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Hay temas de los que uno no siempre quiere hablar, pero que son de vital importancia para la salud de un organismo. Por ejemplo, muchas veces las personas no quieren ir al médico porque saben que tendrán asuntos que revisar. Igual, en algunas familias hay algunos temas que “no se tocan” para mantener la paz. Pero si fuéramos al médico, estaríamos en una condición más sana. Algo similar sucede con este tema de la disciplina de la iglesia.

En su sentido amplio, la disciplina de la iglesia puede ser tanto formativa como correctiva. Según Davis Huckabee, la disciplina formativa de la iglesia “consiste en la enseñanza y entrenamiento de los creyentes en relación a sus responsabilidades como cristianos y miembros de la iglesia, y esta enseñanza y entrenamiento bien podría ser llamada disciplina preventiva, porque la enseñanza de la Palabra es un antídoto adecuado para todas las formas de pecado”.

Sin embargo, la disciplina formativa no siempre impide el pecado entre los que son parte de la iglesia. Debido a esta triste realidad, cuando se observa entre los cristianos una conducta pecaminosa sistemática e impenitente, es tiempo para la disciplina correctiva, que es el tema de este artículo. En tal sentido, la disciplina podría definirse como:

Proceso de intervención mediante el cual una iglesia guía a un cristiano que ha caído en pecado —por ignorancia o desobediencia— al arrepentimiento, y por ende a la restauración de su caminar con Dios (Mt. 18:15-20; Gál. 6:1).

La disciplina de la iglesia tiene como fundamento el hecho de que Dios disciplina a sus hijos. Según Hebreos 12:5-11, la disciplina de Dios debe ser vista como algo bueno, por al menos dos razones. Por un lado, es una muestra de su amor, pues “el Señor al que ama disciplina” (Heb. 12:6a), y por el otro, resulta en provecho espiritual para el disciplinado, en vista de que “nos disciplina para nuestro bien, para que podamos compartir Su santidad” (Heb. 12:10b).

Me gustaría responder dos preguntas básicas con relación a la disciplina de la iglesia. En primer lugar, ¿por qué es necesaria la disciplina? Y en segundo lugar, ¿qué proceso debe seguir una iglesia al aplicar la disciplina a un miembro?

El mandato a practicar la disciplina de la iglesia

Muchos cuestionan el derecho de la iglesia a “intervenir” en la vida de sus miembros. Algunos alegan que la disciplina resulta en una intromisión a la privacidad que es contraria a la libertad cristiana. Otros conciben la aplicación de la disciplina como un acto legalista porque al final, dicen, “quién esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y otro grupo entiende que la disciplina contradice la gracia y que por tanto no debería ser practicada por la iglesia.  

A pesar de la diversidad de opiniones, la Palabra de Dios es clara. La práctica de la disciplina de la iglesia no es algo opcional; es un mandato para toda iglesia. Es un mandato porque Jesús se refiere a ella en imperativo al decir: “Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas” (Mt. 18:15). El discípulo de Jesús tiene el mandato de ir (“ve”) donde su hermano que se encuentra en pecado, y tiene el deber de “intervenir”.

De la misma manera, Pablo reprende a los Corintios precisamente porque no habían confrontado y aplicado la disciplina a un hermano que permanecía en pecado. En 1 Corintios 5:5 les manda: “entregad a ese tal a Satanás para la destrucción de su carne”. Adicionalmente, Pablo manda a “amonestar a los indisciplinados” (1 Tes. 5:14) y a suspender todo contacto y relación con “todo hermano que ande desordenadamente” (2 Tes. 3:6b). Es claro entonces que la comunidad de la iglesia debe velar por la santidad en las vidas de sus miembros, y estar prestos a intervenir por medio de un proceso disciplinario cuando sea necesario.

Ahora bien, el mandato a practicar la disciplina de la iglesia se basa en que es necesaria, y hay al menos tres razones bíblicas que lo muestran:

1. Es necesaria debido a la tendencia del pecado a enraizarse en la vida del creyente.

En Romanos 7:8-24, Pablo habla de manera dramática sobre su lucha con el pecado. Es increible ver la lucha con el pecado del apóstol Pablo cuando dice: “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico” (Rom. 7:19). Así de fuerte, así de profundo es el pecado que aún permanece en los corazones de los creyentes.

Dicha condición implica que, en ocasiones, los creyentes necesitan de la ayuda amorosa que es la disciplina de la iglesia para dejar atrás prácticas pecaminosos en sus vidas. De ahí que “si tu hermano peca, ve” (Mt. 18:15). Es por eso que Pablo manda a que “si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre” (Gál. 6:1b).

