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¿Alguna vez has pensado en la conexión entre las «colas machucadas» y algunos silencios? Aquí en mi país le decimos «colas machucadas» a los asuntos reprochables e irresueltos que tenemos en nuestro pasado, los cuales nos acusan de tal forma que no tenemos solvencia para hablar de algunos temas. Entonces, es mejor no opinar ni criticar a otros, por aquello de no quedar en la misma situación o condición.

Recuerdo una vecina pendenciera que me dijo sobre otra mujer en tono amenazante: «Ella no debería hablar eso, tiene cuatro colas que le machuquen», refiriéndose a sus cuatro hijas.

Pareciera a simple vista que quedarse en silencio tiene cierta lógica y prudencia. Algunos incluso le llamarían «gracia». Abusamos del famoso «no juzguemos para que no nos juzguen»[1] mientras nos encogemos de hombros y bajamos la mirada. También citamos el «aquel que se cree firme, mire que no caiga»,[2] el cual no es un llamado a la mediocridad espiritual ni a formar clubes religiosos que se juntan a socializar sin enfrentar las realidades que ponen en riesgo sus almas.

Dios llora cuando, en Su nombre, nos enredamos produciendo fachadas atractivas que esconden infecciones peligrosas.[3] No fuimos llamados a formar clubes que se cubran las espaldas y permanezcan en la oscuridad. Fuimos llamados a presentar pelea juntos, en pos de la luz. Estar unidos en cualquier postura que no sea el amor y la verdad hace crecer un cáncer, no el reino de Dios. 

La gracia verdadera es muy valiente porque lucha en contra de la corriente mentirosa que grita por dentro: «no dejes que nadie vea tu lado horrible», «tú puedes solo», «no es para tanto; todos lo hacen», «déjalo en paz, es su problema».

La falta de confrontación amorosa es una especie de acuerdo cobarde para esquivar los pecados escondidos, tanto propios como de los demás. No hay nada más cruel y egoísta. Pero la gracia verdadera es un amor que no existe sin la verdad.[4]

No querer tocar ciertos pecados por temor a que descubran los nuestros es una muestra clara de que no comprendemos el evangelio en toda su potencia y belleza. Vivir solapando el pecado de otros para tapar el nuestro es echar a la basura la oferta inigualable de libertad que llega únicamente cuando vivimos en luz.[5]

Cuando hacemos de la confesión humilde de nuestras faltas una parte normal de nuestras vidas, proclamamos que confiamos en que Jesús pagó por nosotros y que nuestro valor no está en la imagen que proyectamos, sino en vivir de frente al Dios que nos conoce y ama sin fin.

Así, con nuestras colas libres de machucones, podremos llevar una vida tan gozosa que otros querrán lo mismo. Dejaremos de ser un montón de fachadas pintadas y seremos la familia que siempre debimos ser para Su gloria.


[1] Mt 7:1.
[2] 1 Co 10:12.
[3] Mt 23:27.
[4] Os 12:6; Sal 85:10.
[5] Is 1:18, Ef 5:8.
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