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Las tragedias acontecen también a los santos. Jonathan Edwards es un ejemplo de ello.

Edwards es muy famoso tanto por su sermón Pecadores en las manos de un Dios airado, como por sus 70 resoluciones. Es catalogado por muchos sociólogos norteamericanos como uno de los hombres más influyentes en el pensamiento nacional en toda la historia. En el plano evangélico, Edwards se conoce como el hombre más piadoso que haya vivido jamás en los Estados Unidos, y se encuentra entre los 10 teólogos más grandes de todos los tiempos. Fue la gran figura de varios avivamientos en su comunidad y —junto a Whitefield— en el famoso “Gran Despertar” de Nueva Inglaterra.

Con eso en mente, es posible que te sorprenda saber que varios miembros de su familia — incluyendo a Jonathan— fallecieron víctimas de pestilencias o causas afines.

La protección y el cuidado de Dios para sus santos no implica un seguro contra los trágicos efectos de los patógenos, virus y demás plagas o pestilencias; tampoco implica una protección impermeable antiguerras ni antidificultades económicas, como algunos dan a entender.

La protección y el cuidado de Dios para sus santos no implica un seguro contra los trágicos efectos de los patógenos, virus y demás plagas o pestilencias

¿Acaso no mueren y sufren los santos como fruto del juicio divino igual que los demás mortales? ¿Ha prometido Dios en su Palabra que indefectiblemente nos librará de los efectos de las pestilencias y hambrunas, así como de diversas otras pruebas y tribulaciones que nos sobrevienen?

No hay duda alguna de que los piadosos también sufren, lloran, se enferman, padecen necesidades y mueren, incluso de formas trágicas.

Conociendo a Jonathan Edwards

Jonathan Edwards nació en Connecticut el 5 de octubre de 1703, y murió en New Jersey el 22 de marzo de 1758. Fue teólogo, filósofo, pastor, y misionero.

Edwards sirvió en el ministerio pastoral desde sus 18 años, y por más de 35 años fungió como ministro y erudito. Fue pastor interino en la ciudad de Nueva York por ocho meses (1722-1723) y profesor de la Universidad de Yale, donde obtuvo su Licenciatura en Educación y su Maestría en Artes.

Su trabajo más renombrado y longevo fue como pastor de la iglesia de Northampton, Massachussets, una de las congregaciones más importantes e influyentes de sus días (1727-1750), donde fue la pieza clave para varios períodos de avivamientos espirituales quizá sin paralelo en la historia post apostólica.

Edwards también fue misionero y pastor entre las tribus indígenas americanas. Fue Presidente del Colegio de New Jersey (actualmente Universidad de Princeton) por tan solo 5 semanas, debido a su fallecimiento.

La teología de Edwards

Según el teólogo Roger Oslon, lo que define a Edwards es que “ningún teólogo en la historia de la cristiandad ha sostenido una visión tan fuerte y elevada de la majestad, soberanía, gloria y poder de Dios”.[1]

John Piper, un admirador de Edwards, lo describe como “un genio resuelto y decidido a vivir totalmente para la gloria de Dios”.[2] Por otro lado, el historiador Mark Knoll expresa:

“Lamentablemente no ha habido sucesor para la visión universal del poderoso Dios de Edwards ni para su profunda filosofía teológica. La desaparición de la perspectiva de Edwards en la historia de la cristiandad norteamericana ha sido una tragedia”.[3]

Jonathan Edwards fue amigo del gran evangelista George Whitefield y muy cercano al gran misionero David Brainerd, quien murió hospedado en la casa de los Edwards.

Jonathan sirvió como ministro congregacional. Aunque batalló con el calvinismo en su adolescencia, abrazó esta teología por el resto de sus días. Sus escritos dejarán respirar su inusitada búsqueda de la gloria de Dios, tanto como su inquebrantable confianza en la soberanía de Dios y las doctrinas de la gracia.

