Una versión de este artículo fue publicado antes en video como «3 lecciones olvidadas de Calvino para la iglesia hoy».
Con permiso de Martín Lutero, posiblemente no hay nadie más controversial que Juan Calvino en la historia de la iglesia. Hay tantos mitos en torno a su nombre, que para muchos cristianos es difícil pensar objetivamente sobre él.
Pero en este escrito no pretendo entrar en detalles sobre su vida y teología, más bien quiero reflexionar en tres lecciones olvidadas de Calvino —a pesar de sus defectos— que desafiaron mi vida cuando empecé a abrazar la teología reformada.
Los cristianos necesitamos recordar hoy que…
1. La unidad es invaluablemente buena.
La primera lección es que debemos procurar la unidad en la iglesia si hemos de glorificar al Señor.
Para Calvino, la unidad era vital para honrar a Cristo, tal como mucho tiempo atrás el apóstol Pablo lo enseñó: «Compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo, […] luchando unánimes por la fe del evangelio» (Fil 1:27, énfasis añadido). Sin embargo, muchas personas, incluso en iglesias protestantes, creen que los teólogos de la Reforma eran divisivos y sectarios, cuando la realidad no era así.
De hecho, en 1557, Calvino propuso al reformador Felipe Melanchthon (quien fue el sucesor de Lutero como líder de la reforma luterana) la convocatoria a «un concilio libre y universal para poner fin a las divisiones de la cristiandad».1
Aunque esto nunca se concretó, nos habla de cuánto estimaba Calvino la unidad entre los creyentes. Aunque como pastor en sus primeros años a menudo fue terco e impaciente, cuanto más maduraba más aprendía a ser flexible y ecuménico hacia otros protestantes. Él estaba dispuesto a tolerar ciertas diferencias con tal de buscar una mayor unidad en la iglesia.
Un corazón entregado al Señor procura mayor unidad con otros corazones entregados a Él
Calvino decía: «La unidad es invaluablemente buena. [Cuando vemos división] no solo derramamos algunas lágrimas en nuestros ojos, sino todo un río».2 Para él, «la iglesia siempre ha sido y siempre será responsable de algunos defectos que los devotos están obligados a desaprobar, pero que deben ser soportados en lugar de ser causa de feroz contención».3
De hecho, el principal aspecto en el que Calvino procuró unidad dentro del protestantismo fue en relación a la Cena del Señor. Los protestantes estaban divididos en este punto, lo cual continúa hasta el día de hoy. Mientras los seguidores del reformador Zwinglio veían la Cena del Señor como un memorial, los luteranos creían que Jesús estaba físicamente presente en la Cena (a la vez que rechazaban la explicación que Roma daba para esto).
Ante este hecho, Calvino enseñó, basado en la Escritura, que el cuerpo humano de Cristo está presente localmente en el cielo, pero que no tiene que descender para que los creyentes puedan participar realmente de Él, porque el Espíritu Santo efectúa la comunión. Al estar unidos espiritualmente con Cristo, tenemos comunión real con Su presencia física aunque ella se encuentre en el cielo. En la Cena del Señor, por medio del Espíritu, Cristo está verdaderamente presente y el cielo viene a nosotros. Calvino esperaba que ambos bandos abrazaran esta postura. Esto no ocurrió, pero la manera en que abordó este asunto nos muestra cuánto valoraba la unidad de la iglesia.
Estemos de acuerdo o no con Calvino sobre ciertos temas y la forma en que buscó la unidad, lo cierto es que él nos ejemplifica cómo un corazón entregado al Señor procura mayor unidad con otros corazones entregados a Él.
Esta lección es relevante en medio del despertar a la teología reformada que vemos en nuestros países. Sin importar cuánto digamos que vivimos para Dios, si somos divisivos, contenciosos e impacientes con otros hermanos, entonces no estamos viviendo para Él.
Hoy hay personas que son más «calvinistas» que Calvino y generan división incluso entre creyentes genuinos y el pueblo evangélico. Esto hace claro que necesitamos aprender esta verdad.
2. Sin el evangelio, todo es vano.
La segunda lección de Calvino que mencionaré es que los cristianos necesitamos mantener en primer lugar lo que debe estar en primer lugar, que es el evangelio. Debemos procurar la unidad, pero no a expensas de Cristo y Su obra. Los cristianos necesitamos vivir centrados en Él.
Aunque algunas personas piensan que lo más importante para Calvino era su doctrina de la soberanía de Dios en la predestinación y la salvación, lo cierto es que él enseñó demasiado poco sobre esos temas en comparación a otros como el amor de Dios, la oración, seguir a Jesús y, sobre todo, el evangelio y la obra de Cristo como nuestro Mediador.
