En los dos artículos anteriores, analizamos brevemente lo que la Biblia dice sobre los deportes, empezamos hablando del mal que puede surgir de estos y cómo los cristianos podemos evitar pecar mientras participamos de ellos. En este artículo me gustaría responder a la siguiente pregunta: ¿cómo puede un cristiano glorificar a Dios a través del deporte?
Debemos recordar lo que significa darle gloria a Dios. Uno de los salmos comienza de esta manera:
“¡Oh Señor, Señor nuestro,
Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra,
Que has desplegado tu gloria sobre los cielos!” (Salmo 8:1).
Decir que Dios es glorioso significa que es totalmente diferente a cualquier otra cosa. Es categóricamente diferente e infinitamente superior a todo lo que existe. Cuanto más conocemos a Dios, más podemos darle gloria. En este sentido, el deportista cristiano debe ser teológico. Cuanto más comprenda un atleta la grandeza de Dios, es menos probable que juegue buscando su propia gloria.
Además, un cristiano no glorificará a Dios en los deportes si no asume un compromiso profundo de buscar la gloria de Dios. Estoy de acuerdo con David Prince, quien expresa lo siguiente: “Tengo la conciencia tranquila al afirmar que un cristiano puede disfrutar de los deportes para la gloria de Dios, pero también estoy seguro de que eso no puede suceder sin un compromiso intencional de hacerlo”.[1] Esto me lleva a pensar en que, cuando vivía en Babilonia, Daniel mantuvo su fe firme en Dios y evitó aquellas costumbres que le eran pecaminosas. Él se propuso obedecer a Dios bajo cualquier circunstancia.
Decir que ‘Dios es glorioso’ significa que es totalmente diferente de cualquier otra cosa. Cuanto más conocemos a Dios, más podemos darle gloria
Más allá de tomar la decisión y asumir el compromiso de dar gloria a Dios en los deportes, también debemos examinar nuestras propias vidas. En la Biblia observamos que es valioso ponernos a prueba, examinarnos y considerar nuestros caminos, incluyendo nuestro corazón y la forma en que practicamos los deportes (2 Co 13:5; 1 Co 11:28; Sal 119:59).
A lo largo de la historia del cristianismo hemos visto creyentes destacados con distintas reacciones frente a los deportes. Algunos expresaron su aprobación a determinadas prácticas, mientras que otros las consideraron como algo negativo. Como ejemplo, podríamos citar a Tertuliano, quien vivió a finales del siglo II y se opuso a los deportes porque estos se asociaban al culto a los dioses griegos, la violencia y la desnudez. Los puritanos practicaban algunos deportes con ciertas limitaciones, ya que se abstenían de aquellos donde se usaba una pelota porque a menudo llevaban a apuestas y a embriaguez.
Por otro lado, podemos destacar al canadiense James Naismith (1861-1939), quien inventó el baloncesto y también tenía un título en teología de una universidad presbiteriana. En nuestro tiempo tenemos a Frank Reich, quien estudió en el Seminario Teológico Reformado en Charlotte, Carolina del Norte, y se desempeñó como presidente de esta institución teológica. Él también jugó fútbol americano y actualmente es el entrenador principal de los Indianapolis Colts en la NFL.
El asunto aquí es que, a través de los años, han existido grandes cristianos con diferentes puntos de vista sobre los deportes, pero con un hilo en común: su compromiso con el servicio y la gloria a Dios era más profundo que su compromiso con los deportes. Además, ellos son ejemplos de hombres y mujeres que examinaron sus propias vidas, y la situación cultural de su época, para llegar a una conclusión personal equilibrada sobre la práctica del deporte.
Un cristiano no glorificará a Dios en los deportes si no asume un compromiso profundo de hacerlo
Al considerar cómo los deportistas pueden dar gloria a Dios, creo que sería de provecho mencionar una imagen ilustrativa de Martín Lutero. Él explicó que cuando alguien coloca un par de zapatos en una cruz, eso no significa que esos zapatos sean cristianos. De la misma manera, el hecho de que un deportista se tatúe un versículo en el cuerpo o use ropa con inscripciones cristianas no significa que le esté dando gloria a Dios. Con frecuencia escuchamos decir a los deportistas al final de un juego: “Quiero darle toda la gloria a Dios”, pero luego su actitud demuestra otra cosa porque continúan hablando en demasía de sí mismos y de sus logros.
Me gustaría dar algunas sugerencias específicas que pueden ayudarte a darle gloria a Dios a través del deporte. Estas sugerencias están diseñadas en forma de preguntas que puedes hacerte a ti mismo: ¿Reconoces a tus compañeros de equipo y entrenadores como un campo misionero? Si pudiéramos analizar tus pensamientos y tu nivel de energía, ¿diríamos que estás más preocupado por ser un gran deportista o por la salvación de los que te rodean? ¿Oras por tus compañeros de equipo con regularidad?
Te comparto una idea personal. Yo entreno un equipo de fútbol y, cada vez que voy camino a la práctica, pienso en cada miembro del equipo por nombre y oro por ellos. También puedes comenzar un estudio bíblico o invitarlos a tu iglesia. Cuando haya nuevos jugadores en el equipo, puedes organizar una comida para conocerlos mejor.
Como deportista, puedes darle gloria a Dios mostrando una actitud de agradecimiento y gozo. Durante las reuniones de equipo, las prácticas y los partidos, ¿dirían tus compañeros de equipo que siempre estás agradecido y que a través de ti han llegado a conocer el gozo? Los creyentes que practican deportes deben jugar con justicia, someterse voluntariamente a las reglas, entrenar conscientemente, reconocer con honestidad la superioridad del equipo contrario. Es en este contexto que debes considerar lo siguiente: cuando tu equipo pierde, ¿mantienes tu nivel de agradecimiento y gozo?
Si eres un padre con hijos que practican deportes, una forma en que puedes glorificar a Dios es en el discipulado adecuado de tus hijos
Si eres un padre con hijos que practican deportes, una forma en que puedes glorificar a Dios es en el discipulado adecuado de tus hijos. Ellos necesitan saber que su valor e identidad no está en los deportes. Además, es necesario que aprendan que la conducta es mucho más importante que el éxito deportivo. Si tu hijo tuvo un partido excepcional y marcó un gol de victoria, pero durante el juego lo observaste hablando mal del árbitro y del otro equipo, ¿cómo reaccionas? Si elogias a tu hijo por haber hecho un gran partido, pero pasas por alto las formas en que puede mejorar su conducta, entonces no estás pastoreando el corazón de tus hijos de manera correcta.
Espero que estos artículos te hayan ayudado y que, en los días y en las semanas siguientes, puedas pensar seriamente en tu participación en los deportes y en cómo puedes llevar gloria a Dios a través de ellos.
Para terminar, me gustaría citar al pastor y profesor Jeremy Treat: “Cuando miramos a través del lente de las Escrituras, vemos que el deporte es más que un juego, menos que un dios y que, cuando el evangelio lo transforma, podemos recibirlo como un regalo”.[2]