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¡No solo el Nuevo Testamento! El Antiguo Testamento también habla de tu justificación

Hay una perspectiva teológica que argumenta que la justificación no es una doctrina importante en el Antiguo Testamento. Se señala, por ejemplo, que no hay ningún texto que hable y relacione con claridad los conceptos de la depravación humana que merecen la condena de Dios, la declaración divina de justicia a aquellos que se acercan en arrepentimiento y fe, y la santificación que fluye de esa nueva relación con Dios (equivalente al mensaje de Romanos 1-8).

Sin embargo, desde otra perspectiva —la que voy a tomar en este breve artículo—, se puede argumentar que no solo aparecen doctrinas conectadas con la justificación en textos específicos del Antiguo Testamento (como veremos a continuación), sino que la justificación forma parte de la misma esencia de la historia del Antiguo Testamento de principio a fin.

La justificación a través de la historia del Antiguo Testamento

Pensemos brevemente en la gran historia del Antiguo Testamento. Aunque Dios creó a la humanidad a Su imagen, los humanos rechazaron a Dios y fueron destituidos de Su gloria. El Antiguo Testamento no da la impresión de que algunos son injustos y necesitan la salvación, mientras que otros son justos y aparentemente pueden salvarse a sí mismos. En cambio, deja bien claro que todos somos pecadores en rebelión contra Dios. Hemos sido exiliados espiritualmente del Edén y la justicia de Dios, representada en los querubines, hace imposible nuestro regreso a Su presencia (cp. Gn 3:24).

Como no podemos vivir a la altura de la norma justa de Dios y reconciliarnos con Él, es necesario que Dios mismo perdone a los humanos e inicie una relación con ellos. Esto es justamente lo que hizo en los pactos del Antiguo Testamento. De hecho, el pacto mosaico incluía un sistema de sacrificios que enseñaba al pueblo de Israel la importancia de un sacrificio sustitutorio para el perdón de sus pecados y poder caminar en una relación con Dios.

Dios busca a la humanidad y la invita a una relación de pacto donde los humanos son meros receptores de Su gracia. Por lo tanto, la salvación es monergista: Dios hace la obra, es decir, perdona y redime unilateralmente. Israel no tiene obras justas que ofrecerle a Dios en igualdad de condiciones.

La salvación es monergista: Dios hace la obra, es decir, perdona y redime unilateralmente

A lo largo del Antiguo Testamento, Dios perdona misericordiosamente a pecadores y restablece Su compromiso con ellos en Sus pactos. Es por esto que podemos decir que, al observar la gran historia, la justificación es una clave central para comprender el Antiguo Testamento de principio a fin.

Para conectar esta gran historia con el lenguaje típico de la teología protestante, podemos decir que, según el Antiguo Testamento, la humanidad no puede vivir a la altura de los estándares divinos (debido al pecado original y la depravación total), entonces Dios perdona misericordiosamente los pecados e inicia pactos con Su pueblo (por gracia sola), quienes reciben el perdón de Dios independientemente de sus obras (por fe sola) y la obediencia a las demandas del pacto es el fruto de que Dios establezca una relación salvífica con Israel (la santificación fluye de la justificación).

Aún más esclarecedor es el hecho de que el tipo de pacto que Dios ofrece a Su pueblo es básicamente la unión con Él mismo. Esto es evidente en la expresión constante en el Antiguo Testamento: ustedes serán Mi pueblo y Yo seré su Dios (p. ej., Éx 6:7; Jr 32:38) y en el uso repetido de imágenes de marido-mujer para describir la relación de Dios con Israel (p. ej., Os 2:19-20).

La lógica de la justificación en el Antiguo Testamento es que Dios nos creó para estar unidos a Él y, aunque lo abandonamos por otros amantes, Él nos busca gentilmente, perdona nuestros pecados, restablece el vínculo matrimonial y nos transforma a través de Su amor.

La justificación en textos específicos del Antiguo Testamento

Habiendo mostrado cómo la justificación forma parte de la esencia de la historia del Antiguo Testamento, no debería sorprendernos encontrar a lo largo de sus páginas textos específicos que resaltan componentes clave de la doctrina de la justificación.