Es importante observar que tanto Jesús en Mateo 18:15 como Pablo en Gálatas 6:1 asumen que el creyente puede pecar, y de hecho pecará. ¡Eso no debe sorprender a nadie! La naturaleza caída sigue presente. Es precisamente por esto que la disciplina de la iglesia se hace necesaria. Es parte de la medicina que Dios usa para sanar a su pueblo enfermo por el pecado. ¡Bien dice Hebreos 12 que la disciplina es muestra de su amor!

2. Es necesaria en vista de la naturaleza furtiva del pecado en la vida del creyente.

El pecado remanente no solo es profundo sino furtivo. Este término hace referencia a la tendencia que el pecador tiene, por diversas razones, a esconder su pecado. De hecho, esta tendencia se observa tan temprano como en el Edén. En Génesis 3:8 se indica que luego de que la primera pareja pecó, ¡lo primero que hicieron fue esconderse! Resulta extraño que Adán y Eva se escondieran de aquel que podía dar alivio a sus conciencias y perdón a sus almas, pero eso es lo que el relato reporta.

Esta tendencia a esconder el pecado es parte de lo que la disciplina de la iglesia trata de resolver. Muchos creyentes no dejan su pecado a menos que se les señale. De hecho, muchos creyentes ni siquiera ven su pecado a menos que otros se lo muestren.

Dios sabe esto, y por dicha razón deja instrucciones específicas para que en la iglesia nadie peque con impunidad, sino que por el contrario, unos velen por los otros y se ayuden a caminar en santidad. La disciplina de la iglesia es necesaria también por este motivo.  

3. Es necesaria porque persuade a otros a no pecar.

Adicionalmente, cuando la disciplina de la iglesia es aplicada sobre alguno, los que observan y son testigos de dicha disciplina son persuadidos a no pecar, sea en el mismo ámbito de la disciplina o en cualquier ámbito de sus vidas.

En este sentido, las palabras de Pablo son sobrias cuando les dice a los Corintios: “Vuestra jactancia no es buena. ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?” (1 Cor. 5:6). El contexto de este pasaje es la disciplina aplicada a una persona que estaba teniendo una relación impura con “la mujer de su padre” (1 Cor. 5:1c). En dicho pasaje, Pablo manda a los Corintios a disciplinar a esa persona, y les informa que no hacerlo “fermenta” al resto; es decir, afecta la pureza del resto de la iglesia. En otras palabras, es posible que otros se vean motivados a pecar al ver que dicho individuo no es disciplinado.

En otro pasaje, y hablando de la disciplina a los líderes, Pablo instruye a Timoteo lo siguiente: “A los que continúan en pecado, repréndelos en presencia de todos para que los demás tengan temor de pecar” (1 Tim. 5:20). Es decir, reprender públicamente a un líder, como parte de un proceso de disciplina, genera en otros temor de pecar.

El proceso para aplicar la disciplina de la iglesia

Definitivamente hay más acuerdo en la necesidad de la disciplina que en la forma de aplicarla. Parece ser que la razón de esto es que aunque la Palabra de Dios da algunos principios sobre el proceso, deja mucho margen de discreción al liderazgo para determinar la “mejor forma” de proceder con cada caso.

Dios, es su infinita sabiduría, sabía que la enorme variedad de casos a ser disciplinados, con todas sus variantes, no podrían ser circunscritos a un “manual”. De ahí que cada proceso disciplinario, aunque guiado por principios bíblicos, requiere del liderazgo buscar intensamente la sabiduría, para entonces poder aplicar dichos principios a cada caso particular, con el propósito de lograr la restauración del pecador (Mt. 18:15-20; Gál. 6:1).

En este sentido, a continuación algunos aspectos bíblicos a tomar en cuenta en un proceso disciplinario.

1. La actitud. El pecado del otro debe dolerle al que confronta. El hermano que peca es parte del cuerpo de Cristo, y su condición debe producir compungimiento y tristeza. Cuando alguien es “sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tu también seas tentado” (Gál. 6:1). Hay dos actitudes que debe exhibir el que confronta, a saber: mansedumbre y humildad. La combinación de estas dos actitudes suponen que el pecador siente al que confronta como un hermano y no como un juez. Alguien que está por él, no contra él. Lamentablemente, una mala actitud boicotea el proceso de disciplina, y lejos de restaurar y acercar al pecador al arrepentimiento, le es piedra de tropiezo.

2. El “gatillo” de la disciplina. Según Mateo 18:15, el pecado del hermano es el “gatillo” del proceso disciplinario. “Si tu hermano peca, ve y repréndelo”. Parecería que el pasaje manda a confrontar todo pecado de todo hermano. La realidad es que si el pasaje es aplicado de esa forma, la iglesia se convertiría en un lugar donde abunda el juicio y la crítica más que la gracia y la misericordia.

