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Es domingo. Primer día de la semana. Algunas mujeres, discípulas de Jesús, se dirigen a la tumba dispuestas a terminar la preparación del cuerpo de Jesucristo, cosa que no pudieron hacer por el día de reposo. Llegan al lugar, y se detienen bruscamente. El temor las invade.

“No tengan miedo”, les dice el joven de ropas resplandecientes. No hay duda que es un ángel. Su vestimenta es de un blanco imposible, y es difícil ver su rostro por cómo resplandece. Tan difícil como intentar ver un relámpago. Los guardias romanos no se ven por ningún lado. A riesgo de su vida han huido del lugar. El terremoto el viernes fue más que suficiente, ¿pero un segundo (Mt. 28:2)? No les pagan lo suficiente como para esto.

Las mujeres están frente al ángel, con las especias aromáticas entre sus manos y la boca abierta. La piedra, esa enorme piedra de la cual en el camino se venían preguntando quién la removería, ya no está en su lugar.

Al igual que el cuerpo de Jesús.

¿Qué sucede aquí? Algo anda mal. ¿Se habrán robado el cuerpo? “Ha resucitado”, dice el ángel.

¡Resucitado! Esa palabra seguramente resonó en los oídos de todos aquellos que la oyeron. Al escuchar sobre la resurrección de Jesucristo, los discípulos reaccionaron de manera variada. Algunos creyeron. La mayoría dudó. Buscaron evidencia, verificación, porque así somos los seres humanos, ¿no? Se nos dificulta la fe. Si no vemos, no estamos dispuestos a creer las maravillas de Dios. Aunque Tomás se lleva la mala reputación de ser el discípulo que dudó, los evangelistas son muy claros: muchos de los discípulos dudaron (Mt. 28:17).

Entonces Jesús se manifiesta a sus discípulos por la noche, mientras están reunidos (Jn. 20:19-23), y los saluda con unas palabras que todos necesitamos: Paz a vosotros. Quizá algunos de los discípulos recordaron las palabras que había dicho Jesús:

“La paz les dejo, Mi paz les doy; no se las doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo. Oyeron que les dije: ‘Me voy, y vendré a ustedes’. Si Me amaran, se regocijarían, porque voy al Padre, ya que el Padre es mayor que Yo. Y se lo he dicho ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean”, Juan 14:27-29.

Todo era parte del plan. El arresto furtivo, el juicio injusto, la crucifixión sangrienta, la tumba vacía. ¿Quiénes fueron los responsables por todo esto? Herodes y Pilato fueron responsables. Los gentiles fueron responsables. Los judíos fueron responsables. Nosotros somos responsables (1 Pe. 2:24).

Pero al final, todo sucedió en el plan del Señor Soberano (Hch. 4:24). Y es por eso que el domingo es de gloria. Porque el glorioso plan de redención se ejecutó a la perfección, todas las piezas encajaron para que Jesucristo, el Salvador, triunfara para siempre sobre la muerte y el pecado.

Es la más grande historia jamás contada. ¿La has oído? ¿La has creído?

Un día como hoy celebramos la resurrección de nuestro Señor, y todos aquellos que son de Cristo pueden celebrar que así como Jesús resucitó, nosotros resucitaremos también. Esa es la esperanza cristiana. Jesús dijo (Jn. 11:25):

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”.

¿Crees esto?


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IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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