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En un artículo anterior hice un breve análisis de lo que la Biblia dice sobre los deportes. En este artículo me gustaría continuar la discusión abordando la maldad en los deportes y cómo los cristianos debemos evitar participar de manera incorrecta en cualquier disciplina deportiva.

A través de los años se han observado algunas formas muy extrañas de pecados flagrantes para ganar una competición deportiva. Recuerdo claramente cuando en un combate de boxeo, Mike Tyson mordió dos veces la oreja de Evander Holyfield. La patinadora artística Tonya Harding contrató a personas para herir a su rival, Nancy Kerrigan, quienes la golpearon en la pierna. Un ejemplo más reciente sucedió el 14 de mayo de 2015, cuando los hinchas de Boca Juniors les rociaron gas pimienta a los jugadores de River Plate. Querían darle ventaja a su club pero, al final, provocaron la descalificación de su equipo. La lista de historias relacionadas con el deporte y el pecado podría continuar.

Lo que acabo de señalar no desdice que los deportes también pueden tener un impacto positivo. Pueden proporcionar salud física y ayudar a desarrollar rasgos del carácter positivos, entre otras cosas. Por desgracia, los deportes a menudo no se asocian con aspectos positivos, sino con celos, orgullo, mentiras, trampas, idolatría, violencia e incluso asesinatos.

El problema no es el deporte, sino nosotros. Como seres humanos caídos, con frecuencia usamos las cosas para el mal en lugar de para el bien. Al igual que el deporte, el dinero y el internet son otros dos ejemplos de cómo el ser humano puede hacer cosas horribles con los buenos recursos a su disposición.

Como cristianos, debemos hacer todo lo posible por evitar el orgullo, y esto incluye el orgullo que puede provenir de los deportes

La Biblia afirma lo siguiente: “Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto” (Ro 12:2). Pablo nos pide pensar y actuar de forma totalmente diferente cuando estamos frente a la práctica del pecado que se vive como algo normal en la sociedad.

Deseo reflexionar sobre tres actitudes comunes que el mundo exhibe ante el deporte y que los cristianos debemos evitar porque las considero perjudiciales y no honran a Dios.

1) Evitemos exaltar la creación por encima del Creador

Desde el principio de los tiempos hemos visto que la humanidad a menudo ha intentado adorar a la creación y no a su Creador (Ro 1:22-25). Los israelitas se apresuraron a fundir oro en una imagen y adorar esa imagen en lugar de Dios. Hoy en día, en los deportes, observamos una adoración centrada en el ser humano que se manifiesta en muchos deportistas que son tratados como si fueran dioses. No tengo ningún problema con que reconozcamos el talento y honremos a las personas por su arduo trabajo en el deporte, pero no olvidemos quién nos dio nuestros talentos.

Los deportistas reciben salarios monstruosos y muchas empresas recurren a ellos para promocionar sus productos. Sus nombres y sus rostros están en todos los medios. Esto hace que la sociedad no solo los adore por encima de Dios, sino que también despierta una confusión en torno al valor de la vida humana. Es lamentable que muchos consideren a los deportistas, especialmente a los campeones, como “superiores” a los demás. Pero no debemos perder de vista que son tan humanos y falibles como nosotros. Lo que es más triste aún, ¿cuántos niños y adolescentes sienten que necesitan jugar y sobresalir en los deportes para ganarse la aprobación de otros? Los cristianos debemos tener cuidado de no alabar a los deportistas por encima de Dios y al reconocer sus éxitos deportivos no les demos un valor que los eleve, en su esencia, por encima de cualquier otro ser humano.

2) Evitemos imitar el estándar del mundo: el orgullo

La competencia es básicamente dos contrincantes (individuos o equipos) que luchan juntos por una mutua búsqueda de la excelencia. Sin embargo, como resultado de lo que tratamos en el punto anterior, cuando idolatramos a los deportistas, se presenta el peligro de fomentar o anidar la arrogancia en nuestros corazones. Si definimos “ganar” como ser mejores que los demás, entonces el peligro radica en que dejemos que se avive el orgullo en los corazones, nuestro deseo de ser mejores que otros se manifestará de manera desagradable.

Los actos pecaminosos mencionados al principio de este artículo pueden reducirse a un solo pecado: el orgullo. Como dijo C.S. Lewis: “El orgullo lleva a todos los demás vicios: es el más completo estado de una mente anti-Dios… El orgullo ha sido la principal causa de miseria en toda nación y en toda familia desde el origen del mundo”.[1]

Dios nos ha colocado en un cuerpo para que aprendamos a administrarlo para su gloria y podamos crecer en santidad

Como cristianos, debemos hacer todo lo posible por evitar el orgullo y esto incluye al orgullo que puede provenir de los deportes. Debemos preguntarnos: ¿me siento mejor que los demás cuando gano, al punto de despreciar a los demás? ¿Comprometo mis valores para obtener la victoria? Cuando mi equipo pierde, ¿mis hijos, amigos o mi familia me evitan porque estoy de mal humor? De hecho, muchos niños alientan al equipo de su padre, no porque simpatizan con ese equipo, sino porque saben que si pierde, su padre estará irritable el resto del día.

La última actitud del mundo que debemos evitar en los deportes está relacionada con nuestro rol de mayordomos o administradores de lo que Dios nos ha dado. El apóstol Pablo dice: “Ahora bien, lo que se requiere además de los administradores es que cada uno sea hallado fiel” (1 Co 4:2). Esto nos lleva al punto siguiente.

3) Evitemos ser malos mayordomos del Señor

Dios nos ha dado tiempo, dinero y otros recursos que deben ser usados con sabiduría. Muchos cristianos invierten una gran cantidad de tiempo y dinero en deportes, tal como lo hacen los que no son creyentes. En definitiva, cada persona debe decidir cuánto tiempo y dinero le dedica al deporte. Sin embargo, debemos alarmarnos si manipulamos nuestros horarios hasta el punto de la irresponsabilidad para no perdernos un partido importante o si estamos dispuestos a gastar mucho dinero en camisetas o recuerdos de nuestros equipos o deportistas famosos, pero nos cuesta ahorrar dinero o ser generosos con quienes lo necesitan.

Una de las tragedias que veo en la sociedad actual son hombres y mujeres jóvenes de entre 20 y 30 años que pasan horas y horas en videojuegos y deportes. Muchos malgastan demasiado tiempo en recreación y poco en producción o servicio. Esto les roba oportunidades para compartir con su familia, servir en su iglesia, su comunidad, entablar relaciones con otros o crecer en su fe a través del estudio.

Cuando tenía unos 25 años, correr consumía mi vida. Dejé de correr durante varios meses y pude empezar de nuevo cuando ya no lo consideraba más importante que mi caminar con Dios o servir a los demás. Si estás casado y tienes una familia, el recurso más importante que tienes es tu esposa e hijos. ¿Ellos dirían que pasas demasiado tiempo en el sofá viendo deportes o jugando videojuegos? Si eres soltero, también eres responsable de aprovechar tu tiempo (Ef 5:16).

Puede ser de gran ayuda rodearte de personas que te ayuden a tomar decisiones sobre el uso del tiempo y los recursos que destinas al deporte. Después de todo, Dios nos ha colocado en un cuerpo para que aprendamos a administrarlo para su gloria y podamos crecer en santidad.

En el siguiente artículo, mi intención es llevar esta idea un paso más allá. Pretendo explicar no solo cómo un cristiano debe evitar el pecado en el deporte, sino mostrar cómo podemos usarlo para darle gloria a Dios.


[1] C. S. Lewis, Mero Cristianismo (Nashville: Haper Collins, 2006).
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