misteriosa y soberanamente envía a sus obreros, perdona a sus deudores, y redime a sus escogidos.

Cuatrocientos años más tarde, podemos ver la soberanía y la fidelidad del Señor para sus elegidos en China, puesto que a principios del siglo XVII Él utilizó a un astrólogo italiano para introducir a Cristo y al Dios de la Biblia —de manera imperfecta, y con serias deficiencias teológicas— a una nación que cuatrocientos años más tarde ya tiene más de 40 millones de cristianos protestantes.[5]


[1] Mark Galli, Ted Olsen & JI Packer, 131 Christians Everyone Should Know, 239 (traducido por el autor).

[2] Ibid.

[3] Matteo Ricci, The True Meaning of the Lord of Heaven (1595) (traducido por el autor).

[4] The Oxford Dictionary of the Christian Church (traducido por el autor).

[5] Religions & Christianity in Today’s China, Vol. II, 2012, No. 3, pp. 29-54.


Imagen: Lightstock.
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