En uno de sus diarios, Edwards escribió:

“En la mañana… he estado delante de Dios, y me he dado con todo cuanto tengo y soy, a Él; de tal manera que yo no soy, en ningún aspecto, mío mismo. Yo no puedo pretender ningún derecho en esta comprensión, esta voluntad, este afecto, que está en mí…”.[4]

Sus escritos a modo de diario, sus resoluciones, tratados, y sermones son un reflejo de un hombre apasionado por Dios y absorto por la contemplación y la modelación de la gloria de Dios. Es prácticamente un imposible intentar encontrar a alguien más en la historia del cristianismo con la piedad y la agudeza de pensamiento de Edwards. 

El sufrimiento de la familia Edwards

A pesar de la manera extraordinaria en que el Señor utilizó a Jonathan Edwards, no podemos negar que el teólogo estadounidense y su familia experimentaron la aflicción de manera profunda.

Primero. David Brainerd, misionero entre los indígenas americanos, murió de tuberculosis contando con apenas 29 años de edad. Brainerd estaba comprometido para casarse con una de las hijas de Edwards.

Segundo. Trágicamente, Jerusha, la hija de Edwards que había servido como enfermera al Rev. Brainerd, también contrajo la tuberculosis, de la que murió justamente un mes luego que Brainerd.

No hay duda alguna de que los piadosos también sufren, lloran, se enferman, padecen necesidades y mueren, incluso de formas trágicas

Tercero. En el primer mes de la presidencia de Edwards, hubo un brote de viruela  en el Colegio de New Jersey (hoy Princeton University). Edwards, postor de las investigaciones científicas, accedió a participar en una nueva prueba de inoculación contra la viruela. El teólogo falleció una semana después de haber sido inoculado, debido a una infección secundaria.

Cuarto. Esther, hija de Edwards y viuda del anterior presidente del Colegio de New Jersey, también murió poco después debido a una reacción similar a la misma vacuna contra la viruela.

Quinto. Sarah, esposa de Jonathan, no se encontraba en New Jersey cuando su esposo e hija fallecieron. Cuando llegó, pudo pararse sobre la hierba verde frente a la tumba de su esposo, su nuero, y su hija. Sarah murió de disentería el 2 de octubre de ese mismo año y fue sepultada junto a su esposo.

Del Señor somos

Si uno mira desde una cosmovisión no cristiana, probablemente vea un panorama tétrico en la historia de Edwards y su familia. Pero las inspiradoras palabras finales de Jonathan nos darán una perspectiva diferente:

“Me parece que es la voluntad de Dios que yo en breve las deje; por tanto, den mi afectuoso amor a mi querida esposa, y díganle, que la poco común unión que por largo tiempo ha subsistido entre nosotros, ha sido de tal naturaleza, según confío en lo espiritual, y lo seguirá siendo por siempre; y espero que ella soporte tan gran prueba y se someta a la voluntad de Dios”.[5]

¿Sufren los santos pruebas, tribulaciones, dolores, hambre, desnudez, peligros y hasta espada? Las sagradas Escrituras y la historia cristiana son testigos suficientes para demostrar que los santos sufrimos atravesando el dolor, las virulencias y las pestilencias, e incluso guerras y ataques de fieras.

Nuestra convicción y cosmovisión deben ser cual las de Pablo. Eso implica nuestro apego a textos como “ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Ro. 14:8) y “el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Debemos recordar el propósito en todo esto:

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:38-39).

Al final de la prueba, sea cual sea el resultado, hemos de declarar al son de aquel siervo perfecto llamado Job:

“¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2.10).

Damos gloria a Dios porque la consagrada, eficiente, e intensa vida piadosa de Edwards (igual que todos en su familia) ha servido de ejemplo para miles. Esperamos ser motivados a seguir fieles a Dios, como a tener un altísimo concepto del Santísimo, cual este gran teólogo.

Hermanos queridos: ¡Nada creado, ni un virus o una bacteria —ni siquiera la muerte misma— nos podrá separar jamás del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro!


[1] The Unwavering Resolve of Jonathan Edwards, p. 10

[2] La supremacía de Dios en la predicación, p. 10

[3] Ibíd.

[4] The Unwavering Resolve of Jonathan Edwards, pp. 54-55.

[5] Ibíd., p. 19.


Una versión de este artículo fue publicada originalmente en Theomagazine.
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