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En enero de 1854, Stephen A. Douglas, senador del estado de Illinois en los Estados Unidos, introdujo un acta en el Congreso de los EE. UU. permitiendo a los pioneros asentarse en las tierras de la compra de Louisiana. El acta allanó el camino para la creación de los estados de Kansas y Nebraska.

Sin embargo, quedó una pregunta: ¿se permitirá la esclavitud del africano en los nuevos territorios? Los legisladores estaban divididos sobre el tema y al fin lograron un acuerdo: el Acta de Kansas-Nebraska dio permiso a los nuevos colonos para decidir el asunto.

Muchos cristianos de esa época concluyeron que debían actuar. Uno de ellos escribió un artículo en un periódico de Boston llamado The Christian Watchman and Reflector (El vigilante y pensador cristiano). Él le pidió a los pastores de los territorios que hablasen como “el profeta delante del rey”. Los ministros del evangelio tenían que levantarse ante el pueblo americano y reprender al gobierno por permitir la esclavitud. Unos años después, la guerra civil puso fin al debate en los campos de batalla empapados de sangre.

El escritor desconocido del periódico de Boston descubrió un problema con el que la iglesia todavía está lidiando: ¿cómo puede un cristiano permanecer fiel al evangelio e involucrarse en la política? Recordemos que en los Estados Unidos, así como en muchos países de América Latina, cada ciudadano tiene voto y la oportunidad de involucrarse en el gobierno como asesor político u oficial. Tenemos la responsabilidad inusual de tomar decisiones que consideramos que están dentro de los mejores intereses de nuestro prójimo. Esto es lo que hacemos cada vez que votamos como ciudadano o gobernante.

Buscar el bienestar de todos

El apóstol Pedro nos recuerda que debemos vivir como “extranjeros y peregrinos” (1 P. 2:11) en esta tierra, ya que este mundo (incluyendo la política) pasará. Al mismo tiempo, Pablo nos exhorta a hacer el bien a nuestro prójimo, especialmente a nuestros hermanos en la fe (Gá. 6:10). Esto implica procurar el bien de nuestros países y ciudades.

Entonces, aunque tenemos como prioridad nuestra vida espiritual, nuestras familias, y nuestras iglesias locales, y debemos tener una mentalidad de peregrinos en esta tierra, no hay duda de que Pablo tiene en mente lo que el profeta Jeremías dijo siglos antes a los extranjeros y peregrinos judíos exiliados en la tierra de Babilonia:

“Edifiquen casas y habítenlas, planten huertos y coman de su fruto. Tomen mujeres y tengan hijos e hijas, tomen mujeres para sus hijos y den sus hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y multiplíquense allí y no disminuyan. Y busquen el bienestar de la ciudad adonde los he desterrado, y rueguen al Señor por ella; porque en su bienestar tendrán bienestar”, Jeremías 29:5-7.

No deberíamos pensar que es imposible honrar a Dios y trabajar en la política al mismo tiempo.

Para el cristiano, buscar el bienestar de la ciudad incluye la política. No deberíamos pensar que es imposible honrar a Dios y trabajar en la política al mismo tiempo.

En este tema, es útil recordar la ocasión en que a Cristo le preguntaron sobre la legitimidad de pagar impuestos. Si te acuerdas de la historia, Él pidió un denario y le preguntó a las personas de quién era la imagen y la inscripción en la moneda. Ellas contestaron: “del César”, a lo que Él respondió: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:21). Muchos cristianos se aferran a este pasaje para separarse de la política. Aunque la Biblia afirma que los gobernantes puestos por Dios demandan nuestra lealtad (Ro. 13:1), César no puede demandar nuestra lealtad final.

