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Jeremías 34-37 y Colosenses 1-2

“Los descendientes de Jonadab hijo de Recab han cumplido con la orden de no beber vino, y hasta el día de hoy no lo beben porque obedecen lo que su antepasado les ordenó. En cambio ustedes, aunque yo les he hablado en repetidas ocasiones, no me han hecho caso”
(Jeremías 35:14 NVI)

El uso religioso del Internet era casi desconocido algunos años atrás. La radio ha ejercido una enorme influencia por décadas, así como también la televisión por cable, pero poco era lo que se hacía en términos de participación en la web. Claro, eso ha cambiado notablemente en muy poco tiempo. Parece que hasta la iglesia más pequeña tiene hoy su página web, usa las redes sociales con éxito, y sube todos sus sermones y clases a diferentes plataformas. Todo esto no debe sorprendernos porque el pueblo de Dios siempre ha utilizado todos los medios a su alcance para difundir el mensaje del evangelio. Desde los tiempos bíblicos, los hombres y mujeres de Dios se han visto desafiados, buscando la mejor forma para preservar y difundir la Palabra del Señor.

Este interés difusor no nace solo del deseo de promover la religión o ciertos pensamientos, sino que nace del profundo deseo en el corazón de Dios por dar a conocer su propio corazón. Por ejemplo, una de las frases más repetidas y dolorosas en la profecía de Jeremías es: “yo les he hablado en repetidas ocasiones”. Dios se preocupó por dar a conocer su mensaje, envió sus siervos, no perdió tiempo, lo hizo repetidamente, una y otra vez. La insistencia de Dios por hablar y la negativa del ser humano para escuchar son los dos puntos opuestos que se han ido repitiendo durante todo el tiempo de nuestra corta y vertiginosa historia en este pequeño planeta azul.

Aunque sus siervos han aprendido a usar nuevos medios de comunicación y se están usando una infinidad de nuevos instrumentos masivos de transmisión e interacción, Dios sigue usando como fundamento el mismo modelo e intenta difundirlo con la misma insistencia. Por ejemplo, hay centenares de tipos de Biblias en el mercado: diferentes traducciones, con las palabras de Jesús en rojo, con las promesas divinas en colores, en versión popular o más tradicional, dividida en secuencia para leerla en un año, con letras grandes para los miopes, de bolsillo para los prácticos, con comentarios para los que quieren profundizar al instante, con referencias cruzadas, y con concordancias. La podemos tener en nuestros celulares en diversas versiones como apps, también leídas y dramatizadas en discos, audiolibros, y muchas formas más.

¿Cuál es la razón de Dios para tanta insistencia en comunicarnos su Palabra? La razón está en Jesucristo.

Existen además cientos, y quizá miles, de comentarios, diccionarios, y enciclopedias bíblicas que hoy podemos disfrutar en nuestras computadoras y abrirlas con un movimiento del mouse. Más aun, miles de personas han escrito libros testimoniales, teológicos, inspiracionales, didácticos, y con miles de objetivos más. Ellos han incluido tantas citas bíblicas que si llegáramos a perder la Biblia, solo con la reunión de las citas que se incluyen en los libros podríamos reunir de nuevo el texto bíblico completo sin problemas.

A todo esto podemos incluir las prédicas dominicales en cientos de miles de iglesias cada domingo, los cursos bíblicos, congresos, seminarios, consejeros, retiros, campamentos, ministerios específicos, emisoras de radio, música inspiracional, y más. Dios insiste en la fórmula: “yo les he hablado en repetidas ocasiones”. Philip Yancey decía en su libro El Jesús que nunca conocí que un catedrático de la Universidad de Chicago estimó que se ha escrito más acerca de Jesús en los últimos 20 años que en los 19 siglos anteriores (y eso fue escrito en 2002. Ya han pasado casi 20 años más de producción literaria).

Lamentablemente, seguimos sufriendo el síndrome del rey Joacim, quien aunque tuvo a Jeremías como un permanente vocero de Dios durante todo su reinado, nunca quiso prestarle atención. Por el contrario, en vez de escucharle, llegó a prohibirle al profeta que se le acerque y menos que le haga llegar los mensajes del Señor. Su hostilidad era tal que, cuando su escriba le estaba leyendo las profecías que Jeremías había hecho copiar en un libro, “A medida que Yehudi terminaba de leer tres o cuatro columnas, el rey las cortaba con un estilete de escriba y las echaba al fuego del brasero. Así hizo con todo el rollo, hasta que éste se consumió en el fuego” (Jer. 36:23 NVI).

