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El cristiano y la Navidad

Es cierto: el Nuevo Testamento no dice nada preciso de la fecha del nacimiento de nuestro Señor. Tampoco contiene ordenanza a los cristianos para celebrar ni esta ni cualquier otra fiesta de carácter religioso. Las únicas fiestas bíblicas fueron en el Antiguo Testamento, y ya cesaron con la venida de Cristo: “Porque de haber cambio de sacerdocio, es necesario que también se haga cambio de ley” (Heb. 7:12). La “fiesta” a celebrar por los que han nacido de nuevo mediante la fe en Cristo es indicada por el salmista: “Te daré gracias, porque me has respondido y has sido mi salvación. La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la principal del ángulo. De parte de Jehovah es esto; es una maravilla a nuestros ojos. Este es el día que hizo Jehovah; nos gozaremos y nos alegraremos en él” (Sal. 118:21-24). La fiesta nuestra es el primer día de la semana, el día que Jesús resucitó de los muertos.

¿Cómo nació la fiesta de celebración de la navidad?

Esta fue la fecha de una fiesta pagana celebrada en Roma cada 25 de Diciembre, instituida por el Emperador Aureliano en honor al nacimiento del inconquistable Sol, o para celebrar el Natalicio del Invicto Sol (274 DC). Escogieron esa fecha por ser el solsticio de invierno, el día solar menor del año. Para el 336 DC, la Iglesia de Roma tomó este día 25 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús, ya que Él es el Sol de los justos. Este fue el origen de la “Navidad” o fiesta de la natividad de Jesús.

Otra costumbre pagana que se agregó a esto fue la Saturnalia romana. En el mundo romano hubo un tiempo de alegría popular y de intercambio de regalos (Dic.17-24), lo que también influyó en la manera en que hoy se celebra la Navidad. Usaron el dar regalos a los niños y a los pobres, y el adornar las casas con adornos de color verde y luces. Lo mismo que el uso de árboles de pino verde, como símbolo de sobrevivir para siempre. Hacían comida especial para la ocasión, se saludaban unos a otros, y se juntaban en comunión para celebrar.

Esta práctica pagana se mezcló con el cristianismo y se extendió por Alemania, Britana y Europa Central, y tomó mayor empuje al combinarse con la fiesta de año nuevo. En los Estados Unidos, esta tradición era prohibida en tiempos de la Colonia. Lo mismo en Inglaterra, y esto por la objeción de los Puritanos debido al origen pagano de la fiesta. Pero a mitad el siglo XIX (1850), la celebración de la Navidad se hizo popular y se comercializó. Los negocios comenzaron a darle importancia al ver el aumento de sus ventas.

¿Debemos celebrar la Navidad?

En esto doy mi opinión personal: podemos hacerlo como un asunto individual, pero no como una fiesta religiosa dada por Dios, sino por una buena costumbre de los pueblos, siempre que mantengamos una inocencia moral y religiosa: “Mientras que uno hace diferencia entre día y día, otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté convencido en su propia mente… La fe que tú tienes, tenla para contigo mismo delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo con lo que aprueba” (Ro. 14:5, 22). Ahora bien, ¿deben las Iglesias cristianas celebrarlo? Otra vez doy mi opinión: Yo diría que no, porque Dios no lo ha mandado, y en Su casa, que es la Iglesia, solo podemos hacer lo que Él ha mandado. En la casa ajena no podemos ni debemos poner reglas que el dueño no ha dicho, mucho menos en la Casa del Señor. “Te escribo esto, esperando ir a verte pronto, para que si me tardo, sepas cómo te conviene conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” (1 Tim. 3:14-15). Cuando decimos Iglesia, significamos, no el local o edificio donde se congregan, sino la Institución divina. Y celebrar sería tomar uno de sus cultos oficiales para celebrarlo como fiesta Cristiana mandada por Cristo en Su Palabra. Ahora bien, sí pudiéramos hacer uso del edificio como un tiempo informal. Eso no sería reunirse como Iglesia.

A pesar de no ser una fiesta religiosa de sanción bíblica, es un tiempo de manifiesta humanidad y benevolencia; propicia para resaltar tres gracias cristianas: confianza, generosidad y santificar la pobreza.

Confianza

Esto es, que Dios cumple lo que promete. Buenos es confiar en Su palabra. Es dicho así: “Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David” (Luc.2:4). El lugar prueba Su descendencia, y fue Belén señalada para este honor: “Y tú, Belén, de la tierra de Judá, No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; Porque de ti saldrá un guiador, Que apacentará a mi pueblo Israel” (Miq.5:2). En cuanto a su linaje es dicho así: “La ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David” (v4).

La promesa fue a la casa de David, pues así se lo hizo saber el profeta Natán: “Yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino” (2 Sam.7:12-13). Del lado de María y de José eran de la realeza davídica, tal como fue prometido. Esta profecía fue dada unos mil años antes del nacimiento de Jesús. Además que habría de ser desechado por los hombres, y lo fue desde antes de nacer, pues siendo de Belén, de la casa de David nadie le ofreció hospitalidad. Belén fue más ingrata cuando fue más honrada. He aquí a aquel a quien los cielos de los cielos no pueden contener, echado en la matriz de una pobre mujer. Su humildad no puede ser expresada con palabras, y así estaba decretado por la infinita sabiduría divina. Nuestro Dios cumple todo cuanto promete. Nuestra sabiduría y más excelente negocio es confiarle siempre en el Dios que dio su Hijo, y el Hijo que dio su vida.

Generosidad

Dios se hace vocero a favor de aquellos en nuestro medio que no se pueden ayudar a ellos mismos, o nos manda a ayudarlos en el Nombre de Cristo. Es una obligación como criatura dar a otros de lo que Dios nos ha dado; el prójimo necesita de mi ayuda tanto como yo de la suya. Cuando damos, es como si sembrásemos para luego cosechar. Nuestro deber en esta época de navidad (¡y siempre!) es el amor, y no se puede amar sin dar; nótese: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Amar y dar son términos equivalentes. Enfoquemos este versículo: “El generoso será bendito, porque da de su pan al pobre” (Pro.22:9). El Señor aquí habla como si se sentara frente a uno, y con tiernísima voz nos pide ser generosos con el pobre, prometiendo recompensar esta buena obra. El término generoso es de origen exclusivo de la Biblia: la primera vez que aparece en el lenguaje humano fue en las Sagradas Escrituras. Es un concepto netamente divino y por demás amplio. Y la época de Navidad es más que propicia para dar, y sobre todo al necesitado.

Santificó la pobreza

“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Luc.2:7). Llegó el momento del parto, rápidamente hay que buscar dónde acostar a la mujer y traer a luz el niño. Quien vino a salvar a los hombres es enviado en su primer acostada a echarlo con los animales: “Lo acostó en un pesebre”. Su hotel fue un pesebre y su cama un montón de paja; esa fue la extraña cuna del Rey de reyes y Señor de señores. Santificó la pobreza, o que no debemos quejarnos cuando Dios nos llame a una condición donde tengamos necesidades temporales. Si consideramos debidamente este humilde ejemplo, no debiera haber nada que nos produzca descontento. Sea como sea que decidan celebrar o no la Navidad, podemos ver que es esta una ocasión favorable para realzar tres gracias cristianas: confianza, generosidad y santificar la pobreza. Amén.

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