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Nota del editor: 

Este devocional está tomado del ebook Noticias de gran gozo: 25 reflexiones para celebrar el Adviento.

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«Él estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no lo conoció. A lo Suyo vino, y los Suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre» (Juan‬ ‭1:10-12).

El Creador caminó entre su creación. El Sustentador de todas las cosas fue sostenido en los brazos de una mujer que Él mismo formó. El Rey de todo se despojó de todo. El que amó al mundo fue rechazado por el mundo. El que conoce los detalles más íntimos del corazón de cada ser humano fue tratado como un desconocido.

Nada de esto fue un estorbo para cumplir su plan ni alteró su misión. Lo hizo porque quiso. Jesús ensució sus pies con el polvo que llena la tierra, aunque podría juntarlo todo con tres dedos (Is 40:12, RV60); Jesús permaneció callado ante las autoridades que lo acusaban, aunque Él «reduce a la nada a los gobernantes» (Is 40:23). 

La humildad, la vulnerabilidad, el rechazo y el desconocimiento no fueron impuestos sobre nuestro Salvador. El Señor se hizo siervo porque se deleitó en mostrar su gran amor, aunque ninguno de nosotros lo merecíamos.

El Creador tocó a los que eran considerados intocables y los sanó, restaurando el orden que el pecado robó a la creación. El sustentador fue afligido hasta la muerte, experimentando en carne propia la debilidad y el sufrimiento como nuestro sumo sacerdote. El Rey se puso de rodillas y lavó los pies de quienes lo traicionarían. El que amó al mundo, lo escuchó gritar «¡crucifícalo!» (Lc 23:21). El que nos conoce desde la eternidad, el que mira las profundidades más oscuras de nuestros corazones pecaminosos, fue a la cruz y dijo «consumado es» para pagar por nuestra maldad (Jn 19:30).

¿Habrá un amor mayor que este?

El sacrificio del Hijo es lo que hoy nos permite ser llamados hijos. La vida perfecta, muerte sacrificial y resurrección victoriosa de Cristo nos ha dado el derecho de correr hacia Dios y ser abrazados por el Padre. No se trata de lo bien que nos portamos o lo mucho que nos esforzamos. Se trata de quien Jesús es y lo que Él ha hecho a nuestro favor.

Hoy podemos caminar como lo que Cristo nos dio el derecho de llegar a ser. Deja de huir y mirar tu insuficiencia. Contempla la suficiencia del Creador y Sustentador; contempla la suficiencia del Rey que te conoce y te ama.

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