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Nota del editor: 

Este artículo forma parte de una serie semanal para leer durante el Adviento. Es un fragmento adaptado del libro 25 razones por las que nació Jesús (Editorial Autores de Argentina, 2020), por Scott Jackson.

Como esposo y padre, he aprendido algunas cosas sobre el amor. La mayoría de ellas son lecciones que debería haber aprendido antes en la vida, pero a menudo no aprendo lo que debo hasta que me encuentro en una situación en que no tengo otra opción. Sin duda, tengo muchísimo más que aprender. En fin, una de las cosas que he notado es hasta qué punto el amor nos lleva a sacrificar nuestros propios deseos y priorizar las necesidades de los demás.

Si estás casado o tienes hijos, probablemente vengan a tu mente estas situaciones: ocuparse de un enfermo a altas horas de la madrugada, abandonar o cambiar los planes a último momento para suplir una necesidad especial, gastar una gran cantidad de dinero y recursos en cosas que no nos benefician directamente. Todo esto no debería tomarnos por sorpresa, ya que, en el famoso capítulo sobre el amor en 1 Corintios, aprendemos que el amor no es egoísta y siempre busca cuidar de los demás.

Como cristianos, sabemos con la mente que debemos amar a todos, no solo a nuestros familiares y amigos cercanos. En consecuencia, el sacrificio de nuestro tiempo y energía para los demás debe ser una característica evidente en nosotros. Sin embargo, sabemos por experiencia que somos mucho más propensos a hacer grandes sacrificios por los que más amamos. No es mi intención debatir si existen o no diferentes “grados” de amor, pero sí quisiera compartir mi conclusión basada en lo que he observado: cuanto más atesoro a una persona, más probable es que haga actos de amor por ella. En lo personal, no creo que esto necesariamente sea algo malo, sino que solo demuestra que no somos capaces de amar a todos de la misma manera. Nuestro amor tiene un alcance limitado.

Nuestro amor no es perfecto porque nosotros no somos perfectos

Y no solo es limitado en su alcance, sino también en su constancia. Es imposible amar en todo momento, ya que, muchas veces, tomamos decisiones egoístas que no son las mejores para los demás. Si no estás de acuerdo, prueba este experimento: escoge solo una persona en el mundo y asume el compromiso de amarla de manera perfecta. Ya sea tu amigo, tu vecino, tu cónyuge, tu hijo o uno de tus padres. Tarde o temprano, verás que tu amor no es perfecto y es falible. Nuestro amor no es perfecto porque nosotros no somos perfectos.

Sin embargo, el amor de Dios sí es perfecto. No tiene principio ni fin. No tiene un alcance limitado, pues puede llegar a todas las personas, a todos los seres y a toda Su creación. Es una tragedia cuando una persona cree que Dios no la ama, o que la ama menos que a los demás. Él nos ama y busca con desesperación hacer cosas para nuestro bien.

Recuerda: el amor no es egoísta y siempre trata de proteger a los demás. Dios nos ama sin importar nuestra situación y desea cuidarnos no solo de otras personas y de peligros en el futuro, sino también de nuestra propia maldad. Él ama a todos, y Su amor es tan inigualable que se extiende hacia Sus enemigos. Romanos 5:8 afirma que “Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Él eligió buscar nuestro bien y derribar la brecha que nos separaba, a pesar de que nosotros somos los que fallamos.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

El amor no es algo que Dios hace, sino lo que Él es. Dios es amor. No puede no amar, ya que eso sería contrario a Su propia naturaleza

En los salmos, el adjetivo que más se utiliza para describir el amor de Dios es “inagotable”. Observa dos ejemplos:

  • Salmos 13:5: “Pero yo confío en tu amor inagotable; me alegraré porque me has rescatado” (NTV).
  • Salmos 90:14: “Sácianos cada mañana con tu amor inagotable, para que cantemos de alegría hasta el final de nuestra vida” (NTV).

La palabra hebrea que se traduce como “inagotable” a veces aparece como “gran”, “fiel” y “misericordioso”. Nuestro Dios es grande, fiel y misericordioso; por eso, Su amor es perfecto.

Asimismo, el amor de Dios no es inconstante. Desde una perspectiva humana, el amor es como un interruptor que puede apagarse y encenderse. A veces el interruptor del amor está encendido y amamos a los demás con sinceridad, mientras que otras veces el interruptor está apagado y no amamos a otros con sinceridad. Con Dios, esto es diferente; no se trata de algo que se enciende y se apaga. El amor no es algo que Dios hace, sino lo que Él es. Dios es amor. No puede no amar, ya que eso sería contrario a Su propia naturaleza. No puede amar más, ni tampoco menos. De hecho, Su amor es infinito porque Él es infinito.

David y otros autores de los salmos comprendieron la magnificencia del amor de Dios; sin embargo, no pudieron ser testigos del acto de amor más evidente de Dios hacia la humanidad: enviar a Su único Hijo a favor de nosotros. Este acto de amor se explica cuando consideramos que el amor es capaz de hacer lo imposible para cuidar y sustentar a los demás. En otras palabras, aunque no podemos entender la magnitud de ese amor y sacrificio, no debería sorprendernos, porque de eso se trata el amor.

¿Es posible pensar en la Navidad sin pensar en el amor de Dios?

Una de las metas más nobles que podemos ponernos en esta vida es intentar comprender la grandeza del amor de Dios. Pablo, en Efesios 3:17-18, escribe: “…También ruego que arraigados y cimentados en amor, ustedes sean capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo…”. Una de las mejores maneras de comenzar esta búsqueda es considerar la vida de Cristo y cómo esta refleja el amor de Dios. ¿Es posible pensar en la Navidad sin pensar en el amor de Dios?

A medida que conocemos a Dios y comprendemos el sacrificio de amor que Él hizo a favor de nosotros, somos llamados a mostrarles a otros quién es Dios por medio de actos de amor. Si no podemos amar a los demás, no podemos ser semejantes a Cristo.

Prácticamente, cada carta escrita en el Nuevo Testamento contiene secciones donde se nos anima a perfeccionar aún más la calidad de amor. Como cristianos, tenemos los siguientes llama­dos: “Sean afectuosos unos con otros con amor fraternal” (Ro 12:10); “Todas sus cosas sean hechas con amor” (1 Co 16:14); “muéstrenles abiertamente ante las iglesias la prueba de su amor” (2 Co 8:24); “sírvanse por amor los unos a los otros” (Gá 5:13); “soportándose unos a otros en amor” (Ef 4:2); “hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor” (Fil 2:2); “Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad” (Col 3:14); “que el Señor dirija sus corazones hacia el amor de Dios” (2 Ts 3:5); “sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza.” (1 Ti 4:12); “sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro” (2 Ti 2:22).

Gracias, Dios, por el gran amor que nos mostraste al tomar medidas extremas para buscar nuestro bien. Viniste a la tierra por amor.

“Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos” (Juan 15:13).

Preguntas para reflexionar

  • ¿De qué manera me relaciono con otras personas? ¿Es mi motivación el amor o existen motivos egoístas detrás de mis acciones?
  • Cuando estoy en una gran reunión de personas que no conozco, ¿trato de identificar y acercarme a un tipo de persona en particular (por su origen étnico, su condición socioeconómica, su edad, etc.)?
  • ¿En qué formas puedo crecer para llegar a comprender más profundamente el amor de Dios?
  • ¿Cómo puedo estar seguro de que Dios me ama?

Lectura para profundizar

1 Corintios 13.


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