¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Jueces 17 – 19   y   Filipenses 1 – 2

Cuando entró en su casa tomó un cuchillo, y tomando a su concubina, la cortó en doce pedazos, miembro por miembro, y la envió por todo el territorio de Israel. Y todos los que lo veían, decían: Nada como esto jamás ha sucedido ni se ha visto desde el día en que los hijos de Israel subieron de la tierra de Egipto hasta el día de hoy. Consideradlo, tomad consejo y hablad”, Jueces 19:29-30.

Aldous Huxley escribió en 1939 un libro al que tituló “Ends and Means” (El Fin y los Medios). En su primera página, él señala: “Existe en nuestra civilización y ha existido durante casi treinta siglos, un consenso general acerca del cuál es la meta ideal que el esfuerzo humano persigue. Desde Isaías hasta Carlos Marx, los profetas han hablado con una sola voz. El Siglo de Oro futuro hacia el que miran, será el siglo de la libertad, de la paz, de la justicia y del amor fraterno… Con respecto a la meta, repito, existe y ha existido desde tiempo atrás consenso general. No ocurre otro tanto con respecto a los caminos que conducen a esa meta. En este terreno, la unanimidad y la certeza ceden su lugar a una confusión total, al choque de opiniones contradictorias que se sostienen dogmáticamente y se esgrimen con la violencia del fanatismo”.

Parafraseando a Huxley podríamos decir que ver la cumbre de la montaña siempre es fácil, sin embargo, saber la ruta para llegar a ella siempre tendrá sus bemoles. La economía liberal o conservadora, el uso intensivo de los recursos o la preservación de los ecosistemas, la conquista militar o los tratados diplomáticos, y así se suman y suman las propuestas y contrapropuestas para llegar a la cima del mundo.

Lamentablemente, los resultados de las buenas o malas decisiones nunca serán inocuos. “Lo que siembras cosechas” es una máxima bíblica de inclaudicable cumplimiento. Y cuando las cosas no resultan conforme a lo planeado, entonces, la degradación, con su contenido de humillación y vergüenza hace su aparición. Nada queda igual, siempre se paga con una cuota de dolorosa entrega. Este laboratorio de ensayo que es nuestra querida Latinoamérica nos da cuenta de lo mal que le puede ir a un pueblo cuando se toma el camino equivocado hacia la cumbre: “De los casi cuatrocientos millones de iberoamericanos, aproximadamente la mitad vive muy pobremente… La mayor parte de los pobres latinoamericanos son niños; y los niños son en su mayoría pobres. Tales niños están abocados a la mendicidad y al robo. Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el número de pobres se ha duplicado en América Latina desde la década de los setenta… La pobreza, o sus secuelas, es la primera causa de mortalidad infantil. Causa un millón y medio de muertes al año”. ¿Será cosa del destino? ¿Bastará con darle la vuelta al mapa del mundo para que quedemos arriba como lo pensaba Mafalda?

Israel vivió durante el tiempo de los Jueces una de sus más terribles degradaciones. Los principios que los israelitas rompieron son eternos, por eso es que a pesar de la distancia en tiempo que nos separa con ellos, debemos observarlos para evitar creer que por ese sendero se va a la cumbre.

El primero de ellos es el desgobierno. “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que a sus ojos le parecía bien”, Jueces 17:6. ¿No les parece conocida la frase? Pues sí, es la ultra individualidad de nuestros tiempos post modernos. Nada importa más que nosotros mismos, y no reconocemos más autoridad que nuestra propia ley. El resultado: vivir en un gran caos, sin orden ni concierto, obligados a convivir dándole la espalda a nuestros congéneres, luchando hasta quedar exánime por demostrar que soy diferente y libre.

El segundo es la rebaja de los valores. “Había un hombre de la región montañosa de Efraín, llamado Micaía. Y él dijo a su madre: Las mil cien piezas de plata que te quitaron, acerca de las cuales proferiste una maldición a mis oídos, he aquí, la plata está en mi poder; yo la tomé. Y su madre dijo: Bendito sea mi hijo por el SEÑOR”, Jueces 17:1-2. ¿No les parece conocida la frase? Pues sí, es la incapacidad de  castigo a la mala acción dentro del núcleo familiar. Si la madre de Micaía castigaba a su hijo se hubiera podido “traumar” el pobre hombre. La bondad sin justicia se convierte en un poderoso corrosivo del alma humana en sus componentes más sagrados. Charles Colson dice: “La moralidad no sólo se relaciona con un reconocimiento intelectual de estándares correctos, de cómo deben ser las cosas; la moralidad también tiene que ver con desarrollar virtud – es decir, todo el espectro de hábitos y disposiciones que constituyen el buen carácter. No es suficiente con asentir mentalmente a ciertos principios; debemos convertirnos en personas justas, valientes, pacientes, bondadosas, leales, amantes, persistentes y dedicadas al deber” (Y Ahora… ¿Cómo Viviremos? P.341). El resultado: hombres y mujeres con tan alta “autoestima” que nunca serán capaces de reconocer sus errores, porque les enseñamos que ellos son incapaces de equivocarse.

La tercera es el fetichismo religioso. “Cuando él devolvió la plata a su madre, su madre tomó doscientas piezas de plata y se las dio al platero que las convirtió en una imagen tallada y una de fundición, y quedaron en casa de Micaía. Y este hombre Micaía tenía un santuario, e hizo un efod e ídolos domésticos, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote”, Jueces 17:4-5. ¿No les parece conocida la frase? Pues sí, la individualidad había llevado a los hombres a percibir la religión como un asunto meramente personal, íntimo, en donde nadie más puede meterse. La poderosa nación de Israel había olvidado la grandeza de Dios y se había sumido nuevamente en la burda e ignorante idolatría. Micaía, además, estaba contento porque pudo convencer a un “religioso oficial” para que se encargue de su capilla privada: “Y Micaía dijo: Ahora sé que el SEÑOR me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote”, Jueces 17:13.