Sin embargo, ¿quién es César en los EE. UU.? En cierto sentido, nosotros lo somos. Tu voto sitúa hombres y mujeres en el poder. También, como ciudadano de una república, puedes postularte a posiciones de poder. Yo tuve el privilegio de servir como representante estatal de una de las cámaras de la Asamblea General de Georgia por dieciséis años. Como cristiano y siervo de Dios, he sido profesor de seminario… y político al mismo tiempo. No es una contradicción. Todos los cristianos somos llamados a florecer en nuestras vocaciones, y esto incluye la política si esa es nuestra vocación.

Dos extremos inadecuados

Me temo que la desunión creciente que los cristianos experimentan hoy sobre este tema lleva a muchos creyentes a rasgarse las vestiduras y retirarse totalmente del escenario político o, al contrario, echar a un lado sus congregaciones inactivas con indignación y meterse de lleno a la acción social y política. Ninguna de las dos opciones son aceptables.

No podemos andar en el camino de retiro (lo que llamo el “impulso espiritual”) porque la Escritura nos exhorta a ser buenos prójimos en un mundo que necesita la luz del evangelio. Sin embargo, tampoco podemos andar en el otro extremo, el camino del activismo político (lo que llamo el “impulso político”), porque la predicación del evangelio sigue siendo nuestra misión primordial. El evangelio, no la política, es la única esperanza del mundo.

Sin embargo, como nos exhorta Pablo, tenemos una responsabilidad de honrar al Señor en todas las esferas, incluso en el trabajo político. La pregunta sigue siendo: ¿cómo lo hago? ¿Cómo puedo serle fiel al Señor en el trabajo político e evitar los extremos de inacción o activismo? ¿Habrá otro camino que no sea uno de los dos extremos mencionados?

Es posible mantenerse fiel al evangelio y participar en la política en un mundo caído: como profetas delante del rey.

El impulso profético

Creo que sí lo hay. Podemos mantenernos enfocados en el evangelio sin estar escondidos en nuestros vecindarios. Es posible mantenerse fiel al evangelio y participar en la política de un mundo caído: como profetas delante del rey. En mi experiencia como cristiano y político, le llamaré el impulso profético. No es algo fácil, especialmente cuando muchos cristianos no están de acuerdo en lo que demanda el evangelio, pero es posible. Se trata de mantener un balance correcto, sin caer en los extremos señalados, buscando testificar siempre a Cristo.

Como los profetas de la antigüedad, el llamamiento más elevado del cristiano es contarle al mundo la verdad de Jesucristo. El teólogo Kevin Vanhoozer exhortó a los pastores que fueran “como los profetas”, que “ejerzan un ministerio de decir la verdad […] comunicando el punto de vista de Dios, especialmente en lo que tiene que ver con la verdad acerca de Jesucristo”. Estoy de acuerdo, y aplicaría esta verdad a todo cristiano.

Cuando Dios hace que el pecador entienda el evangelio, su vida cambia. Su corazón se ablanda a Dios y al mundo que Él creó. Ser cristiano no solo cambia su relación con Dios, sino también su relación con su prójimo. Así que buscamos proclamar el evangelio y honrar a Dios en cada esfera a donde Él nos llame. Este “impulso profético” no es otra excusa para retirarse de los asuntos políticos.

Soy partidario del impulso profético porque, como los profetas de la antigüedad, deseo usar mi posición de influencia para conducir a los pecadores al Creador, recordarles su justicia, y llamarlos al arrepentimiento y la fe. Quiero que mi prójimo político conozca el evangelio. Como Pablo, deseo para mí y para todo creyente envuelto en la política que se mantenga andando “con rectitud en cuanto a la verdad del evangelio” (Gá. 2:14).

Así que si Dios te ha llamado al trabajo en la política, oro que te inclines hacia adentro (en tu iglesia), y hacia fuera (en tu comunidad) en los puestos políticos del país que en los que podemos participar por la soberanía de Dios. Oremos que el Señor nos dé un testimonio profético en la iglesia y en la sociedad, para la santificación de nuestras almas, el bienestar de nuestro prójimo, y para la gloria de Dios.


Imagen: Lightstock.
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