Para este propósito, proporcionaré textos bíblicos divididos en tres categorías: 1) sobre la pecaminosidad de la humanidad y su incapacidad para salvarse a sí misma, 2) sobre la iniciativa de Dios para salvar a Israel, la importancia de la fe y la declaración de Dios de la justicia a la humanidad y 3) sobre la santificación que fluye de la justificación.

Como este es un artículo breve, solo puedo proporcionar una muestra de los muchos textos bíblicos que dan testimonio de estas verdades.

1) Respecto a la pecaminosidad de la humanidad y su incapacidad para salvarse a sí misma, los salmos aportan abundante testimonio:

  • Todos se han desviado, a una se han corrompido; / No hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno (Sal 14:3).
  • SEÑOR, si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades, / ¿Quién, oh Señor, podría permanecer? (130:3).
  • No entres en juicio con Tu siervo, / Porque no es justo delante de Ti ningún ser humano (143:2).
  • Yo nací en iniquidad, / Y en pecado me concibió mi madre (Sal 51:5).

El profeta Isaías deja en claro que, cualquiera que sean las obras justas que Israel crea tener, no son meritorias y, en ese sentido, carecen de valor a los ojos de Dios: «Yo declararé tu justicia y tus hechos, / Pero de nada te aprovecharán» (57:12), y «Todos nosotros somos como el inmundo, / Y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas» (64:6).

En resumen, después de la caída (Gn 3), simplemente no hay forma de que los humanos escapen de su condición pecaminosa por sus propios medios.

2) En cuanto a la iniciativa de Dios para salvar a Israel, la importancia de la fe y la declaración de justicia de Dios a la humanidad, el Salmo 103 relata todo lo que Dios mismo hace por los pecadores que se refugian en Él, incluido el perdón de los pecados:

Bendice, alma mía, al SEÑOR,
Y bendiga todo mi ser Su santo nombre.
Bendice, alma mía, al SEÑOR,
Y no olvides ninguno de Sus beneficios.
Él es el que perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus enfermedades;
El que rescata de la fosa tu vida,
El que te corona de bondad y compasión;
El que colma de bienes tus años,
Para que tu juventud se renueve como el águila (vv. 1-5).

El profeta Jeremías celebra la fidelidad y la misericordia de Dios a pesar del pecado de Israel y en medio del sufrimiento justo como castigo:

Que las misericordias del SEÑOR jamás terminan,
Pues nunca fallan Sus bondades;
Son nuevas cada mañana;
¡Grande es Tu fidelidad!
«El SEÑOR es mi porción», dice mi alma,
«Por tanto en Él espero» (Lam 2:22-24).

De manera similar, Daniel celebra la misericordia y el perdón de Dios a pesar del pecado de Israel: «Al Señor nuestro Dios pertenece la compasión y el perdón, porque nos hemos rebelado contra Él… Pues no es por nuestros propios méritos que presentamos nuestras súplicas delante de Ti, sino por Tu gran compasión» (Dn 9:9, 18).

El perdón por fe es posible porque Dios ha puesto toda la injusticia de Su pueblo sobre el Siervo sufriente

Uno de los textos más hermosos al respecto pertenece al profeta Miqueas, donde Dios perdona a Israel y honra el pacto que hizo con Abraham:

¿Qué Dios hay como Tú, que perdona la iniquidad
Y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad?
No persistirá en Su ira para siempre,
Porque se complace en la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
Eliminará nuestras iniquidades.
Sí, arrojarás a las profundidades del mar
Todos nuestros pecados.
Otorgarás a Jacob la verdad
Y a Abraham la misericordia,
Las cuales juraste a nuestros padres
Desde los días de antaño (Mi 7:18-20).

