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«La iglesia» esto, «la iglesia» aquello.

Una de las formas en que los cristianos profesantes delatan una visión pequeña, angosta y débil del Cristo resucitado es lanzando ataques contra «la iglesia». Se habla con ligereza de lo que «la iglesia» no entiende, de lo que «la iglesia» hace mal o el problema de «la iglesia» en nuestros días. Afirman saber más que «la iglesia» y si pudieran arreglarían «la iglesia». Preocupados por un descuido, error o peligro que ven en algunos cristianos o iglesias, se han vuelto descuidados con sus palabras sobre la iglesia, aún más cuando consideramos lo que Cristo mismo dice sobre ella.

Por mucho que digamos que estimamos a Jesús y que deseamos hablar bien de Él, revelamos lagunas en nuestra devoción cuando cubrimos a Su novia con negatividad, cuando evidenciamos extraños prejuicios contra ella y alimentamos la opinión popular sospechando, viendo, torciendo y difundiendo lo peor.

Sean cuales sean las motivaciones (que son variadas y complejas), demostramos cuán sutilmente y tal vez profundamente hemos sido moldeados y conformados al curso de este mundo cuando hablamos de «la iglesia» de manera groseramente discordante con nuestro Señor. Mostramos lo poco que pensamos de Cristo, al hablar de forma interminablemente negativa de Su novia.

Mostramos lo poco que pensamos de Cristo, al hablar de forma interminablemente negativa de Su novia

La esposa del cordero

No te equivoques, la iglesia es Su novia. ¿Cuán sorprendente es que el propio Cristo se arriesgue a entregar una imagen así?

No solo Juan el Bautista habló de Él de esa manera (Jn 3:29), sino que Jesús se presenta como «el novio» que está ausente (Mt 9:15; Mr 2:19-20; Lc 5:34-35), y cuyo regreso se retrasa (Mt 25:1-10). En una de las declaraciones finales de las Escrituras leemos: «El Espíritu y la novia (es decir, la iglesia) dicen: “¡Ven!”» (Ap 22:17). También el ángel dice: «Ven, que te voy a presentar a la novia, la esposa del Cordero» (Ap 21:9).

La iglesia es la novia de Jesús, «la esposa del Cordero». Cuando admiramos a un hombre y le mostramos respeto, aprecio y reverencia, tenemos cuidado con lo que decimos de su esposa y mucho más en público. Revisamos nuestras sospechas, estamos atentos para no dejar que las decepciones personales se conviertan en un cinismo global hacia ella. Nos esforzamos por no tratarla con falta de consideración, hablar de ella o criticarla en su presencia de ninguna manera que pueda desconcertar o deshonrar a su marido. Mostramos poca estima por el novio cuando insultamos a Su novia.

Por lo tanto, aquellos que genuinamente admiran y adoran a Cristo no solo reverenciarán Su persona, sino también Su perspectiva. Querrán saber y recordar: ¿Qué piensa Jesús de Su Iglesia? ¿Qué siente Cristo hacia ella? ¿Cómo habla de ella?

Él la escogió a ella

En primer lugar, la elección del gran Esposo de Su Esposa es notable. No solo es ella un «linaje escogido» (1 P 2:9), sino que la eligió en su impiedad, no por alguna belleza innata en ella. El Padre eligió a la iglesia para Su Hijo desde antes de la fundación del mundo (Ef 1:4), escribiendo los nombres de Su pueblo en «el libro de la vida del Cordero que fue inmolado» (Ap 13:8).

Cristo y Su Padre no solo escogieron a la iglesia para su salvación, sino también para ser un instrumento de la revelación divina en el mundo. No solo un instrumento, sino la vasija central para dar a conocer a Dios en Su mundo en esta época. La visión de la iglesia en Efesios 3 es asombrosamente alta, es casi increíble.

Cuando Pablo ofrece allí alabanzas a Dios Padre, dice: «A El sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús». Esperamos que «en Cristo Jesús» sea el punto focal a través del cual se muestra la gloria de Dios, pero aquí está ella, Su esposa, al lado de Cristo mismo, el novio: «a Él sea la gloria en la iglesia». Esto hace eco de la centralidad de la iglesia para dar a conocer a Dios unos versículos antes: la infinita sabiduría de Dios puede ser «dada a conocer ahora… a los principados y potestades en los lugares celestiales» —y ahora solo menciona a un instrumento— «por medio de la iglesia» (Ef 3:10).

Por muy decepcionados que estemos con un líder infiel o por muy dolidos que nos sintamos con determinadas personas o ministerios de una comunidad local, haríamos bien en recordar esa visión de la iglesia: la visión de Cristo de Su iglesia. La iglesia, en todo el mundo y a través de los siglos, no está principalmente trayendo reproche a Cristo. Más bien, la iglesia, junto a Cristo, está trayendo gloria al Padre y dando a conocer Su sabiduría a todos los poderes, terrenales y celestiales.

Él la sustenta

En segundo lugar, la iglesia no es solo un cuerpo. Es Su cuerpo (Ef 5:22; Col 1:18, 24). «Ustedes son el cuerpo de Cristo», dice Pablo a la iglesia (1 Co 12:27).

En la mejor referencia corporal de todas, Dios no solo «sometió todo bajo Sus pies [los de Cristo]» como soberano del universo en el trono mismo del cielo, sino que también Dios «lo dio [a Cristo] por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo» (Ef 1:22-23). La visión y el interés de Cristo por Su cuerpo asombra, va mucho más allá y desafía cualquier explicación humana. Esto debería, por lo menos, corregir nuestra forma de hablar imprudente.

