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Muchas personas abren la Biblia con miedo, como si fuera un libro de álgebra difícil de entender. Debemos ayudar a las mujeres a superar el miedo a estudiar la Biblia.

Durante muchos años nos hemos acostumbrado a leer libros de estudio de la Biblia que otros han escrito (y no hay nada de malo en leerlos y discutirlos). Sin embargo, el error que hemos cometido es sustituir nuestro propio estudio de la Biblia, en lugar de usar estos libros como un complemento.

Sustituir nuestro estudio personal por el consumo de lo que otros ya han hecho es parecido a comer comida chatarra; es rápida, sabrosa, pero no es nutritiva como la comida hecha en casa, con ingredientes saludables y frescos. Como hay pocas mujeres dentro de la iglesia que han sido entrenadas en seminarios, hay un sentimiento profundo y muchas veces inconsciente de que son incapaces de estudiar la Biblia por sí solas, y por ende tienen miedo de hacerlo.

Cada una de nosotras hemos sido llamadas a estudiar nuestras Biblias y a crecer en esta disciplina. Dios nos ha dado una comunidad de fe junto a la que podemos hacerlo. Quiero compartir contigo mi experiencia, y algunas sugerencias sobre cómo podemos aprender juntas.

Grupos de estudio

Lo primero que debemos tomar en cuenta es que antes de comenzar, durante, y después (en otras palabras, en todo tiempo), la oración es vital en nuestro proceso de estudio de la Biblia (Ef. 6:18).

La única persona que puede hacer la obra de ayudarnos a entender la Palabra es el Espíritu Santo, así que dependemos totalmente de Él.

Él inspiró la Biblia, Él abrió nuestros ojos para que podemos entenderla, y luego Él mismo nos guía para aplicarla a nuestras vidas. Sabemos que es su deseo, y 1 Juan 5:14-15 nos da la confianza que esta es una petición que Él contesta, porque es su voluntad.

La única persona que puede hacer la obra de ayudarnos a entender la Palabra es el Espíritu Santo, así que dependemos totalmente de Él.

La forma en que hicimos esto en nuestra iglesia tuvo varias etapas. Primero comencé con un grupo piloto, y usábamos estudios escritos por otros, como estudios de Preceptos, o de la autora Jen Wilkin, y cada persona en el estudio hacía su tarea antes de llegar. La idea desde el principio fue hacerlas participantes activas, para evitar que ellas solamente asistieran, recibieran, y luego se fueran y todo se quedara así. La intención era derrumbar el temor y despertar su apetito de estudiar la Palabra.

Facilitadoras maduras en la fe

Cuando llegaban al estudio, nos dividíamos en grupos pequeños y cada grupo tenía una facilitadora madura en la fe, que tenía la capacidad de dirigir y contestar las preguntas que surgieran.  

Como los grupos eran pequeños y muchas mujeres habían estado reuniéndose por muchos años, cada una se sentía más cómoda participando. Nunca corregíamos errores como expertas; todas estábamos aprendiendo juntas. Cuando terminábamos, yo hacía un resumen de lo que habíamos estudiado para seguir profundizando.

En los grupos pequeños, las mujeres rotaron por diferentes facilitadoras para que pudieran apreciar diferentes estilos, y para que vieran cómo Dios habla a través de cada una en diferentes formas. Cuando las facilitadoras se sentían cómodas, comenzábamos a rotar para que otras dieran el resumen final y no siempre fuera yo.

A través de este proceso, las líderes estaban creciendo en sus habilidades, y las mujeres en el grupo crecían en el concepto de que esto no era solamente para seminaristas o esposas de pastores, sino para todas. En los estudios pasados siempre comenzábamos con un número de mujeres elevado al principio, y con el tiempo el grupo iba disminuyendo. Ahora, cuando comenzamos a estudiar la Biblia, habían más personas al final que al principio.

Entrenamiento y observación

Otro paso que dimos fue entrenar facilitadoras para los otros grupos. Lo hicimos en varias formas. Por ejemplo, las facilitadoras de mi grupo iban a los otros grupos, o ellas venían a nuestro grupo para observar y aprender.

Al mismo tiempo, le dimos algunas clases a las líderes para que se sintieran cómodas con el nuevo formato, y les dábamos los estudios que habíamos preparado. Luego de que ya había un grupo significativo que estaba estudiando por sí mismo, dimos clases de cómo estudiar la Biblia al resto de la congregación. El último paso que dimos fue comenzar a escribir estudios con un grupo de mujeres maduras, como equipo.

Este proceso duró varios años. Sin embargo, el crecimiento que noté en las mujeres, su deseo de estudiar la Biblia, el conocimiento bíblico adquirido, y el deseo de compartir la Palabra con otras ha traído un gran gozo a nuestros corazones.

Si eres parte de una iglesia y tienes el deseo de estudiar la Biblia junto a otras mujeres, te animo a que con paciencia comiences a hacerlo. Es un gran privilegio poder ayudar a otras a conocer a nuestro Señor Jesucristo, quien se ha revelado a sí mismo en su santa Palabra.

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