Dios mismo es quien nos salva y no lo hace por nuestras obras, sino que nos llama a tener fe. Tal vez el versículo más célebre del Antiguo Testamento sobre esto sea: «Y Abram creyó en el SEÑOR, y Él se lo reconoció por justicia» (Gn 15:6). Otro versículo famoso es: «Mas el justo por su fe vivirá» (Hab 2:4). De manera similar, el salmista dice:

¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada,
Cuyo pecado es cubierto!
¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el SEÑOR no culpa de iniquidad,
Y en cuyo espíritu no hay engaño!…
Te manifesté mi pecado,
Y no encubrí mi iniquidad.
Dije: «Confesaré mis transgresiones al SEÑOR»;
Y Tú perdonaste la culpa de mi pecado (Sal 32:1-2, 5).

La salvación no viene debido a nuestras propias obras, sino de Dios (Is 25:9). Por eso Él invita a Israel, por boca del profeta, a comprar bienes espirituales aunque no tengan crédito espiritual para pagar: «Todos los sedientos, vengan a las aguas; / Y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. / Vengan, compren vino y leche / Sin dinero y sin costo alguno» (Is 55:1). La única manera en que esto podría ser posible es si Dios acredita capital espiritual en la cuenta de los pecadores, es decir, si los considerara como poseedores de una justicia que de otra manera no tendrían.

Una parte importante del argumento del Antiguo Testamento muestra el deseo de Dios de estar con Sus criaturas

Este perdón por fe es posible porque Dios ha puesto toda la injusticia de Su pueblo sobre el Siervo sufriente, quien como un cordero sacrificial llevó nuestra iniquidad. Gracias a Él, podemos ser contados como justos:

Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades,
Y cargó con nuestros dolores.
Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado,
Por herido de Dios y afligido.
Pero Él fue herido por nuestras transgresiones,
Molido por nuestras iniquidades.
El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él,
Y por Sus heridas hemos sido sanados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
Nos apartamos cada cual por su camino;
Pero el SEÑOR hizo que cayera sobre Él
La iniquidad de todos nosotros (Is 53:4-6).

Estos textos (y muchos más) muestran que Dios inicia el perdón y la salvación de Su pueblo, al que acredita como justo por la fe, pues Él ha provisto lo necesario para expiar los pecados de Sus hijos.

3) En cuanto a la santificación que fluye de la justificación, una de las ideas fundamentales de la ética del Antiguo Testamento es la dinámica entre Dios revelando quién es Él y Su relación con Su pueblo, y luego diciéndoles cómo deben vivir a la luz de ese hecho. En términos generales, esto es conceptualmente similar a decir que la santificación fluye de la justificación.

Así, cuando Dios lleva a los israelitas al monte Sinaí, primero dice: «Yo soy el SEÑOR, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de esclavitud» (Éx 20:2), y luego da a Israel los Diez Mandamientos (vv. 3-17). De manera similar, el Shemá, «Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno», es seguido por un mandato: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6:4-5).

Israel no se santificó para entrar en relación con Dios, sino que se santificó a la luz de quién es Dios y de la relación que Él había establecido con Su pueblo.

Dios con Su pueblo

Como hemos visto, tanto a nivel macro como a nivel micro, la justificación es un tema importante y recurrente en el Antiguo Testamento.

A un nivel macro, una parte importante del argumento del Antiguo Testamento muestra el deseo de Dios de estar con Sus criaturas, el pecado del ser humano y su incapacidad de volver a Él. También muestra la iniciativa de Dios de restablecer la relación con la humanidad a través de pactos con Israel, el cual es llamado a reflejar el carácter de Dios a la luz de la relación que había establecido con ellos.

A un nivel micro, varios textos que se encuentran a lo largo de las Escrituras hebreas —en la Ley, los Profetas y los Escritos— refuerzan el argumento básico del Antiguo Testamento y resaltan temas clave para la doctrina de la justificación, como la depravación total, la necesidad de un sacrificio sustitutorio, la gracia de Dios, la justificación por la fe, la justicia acreditada y la santificación que fluye de la justificación.

Y todo esto, sostengo, debe verse a la luz de la oferta de Dios de habitar con Su pueblo. La palabra final de Dios es estar unido a Su pueblo, a pesar de la rebelión de ellos: «Y como se regocija el esposo por la esposa, / Tu Dios se regocijará por ti» (Is 62:5).

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