La vida cristiana se trata de retener la palabra del evangelio. Cristo y el mensaje del evangelio es el sol alrededor del cual debe orbitar nuestra vida
Podemos ver esto de manera especial en una carta que escribió al cardenal Sadoleto, un teólogo católico romano. Calvino se encontraba en Estrasburgo cuando la ciudad de Ginebra le pidió que escribiese una respuesta a un escrito de Sadoleto en el que invitaba a la ciudad a volver a Roma. Así que Calvino respondió señalando que la Reforma era un verdadero regreso a la Palabra de Dios y lo que la iglesia primitiva enseñó, así como la doctrina protestante y bíblica de la justificación por la fe sola en Cristo era innegociable. Él escribió:
Dondequiera que se quite el conocimiento [de la justificación por la fe sola], la gloria de Cristo se extinguirá, la religión será abolida, la iglesia destruida, y la esperanza de salvación completamente derrocada.
En otro lugar, Calvino escribiría:
Sin el evangelio, todo es inútil y vano; sin el evangelio, no somos cristianos; sin el evangelio, todas las riquezas son pobreza, toda sabiduría es locura delante de Dios; la fortaleza es debilidad, y toda la justicia del hombre está bajo la condenación de Dios. Pero por el conocimiento del evangelio somos hechos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, conciudadanos con los santos, ciudadanos del reino de los cielos, herederos de Dios con Jesucristo, por quienes los pobres se hacen ricos, los débiles fuertes, los necios sabios, el pecador justificado, el desolado consolado, el dudoso seguro, y los esclavos liberados. El evangelio es la Palabra de vida y verdad. Es el poder de Dios para la salvación de todos aquellos que creen (p. 67).
Esto no es diferente a lo que ya enseña la Biblia sobre la centralidad del evangelio. Por ejemplo, cuando Pablo resume el evangelio (1 Co 15), es evidente que quiere que sus lectores (que ya habían escuchado este mensaje y lo habían recibido) lo tengan claro y lo retengan (vv. 1-2).
La vida cristiana no se trata solo de empezar bien la carrera de la fe; se trata de perseverar para terminar bien. Se trata de retener la palabra del evangelio. Cristo y el mensaje del evangelio es el sol alrededor del cual debe orbitar nuestra vida.
Lo que más necesitamos los creyentes no es una doctrina más profunda que el evangelio; lo que más necesitamos es retener el evangelio que ya nos fue predicado. Lo que más necesitamos es que este mensaje siga cambiando nuestras vidas y la forma en que vemos todas las demás cosas.
El ejemplo de Calvino y su centralidad en el evangelio nos lleva a preguntarnos: ¿también estamos centrados en el evangelio, o estamos priorizando otras cosas por encima de él?
3. La doctrina debe desbordarse en tu corazón
Por último, la tercera lección es que no basta tener la doctrina correcta en nuestras cabezas; la necesitamos en el corazón. Ser un cristiano no se trata de saber y hablar mucha doctrina bíblica, sino primeramente de vivir según ella.
Calvino escribió:
La verdadera doctrina no es una cuestión de la lengua, sino de vida; tampoco la doctrina cristiana es captada solo por el intelecto y la memoria, como la verdad se capta en otros campos de estudio. Por el contrario, la doctrina se recibe correctamente cuando toma posesión del alma entera y encuentra un lugar de morada y refugio en los afectos más íntimos del corazón.4
No podemos esperar dar fruto para la gloria de Dios si simplemente nos entretenemos con la verdad en vez de atesorarla en lo profundo de nuestro ser.
Calvino sigue diciendo:
Para que la doctrina sea fructífera para nosotros, debe desbordarse en nuestros corazones, difundirse en nuestras rutinas diarias y verdaderamente transformarnos en nuestro interior… El poder del evangelio debe penetrar los afectos más íntimos del corazón, hundirse en el alma e inspirar al hombre cien veces más que las enseñanzas sin vida de los filósofos.5
Dios no quiere solo que tengamos una sana doctrina. Él nos quiere a nosotros
Esta tampoco es una idea original de Calvino. Es una verdad de la Palabra de Dios. Recordemos, por ejemplo, cuando Jesús confrontó a los escribas y fariseos al decirles: «¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías de ustedes cuando dijo: “Este pueblo con los labios me honra, / Pero su corazón está muy lejos de Mí”» (Mt 15:7-8).
Dios no quiere que solo tengamos una sana doctrina. Él nos quiere a nosotros. En última instancia, la vida cristiana genuina consiste en vivir presentando nuestros corazones como ofrenda al Señor, quien nos amó de tal manera que envió a Su Hijo a una cruz para salvarnos (Jn 3:16).
Necesitamos entender esto si hemos de continuar con el legado de la Reforma hoy. Solo así podremos glorificar a Dios. Quiera el Señor que, si algún día la historia del despertar a la sana doctrina en nuestros países se llega a escribir, pueda hallarse que en verdad vivimos para Él.