Sin embargo, el Señor no se amilanó ni se amilana con el rechazo de ayer o de hoy. Mientras más se rechaza la Palabra de Dios, mientras más se le tira al baúl del olvido, mientras más se hace escarnio público y privado de sus consejos, tanto más el Señor se encarga de seguir difundiéndola sin cesar y en cantidades nunca antes vistas. Eso es lo que el Señor le ordenó a Jeremías en ese tiempo: “Luego que el rey quemó el rollo con las palabras que Jeremías le había dictado a Baruc, la palabra del Señor vino a Jeremías: ‘Toma otro rollo, y escribe exactamente lo mismo que estaba escrito en el primer rollo quemado por Joacim, rey de Judá…’. Entonces Jeremías tomó otro rollo y se lo dio al escriba Baruc hijo de Nerías. Baruc escribió en el rollo todo lo que jeremías le dictó, lo cual era idéntico a lo escrito en el rollo quemado por el rey Joacim. Se agregaron, además, muchas otras cosas semejantes” (Jer. 36:27-28,32 NVI).

Si el Señor nos da tantas oportunidades para conocerle, ¿qué esperamos para aprovecharlas?

Podríamos preguntarnos: ¿cuál es la razón de Dios para tanta insistencia en comunicarnos su Palabra? La razón está en Jesucristo, el Verbo encarnado, la Palabra Viva. Él es la razón de ser de la profecía, es el secreto que Dios quiso revelar a favor de los seres humanos. Cuando le descubrimos en las páginas de la Biblia empezamos a entender aun la razón de ser del universo: “Porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra… todo ha sido creado por medio de él y para él” (Col. 1:16 NVI). Cuando conocemos a Jesucristo, conocemos a Dios porque “Él es la imagen del Dios invisible…” (Col. 1:15 NVI). Cuando conozco a Jesucristo y lo que hizo por nosotros, entiendo que solo a través de Él hay salvación y perdón: “… Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados” (Col. 2:13 NVI). Al conocer lo que hizo por mí y vinculándome con Él en una entrega incondicional, puedo empezar a crecer espiritualmente y puedo empezar a ser conforme a lo que Dios desde la eternidad quiso que fuéramos.

Ese es el mensaje que el Señor ha repetido incansablemente desde la antigüedad. Su insistencia radica en que solo Cristo es la esperanza efectiva que todo hombre requiere, pero que no busca porque vive ajeno a la vida de Dios y está muerto espiritualmente. La gente le huye a la Escritura porque está prejuiciada producto de su rebeldía contra Dios, porque piensa que solo encontrará mandamientos anquilosados y sin sentido, solo ritualismo esclavizante y mentiras milenarias. Esa es una gran equivocación. Si leemos los evangelios, de seguro no vamos a encontrarnos con ritos, sino con milagros; no nos encontraremos con fórmulas para encontrar la felicidad, pero si nos encontraremos con Jesucristo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3 NVI). Él es el Señor y propietario de la verdadera felicidad porque Él es el dueño del universo y Señor de nuestras vidas.

¿Cómo los cristianos podemos mantenernos en tal esperanza? Hace dos mil años, otro vocero autorizado por Dios, el apóstol Pablo, dijo: “De esta esperanza ya han sabido por la palabra de verdad, que es el evangelio que ha llegado hasta ustedes. Este evangelio está dando fruto y creciendo en todo el mundo, como también ha sucedido entre ustedes desde el día en que supieron de la gracia de Dios y la comprendieron plenamente” (Col. 1:5b-6 NVI). ¿Quién es la fuente de nuestra esperanza? “La gloriosa riqueza de este misterio entre las naciones, que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria” (Col. 1:27 NVI).

¿Podremos justificar todavía nuestra ignorancia del consejo de Dios? ¿No será más que genuina ignorancia, una absurda petulancia? Si el Señor nos da tantas oportunidades para conocerle, ¿qué esperamos para aprovecharlas?


Imagen: Lightstock.
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