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En los medios de comunicación ha habido mucho debate sobre algunos aspectos considerados polémicos en la canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II. El que solo hayan pasado 9 años desde la muerte del segundo ha llevado a que algunos se hayan referido a un “santo-express”.

A otros les preocupa si se han cumplido los requisitos porque para la Iglesia Católica los santos funcionan como modelos de virtud. El Catecismo de la Iglesia Católica, 828 explica: “Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf LG 40; 48-51)”.

Una cuestión de imitación

Al examinar la etimología de la palabra canonización encontramos que en su raíz se halla la palabra griega “canon”: una regla de medir. El catecismo citado dice que los fieles canonizados “han practicado heroicamente las virtudes”, y por eso sirven de modelo para otros creyentes. Es aquí donde se centra buena parte del debate en los medios de comunicación. Se comenta mucho el que Juan Pablo II fue conocido por sus posturas conservadoras y tradicionales y por su oposición a los teólogos de la liberación, mientras que Juan XXIII es recordado como el papa que convocó al Concilio Vaticano II y fue conocido por su apertura hacia los pobres. ¿Son ambos dignos de imitación?

En internet podremos encontrar esta cita atribuida a Jesús López, miembro del foro de curas de Madrid, quien pone un símil futbolístico: “Es un apaño como cuando los árbitros pitan un penalti y se equivocan y luego pitan otro al contrario”. Más serias son las acusaciones que se escuchan en muchos sectores de que Juan Pablo II miró para otro lado durante décadas cuando iban surgiendo evidencias de pedofilia en la iglesia. Ya de entrada los que no pertenecemos a la Iglesia Católica Romana haremos bien en recordar de que esta no tiene un monopolio en el campo de los abusos. Debemos indignarnos y luchar contra cualquier abuso, quizás principalmente los cometidos contra los menores, con total independencia de quién haya cometido la injusticia, sea católico, agnóstico o evangélico. Pero al margen de que estos dos papas en concreto funcionen bien como modelos de imitación, hay otras cuestiones a considerar en la canonización.

La cuestión de la santificación

La iglesia Católica se esfuerza en intentar desmentir la impresión popular de que en la canonización ella “hace” al santo. El catecismo dice que la iglesia “reconoce” la santidad de estos fieles. Pero las palabras que pronuncia el papa en el momento de la ceremonia son más ambiguas.

 «Para honor de la Santísima Trinidad, para la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la nuestra, después de haber reflexionado intensamente, y de haber implorado asiduamente el auxilio de Dios, siguiendo el consejo de muchos hermanos nuestros en el episcopado, declaramos y definimos como santo/a el/la beato/a N., y lo/la incluimos en el catálogo de los santos, estableciendo que éste/a ha de ser honrado/a en toda la Iglesia entre los santos con piadosa devoción. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»[1].

Las palabras “declaramos y definimos” como santo, están, por lo menos, abiertas a ser entendidas como que la iglesia tiene potestad para afectar el estado del individuo en cuestión.

Los santos en la Escritura

En la Biblia encontramos un concepto de santificación muy diferente. Los santos no son aquellos que de forma heroica han practicado las virtudes, ni lo son los que la iglesia así lo determine. En el Nuevo Testamento encontramos que se usen las palabras “santificación” o “santos” en dos sentidos. Dios —no la iglesia— declara ya santificados en el sentido de apartados para Dios a todos aquellos que están “en Cristo”. Por otro lado —y a veces en el mismo versículo, como ocurre en 1 Corintios 1:2— reconoce que estas mismas personas son llamados a ir siendo transformados hacia la santidad, creciendo en ella hasta el día cuando el proceso sea completo delante de Dios.

Los que han creído en Cristo como su salvador, han sido declarado santos por Dios, pero además tienen la responsabilidad y deber de asirse de todos los recursos que Dios les da en Cristo para que sean más como él. Todos los creyentes tienen un llamado no tanto a ser reglas por los que se puedan medir a los demás, sino a medirse ellos mismos continuamente por su semejanza o no a Cristo. Pero aún no hemos llegado al quid de la cuestión: ¿por qué canoniza la Iglesia Católica Romana? No es solo para proveerles a los creyentes de modelos a imitar.

La cuestión de la intercesión

La iglesia Católica Romana reconoce a los “santos” para autorizar su veneración en función de la intercesión que se cree que pueden elevar ante Dios. En un artículo en www.catholic.net,  Red Informativa de la iglesia Católica en América Latina, P. Canon Macken explica el concepto:

“Canonizar quiere decir declarar que una persona es digna de culto universal. La canonización se lleva a cabo mediante una solemne declaración papal de que una persona está, con toda certeza, con Dios. Gracias a tal destreza, el creyente puede rezar confiadamente al santo en cuestión para que interceda en su favor ante Dios. El nombre de la persona se inscribe en la lista de los santos de la Iglesia y a la persona en cuestión se la “eleva a los altares”, es decir, se le asigna un día de fiesta para la veneración litúrgica por parte de la Iglesia entera”[2].

Desde la óptica de la Escritura, esta doctrina no tiene fundamento alguno. Es más, atenta contra la dignidad del único mediador que existe entre Dios y los hombres, Jesucristo Señor. El escritor de la epístola de los Hebreos explica por qué es eficaz y efectiva la intercesión suya, y solo la suya. Solo Jesús ha cargado con la ira de Dios que pesaba sobre mí y sobre todo pecador que confía en él y su obra en la cruz.

Solo Jesús ha traspasado los cielos, habiendo conquistado la muerte, y se ha sentado a la diestra de Dios como demostración pública de que “consumado es”. Pero su resurrección le acredita “el poder de una vida indestructible” como intercesor. Por eso “puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. En su suma compasión se acuerda de la experiencia de ser tentado como nosotros, pero con una gran diferencia: nunca pecó. Tal intercesor nos convenía: “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos”. A los que subrayan errores que puedan haber cometido los papas, les decimos que en última instancia la Biblia les da la razón. Hayan cometido esos errores en concreto u otras, todos pecamos de una manera u otra. Pero ese no es el problema principal. Cuando yo me miro en el espejo de la palabra de Dios, veo el grado de mi propio pecado y debilidad.

¿Quién podrá interceder por mí? ¡Gracias a Dios que tengo un poderoso abogado y defensor, el único que es enteramente santo, Cristo el Señor!


[1]¿Qué es una beatificación y una canonización? (http://es.catholic.net/santoral/147/2521/articulo.php?id=6281)
[2] El proceso de canonización. http://es.catholic.net/santoral/147/2521/articulo.php?id=23323
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