Jesús ama a la iglesia como a Su propio cuerpo. Enfáticamente, Él no odia a Su propia carne, sino que la sustenta y la cuida (Ef 5:29). Jesús valora a Su iglesia. La ama, la cuida, le dedica con gusto Su atención. Le ha prometido Su lealtad, ser una sola carne con ella, aferrarse a ella, no renunciar a ella, no dejarla ni abandonarla nunca. «Cristo amó a la Iglesia y se dio Él mismo por ella» (Ef 5:25).

Él la limpia

El conocimiento que tiene Jesús de los defectos y fallas de Su iglesia es mucho más amplio que el de cualquier ser humano. Él conoce cada detalle de la maldad en curso. Conoce los pecados que intentamos ocultar. La visión elevada que Jesús tiene de Su iglesia no se debe en absoluto a que pase por alto ni a que consienta o suavice el pecado. Él murió para limpiar a Su iglesia de su pecado. No toma su pecado a la ligera. Él es el «Salvador» de su iglesia (Ef 5:23). Nadie se toma más en serio el pecado en la iglesia que Jesús. Él conoce la profundidad del pecado de Su iglesia. Sin embargo, la sigue amando.

No solo la escogió (a pesar de su pecado) y la cuida (a pesar de su pecado), sino que también la está limpiando de su pecado. Murió para asegurar a Su novia y para santificarla, para hacerla santa (Ef 5:26). Resucitó y vive para limpiarla «por el lavamiento del agua con la palabra» (Ef 5:26). ¿Nuestras palabras hacen eco de las Suyas? ¿Nos unimos a Él para lavarla, limpiarla, santificarla y edificarla con nuestras palabras? ¿O nos oponemos a Él, la insultamos, la mancillamos, la derribamos con el espíritu que albergamos y las palabras que pronunciamos en el mundo y publicamos en la web?

Se acerca el día en que Jesús «la presentará a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante» (Ef 5:27) cuando todos verán «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo» (Ap 21:2). Cristo está preparando a Su iglesia para las bodas, purificando el pecado, adornando a Su novia para ese día en que será presentada a Él, y todo ojo lo verá, por fin, en una majestuosidad sin igual.

Nadie se toma más en serio el pecado en la iglesia que Jesús

Duras palabras de amor

Aquí podríamos preguntarnos sobre las duras palabras del propio Jesús para Su novia. ¿No es el propio Esposo quien dice estas devastadoras palabras? «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi boca» (Ap 3:15-16). El amor por la Esposa de Cristo no significa el silencio sobre los pecados de iglesias particulares y santos específicos. Pero sí significa que tengamos cuidado en cómo hablamos de esos fracasos.

Parte de la limpieza de la iglesia significa corregirla, pero corregirla no significa despreciarla ni pintar sus pecados con grandes trazos. Cuando Cristo confronta a las iglesias en Apocalipsis 2-3, se dirige a iglesias específicas con sus propias fallas. Y al corregirlas, también las atrae hacia sí. Presta atención:

Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete. Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo (Ap 3:19-20).

Jesús no se queda sentado en su sillón emitiendo críticas sobre la iglesia, por mucho que, al menos por ahora, el pecado remanente permanezca en Su pueblo. Él «se dio por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras» (Tit 2:14). Él está redimiendo a Su iglesia de sus pecados, purificándola como pueblo para Sí mismo. No hay lugar para la desesperanza sobre el futuro de la iglesia. Jesús edificará Su iglesia (Mt 16:18) y la purificará.

Él está en pacto con ella

Por último, Jesús hace promesas a Su esposa para toda la vida, para toda la eternidad. Hace un pacto con ella.

Él le proveerá y la protegerá. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16:18). «Los justos», Su iglesia, «resplandecerán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13:43). Sorprendentemente, Jesús «se ceñirá para servir, y los sentará a la mesa [a Su pueblo], y acercándose, les servirá» (Lc 12:37). No solo vendrá a ellos, sino que los traerá a Sí mismo, para que se sienten con Él en Su mismo trono: «Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en Mi trono, como yo también vencí y me senté con Mi Padre en Su trono» (Ap 3:21).

Por ahora, las lágrimas permanecen. Nos enfrentamos a la muerte, luchamos contra el pecado remanente, soportamos el luto y el llanto, perseveramos en el dolor. Sin embargo, Él promete a Su iglesia que «enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor» (Ap 21:4). Esto cuando oímos una fuerte voz desde el trono que dice:

El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos (Ap 21:3).

Así nosotros, Su iglesia, recibiremos el cumplimiento de la grandiosa y continua promesa de la Escritura: Él será nuestro Dios, y nosotros seremos Su pueblo. Él se ha comprometido con nosotros. Lo tendremos. Lo conoceremos. Lo disfrutaremos. Viviremos con Él, para siempre.

Su iglesia es el pueblo que Él ha elegido para estar en medio de él por la eternidad.

¿Insultarías a Su novia?

Jesús escogió a Su esposa antes de la fundación del mundo. La cuida con energía y atención. La limpia y la prepara para presentársela pura y hermosa. Se compromete a ser de ella y con ella por toda la eternidad. El Señor del cielo ama a Su novia. ¿No te hace eso amarla aún más? ¿No te hace querer evitar hablar mal de ella descuidadamente?

No encubrimos los defectos de determinados líderes de iglesias, ni las tendencias particulares de los corazones pecadores. No encubrimos el mal. Tampoco generalizamos sobre la iglesia, pretendiendo ver y conocer los defectos que están más allá de nuestra ubicación en la nación, por no hablar de todo el mundo, y a través de los tiempos. No pretendemos que la iglesia esté aún completamente limpia. Cristo sigue trabajando en ella.

Cuando nos sintamos tentados a hablar mal de «la iglesia», los que proclamamos a Cristo haremos bien en recordar Su perspectiva y Su corazón, hablando con la gracia y la verdad de nuestro Salvador hacia Su novia.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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