En este sentido, Albert Mohler sugiere que a la luz de la Palabra de Dios, hay tres áreas que ameritan disciplina: (1) fidelidad de la doctrina, (2) unidad y compañerismo, y (3) pureza de vida. En otras palabras, todo aquello que atente contra la verdad del evangelio, la unidad de la iglesia, y la santidad personal, ha de ser considerado objeto de disciplina.

En ocasiones, antes de proceder, sería sabio comprobar si el pecado observado en un hermano es un destello ocasional del hombre viejo, o se trata de una práctica de pecado que caracteriza su vida. De comprobarse una práctica, y sin importar lo pequeño que sea el pecado, debe ser confrontado. Ahora bien, hay pecados que a pesar de que no son una práctica en la vida del hermano, por su nivel de gravedad ameritan confrontación y disciplina desde que se tiene conocimiento del mismo, como por ejemplo, pecados sexuales, estafa, entre otros.

3. Los pasos de la disciplina. Mateo 18:15-20 establece los pasos a seguir una vez se determina que un hermano debe de ser confrontado con su pecado.

  • A solas. “Ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano” (v. 15). Se trata de una conversación privada con el pecador acerca del pecado en cuestión. Uno de los aspectos más ignorados del proceso de disciplina es precisamente la instrucción de “a solas”. Implica además de que sea privada, que el asunto no sea compartido con nadie más previamente. Si en dicho encuentro el pecador reconoce su pecado y se arrepiente, se tuvo éxito y ahí queda el asunto.
  • Uno o dos más. “Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más” (v. 16). Si lo anterior no funcionó, luego de un tiempo se convoca a una conversación con dos o más testigos presentes. La razón es proteger a todos los involucrados de falso testimonio, como el de aumentar la presión sobre el pecador. Es importante tener testigos discretos, y que representen algún tipo de autoridad sobre el pecador como forma de persuadirlo a abandonar su mal proceder.
  • La iglesia. “Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia” (v. 17a). Si lo anterior no funciona, luego de un tiempo se debe informa a la iglesia de la falta de arrepentimiento del que está en pecado. En este punto, en una reunión se le solicita a la iglesia que aquellos que conocen al hermano le contacten, le busquen, y traten de hacerlo desistir de su pecado.
  • Excomunión. “Y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos” (v. 17b). Si el hermano persiste en su pecado, luego de un tiempo, entonces se procede a excluirlo de la membresía y de la comunidad de la iglesia. Esto es lo que se conoce como excomunión o expulsión. En términos de Jesús, “Sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos” (Mt. 18:17). En términos de Pablo, la persona ha sido entregada a Satanás (1 Cor. 5:5).

Hay varios aspectos importantes a mencionar como complementos al proceso presentado. Por un lado, entre cada paso del proceso debe existir un tiempo, el cual será determinado por factores que el liderazgo de la iglesia considerará. Dicho tiempo es un reflejo de la paciencia de Dios al lidiar con el pecador, pero también es necesario en vista de que normalmente el pecador no acepta su desvío de manera repentina.

Por otro lado, debe enfatizarse que la actitud de mansedumbre y humildad instruida en Gálatas 6:1 debe caracterizar cada encuentro con el pecador. Esta fue la actitud exhibida por Jesús con el extraviado. Una mala actitud del que confronta da excusas al pecador a permanecer en su falta. Eso hay que evitarlo. Debe quedar claro que si el pecador persiste en su pecado, se debe a su propia terquedad.

Por último, en caso de que la persona se arrepienta de su pecado en cualquier paso del proceso, será necesario una confesión delante de aquellos que están al tanto de su desvío. Esto implica que en caso de que lo haga luego de ser enterada la iglesia, entonces procederá una confesión pública donde exprese su arrepentimiento y solicite el perdón de los presentes. Es importante mencionar que la confesión pública también será necesaria en los casos en que el pecado, aunque confrontado y aceptado privadamente, sea un hecho conocido públicamente.

Mucho más se pudiera decir de la disciplina de la iglesia. El espacio no lo permite. Lo cierto que en una generación como la de hoy, en que los valores absolutos prácticamente no existen, y uno de los dichos más populares de la cultura es “no juzgues”, los pastores y líderes cristianos tienen el desafío de aplicar la disciplina con miras a la santidad de la iglesia, sin importar lo que el mundo opine. Y lo pueden hacer con toda confianza, ¡pues Dios mismo les respalda!


Imagen: Lightstock. 
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