¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Un amigo de mi congregación creció sin conocer a su padre. No saber cómo era su papá o si este alguna vez lo amó le causó una gran desconsolación. Trataba de imaginar cómo sería su padre, pero la incertidumbre y la realidad siempre terminaban produciéndole tristeza. Esto lo llenó de odio hacía su padre, al punto de abandonar la esperanza de algún día llegar a conocerlo. 

Puede que, como le pasó a mi amigo, tu padre te haya abandonado. Pero esto jamás sucede en nuestra relación con Dios. En relación a él, la verdad es que somos huérfanos por voluntad propia; somos nosotros los que hemos huido de casa para poder vivir bajo otra autoridad. No queremos conocer ni saber cómo es Dios realmente. Es más —irónicamente, ya que Dios nos hizo a su imagen— nos hemos creado un dios a nuestra propia imagen.

Si realmente quieres saber quién es Dios, la solución no es adivinar cómo es él, sino conocer lo que él ha revelado de sí mismo y la manera en que lo ha hecho. No hay necesidad de crearnos imágenes ficticias de nuestro Padre. Al contrario, podemos buscarlo, hallarlo y conocerlo.

El Dios que se revela

Hay dos formas en las que Dios se nos ha revelado: la revelación natural y la revelación especial.

La creación nos dice mucho acerca Dios. La Palabra dice que “los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1-2). Al ver la creación podemos saber sobre la existencia de Dios e incluso algo de su identidad. Nosotros, al ser parte de lo creado, también vemos que en nuestra conciencia tenemos conocimiento de Dios (Rom. 1:19-20). ¿Por qué? La razón es que Dios hizo a los seres humanos a su imagen. 

La revelación natural nos revela quién es Dios. Pero el problema es que el hombre en su pecado suprime la verdad y se hace ciego ante la evidencia. El hombre no puede leer correctamente lo que Dios escribió en toda su creación, y por eso es un intento inútil construir nuestra teología por medio del razonamiento humano y el estudio de la naturaleza. Nuestra sabiduría no nos conducirá a Él. Por lo tanto, su revelación especial, es decir, es su Palabra escrita, se vuelve necesaria para nuestro conocimiento verdadero de Dios.

Esto no significa que Dios se haya revelado en un principio exclusivamente por medio de la creación y que por causa del pecado haya sido necesario que se revelara por su Palabra. Antes de la caída, Dios no solo se reveló a Adán por medio de su creación, sino también por su Palabra (Gn. 1:28-30; 2:15-17). Sin embargo, ahora que el hombre ha pecado, la revelación especial de Dios se vuelve indispensable para los propósitos divinos. 

Dios anhela darse a conocer a pesar de nuestra enemistad hacia él. Pero Dios no es como un niño jugando a las escondidillas. En su gracia Dios se ha revelado por medio de las Escrituras para que podamos conocerle. En su Palabra nos volvió a imprimir las verdades que ya había escrito en su creación, para que su revelación especial nos ayudara a comprender la revelación natural. Por eso su Palabra es indispensable y un regalo de gracia inmerecida. 

Dios no quiere que hagamos suposiciones y tratemos de adivinar su identidad y carácter; eso es idolatría. La Biblia es la revelación especial de Dios, porque es ahí donde se revela con mayor claridad para que podamos conocerlo. Nacemos de nuevo por su Palabra (1 Pe. 1:23), y vivimos por su Palabra (Mt. 4:4). Además, Pablo dijo que toda la “Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16). 

Conociendo al Creador 

En el siglo tercero había un hombre muy conocido por su sabiduría. En una ocasión, le preguntaron cómo pudo llegar a ser tan sabio, y él respondió:

“La fuente de todo lo que he aprendido está en dos libros. Uno es pequeño y el otro muy grande. El primero tiene muchas páginas, el segundo solo dos. Las páginas del primero son blancas y con muchas letras negras sobre ellas. Una de las páginas del libro grande es azul y la otra es verde. En la página azul hay una letra dorada y grande con muchas letras plateadas y pequeñas alrededor. En la página verde hay letras incontables de color rojo, blanco, amarillo, azul y dorado. El libro pequeño es la Biblia, y el grande es la naturaleza”. 

¿Te ha pasado que al ver una obra de arte, al escuchar tu canción favorita o al ver una película en el cine, te dan ganas de conocer al autor? Hay personas que si vieran a sus artistas favoritos en la calle, no pensarían dos veces en tomarse una foto o saludarlos.

Sal a caminar un poco, observa los árboles, y escucha a los pájaros cantar. Ve la majestuosidad de las montañas; ve la gran diversidad de personas al caminar, por la noche alza los ojos al cielo y ve el ejército de estrellas. Mira a tu alrededor, toma un libro y estudia la complejidad del cuerpo humano o de una delicada flor. Cuando termines de hacerlo, vuelve a pensar en la pregunta: ¿Te dan ganas de conocer al Autor?    

Podemos conocer al Creador de todas las cosas porque Él se ha revelado.

Dios es infinito y nosotros somos finitos, así que nunca podremos entender totalmente a Dios, ni lo conoceremos exhaustivamente. Sin embargo, esto no es algo que deba desalentarnos; al contrario, ¡debe emocionarnos! Invariablemente llegará el momento en que nos aburriremos de las cosas creadas y ya no nos satisfacerán. Pero conocer a Dios es una actividad que nunca puede terminar; siempre habrá más y más por conocer.

Ten ánimo. Él no ha cerrado su corazón como tal vez lo han hecho otras personas en tu vida. Dios se ha revelado para que puedas conocerlo y encontrar un gozo indescriptible en Él.


Imagen: Lightstock
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando