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¿Por qué el humanismo, con su énfasis en colocar al hombre como centro del universo, no ha dado con la solución a los problemas del corazón humano?

Para responder a esto, y a riesgo de simplificar demasiado, necesitamos ver que hay dos errores básicos que el humanismo comete en sus diversas corrientes.

El primer error es creer que el hombre es altruista y bueno por naturaleza. Más bien, en realidad, tenemos un corazón malo. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). Esto no debe sorprendernos si somos honestos ante la historia de la existencia humana, llena de maldades y horrores.

Luego de eso, el segundo error de los humanistas es no dar crédito a la Palabra de Dios, que es viva y eficaz (He. 4:12). Ella no nos provee solo de un comentario cabal sobre la miserable y depravada condición humana, sino que principalmente nos ofrece la única solución definitiva para la desgracia de nuestra maldad: el evangelio.

Para que podamos amar, necesitamos que Dios transforme nuestros corazones.

Cómo podemos cambiar en verdad

La única manera en el universo en que podemos cambiar en realidad es por medio de aceptar y creer la verdad de Dios y su plan de redención en Jesucristo. Así lo enseña Juan 1:10-13.

“El estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de El, y el mundo no Lo conoció. A lo Suyo vino, y los Suyos no Lo recibieron. Pero a todos los que Lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios”.

Solo así, por la gracia de Dios, podremos ver el mundo y la vida de otra manera, y esto como resultado de haber renacido espiritualmente. El amor a Dios, el mismo que se requiere para amar al prójimo, no es algo que tenemos por naturaleza. El Señor tiene que realizar una obra en nuestro interior para que seamos investidos con tal amor, que es fruto del Espíritu Santo cuando viene a morar en nosotros (Ro. 5.5; Gá. 5.22; Ef. 5.1-2).

Entonces, para que podamos amar, necesitamos que Dios transforme nuestros corazones. Moisés escribió de esto cuando dijo: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Dt. 30:6; ver también Jer. 9.26, Hch. 7:51; Jer. 44:7,9; y Lv. 26.41).

Ni la Ilustración, ni las propuestas políticas, ni las propuestas sociales humanistas han funcionado jamás para cambiar el corazón de los hombres.

Esta promesa fue comprada por Jesús en la cruz para nosotros. Esto es lo que necesita la humanidad para cambiar en lo más profundo. Solo Dios puede transformarnos realmente.

El humanismo no es suficiente

Recibiremos oposición por ser creyentes. Aun así, no dejemos la verdad de Dios para abrazar ideas opuestas a nuestra fe, o tratar de reconciliar lo que dice la Biblia con ellas. En el fondo, las propuestas humanistas son irreconciliables con la verdad.

Ni la Ilustración, ni las propuestas políticas, ni las propuestas sociales humanistas han funcionado jamás para cambiar el corazón de los hombres. El humanismo no es suficiente; la gracia de Dios revelada en Cristo sí lo es.

Esto debe conducirnos a no desmayar en nuestra comisión de predicar el evangelio de Jesús en un entorno actual lleno de humanismo. Cada vez que se arrepiente un pecador, hay regocijo en el cielo y una nueva vida transformada en la tierra. Todo por gracia, para la gloria de Dios.


Imagen: Lightstock.
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