Está de moda la religión que dice lo que nos gusta, en donde sus “autoridades” son más bien, oráculos de nuestros propios pensamientos antes que los del Gran Dios. Lamentablemente, Micaía sufriría una desilusión. Su sacerdote se marchó con todo y sus dioses (robándoselos, por cierto) para unirse a un pequeño pueblo que le ofrecía mejores posibilidades profesionales. Esta fue la lógica: “Y ellos le respondieron: Calla, pon la mano sobre tu boca y ven con nosotros, y sé padre y sacerdote para nosotros. ¿Te es mejor ser sacerdote para la casa de un hombre, o ser sacerdote para una tribu y una familia de Israel? Y se alegró el corazón del sacerdote, y tomó el efod, los ídolos domésticos y la imagen tallada, y se fue en medio del pueblo”, Jueces 18:19-20. El resultado: Una fe cautiva dentro de los propios sentidos y posibilidades. Sujeta siempre a los vaivenes de la imaginación de los ídolos, que son delicadamente dirigidos por ocultos hilos humanos.

La cuarta es la laxitud social. “Y los hijos de Dan le dijeron:Que no se oiga tu voz entre nosotros, no sea que caigan sobre ti hombres fieros y pierdas tu vida y las vidas de los de tu casa”, Jueces 18:25. El pobre Micaía iba gritando detrás del pueblo que se había robado sus dioses y su sacerdote. Pero cuando no hay valores el supuesto orden siempre será del más fuerte. Y eso pasó en esta ocasión. Los de Dan no reconocieron nada, y una velada y muy diplomática amenaza silenció las demandas de Micaía.

Lo mismo sucedió con el levita del texto del encabezado. Creo que su historia es una de las más dramáticas de la Biblia. Su mujer le había sido infiel y había huido a la casa de su padre, seguramente para evitar un posible castigo al haber sido descubierta. El levita (cuyo nombre no aparece), loco de amor, fue por ella a la casa de su suegro, dispuesto a perdonarla y a recomenzar la relación. Ya de regreso con su mujer los problemas comenzaron.

El pudo haberse detenido en un pueblo extranjero a descansar, pero decidió buscar a sus propios hermanos para encontrar posada: “Cuando estaban cerca de Jebús, el día casi había declinado; y el criado dijo a su señor: Te ruego que vengas, nos desviemos, y entremos en esta ciudad de los jebuseos y pasemos la noche en ella. Pero su señor le dijo: No nos desviaremos para entrar en la ciudad de extranjeros que no son de los hijos de Israel, sino que iremos hasta Guibeá. Y dijo a su criado: Ven, acerquémonos a uno de estos lugares; y pasaremos la noche en Guibeá o en Ramá. Así que pasaron de largo y siguieron su camino, y el sol se puso sobre ellos cerca de Guibeá que pertenece a Benjamín. Y se desviaron allí para entrar y alojarse en Guibeá. Cuando entraron, se sentaron en la plaza de la ciudad porque nadie los llevó a su casa para pasar la noche”, Jueces 19:11-15.

La misericordiosa hospitalidad oriental no se daba a notar por ningún lado. ¿No les parece conocido? Pues sí, ahora también vivimos tiempos en donde la hospitalidad y la cordialidad han sido cambiadas por el desamparo y la hostilidad.  Lamentablemente, lo peor todavía no ha pasado. Un anciano finalmente los cobija en su casa, pero al llegar la noche, los hombres de la ciudad se arremolinan alrededor de la casa pidiendo “conocer” (sexualmente) al levita invitado. Los israelitas eran ahora más parecidos a los sodomitas del tiempo de Lot que al pueblo santo de Jehová. Ante la insistencia, el levita entregó a su mujer, quién fue violada hasta el amanecer y posteriormente murió. En su desesperación, el levita, corta a su mujer en pedazos y los envía por todas la tribus de Israel.

El resultado: La triste frase del encabezado, “Y todos los que lo veían, decían:Nada como esto jamás ha sucedido ni se ha visto desde el día en que los hijos de Israel subieron de la tierra de Egipto hasta el día de hoy. Consideradlo, tomad consejo y hablad”, Jueces 19:30. La tecnología nunca suplirá a la rectitud del corazón. Hoy por hoy seguimos viendo cosas horrorosas que dejan nuestro corazón vacío y desesperanzado. Todos los días la degradación de nuestra humanidad nos sorprende.

¿Qué hacer? No dejarnos caer en el egoísmo malsano, ni tampoco en el monasticismo evangélico que le da la espalda a la realidad. Debemos seguir siendo sal y luz que vence la degeneración y la oscuridad. Debemos nutrirnos de amor, y orar como el apóstol Pablo para que: “ que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento verdadero y en todo discernimiento, a fin de que escojáis lo mejor, para que seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo; llenos del fruto de justicia que es por medio de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios”, Filipenses 1:9-11.

No tenemos que andar a tientas buscando el camino hacia la cumbre. Desde allí, el Señor Jesucristo descendió para convertirse Él mismo en el camino. Su Palabra es un mapa de ruta que si la estudiamos a cabalidad nos permitirá llegar en el tiempo correcto.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando