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Hay una especie de gozo en el arrepentimiento. Digo “una especie de” porque el arrepentimiento también es arduo, duro y enseña humildad. Piensa en Jean Valjean, en la obra de Les Misèrables, retorciéndose de dolor durante su soliloquio: “Siento mi vergüenza dentro de mí como un cuchillo!”. O en Eustace Clarence Scrubb, en Las crónicas de Narnia, al dejar de ser “dragón” por Aslan: “dolió peor que cualquier cosa que he sentido”.

No obstante, también hay gozo en el arrepentimiento. En el arrepentimiento, oramos como David:

“Haz que se regocijen los huesos que has quebrantado” (Salmo 51:8).

“Restitúyeme el gozo de tu salvación” (Salmo 51:12).

Puede parecer extraño que el arrepentimiento puede producir tanto dolor y gozo -—que los huesos de David pueden ser “aplastados” y sin embargo “se regocijan”—. Pero esto es consistente con el sabor del evangelio, que alcanza la vida a través de la muerte, el gozo a través del sufrimiento, el bien a través del mal. Podríamos decir que el arrepentimiento es al gozo lo que el Viernes Santo es a la Pascua —ese camino necesario de la agonía, muerte auto-humillante por la cual solamente podemos emerger a la luz y libertad más allá de lo que podríamos haber imaginado—.

¿Cómo podemos buscar el gozo en medio del arrepentimiento aplastante? Aquí hay cuatro pasos (no necesariamente en orden cronológico).

1. Reconoce plenamente el peso de tu pecado

Antes que David pidiera gozo en el Salmo 51:8 y 51:12, el reconoce el peso de su pecado: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas” (Salmo 51:4). El gozo del arrepentimiento fluye directamente de su pena; no hay camino para la mañana del domingo, excepto por la tarde del viernes.

Así, en el arrepentimiento, debemos reconocer plenamente el peso de nuestros pecados; debemos poseer el asombroso costo que mantuvo a Cristo en esa cruz; debemos enfrentar de lleno, sin excusa ni evasión, lo más profundo de nuestra culpabilidad ante un Dios santo.

Esto significa, primero, que debemos medir nuestros pecados bajo el estándar de Dios, en lugar de meros factores humanos —David oraba, “contra ti solo he pecado”, a pesar de que está arrepentido de los pecados más directamente cometidos contra Betsabé y Urías—. Y significa, en segundo lugar, que estamos de acuerdo con el juicio de Dios contra nuestro pecado, tal como oraba David, “Tú tienes razón de Tu veredicto y justificado cuando juzgas”. Puede parecer extraño pensar que el gozo puede venir de una experiencia tan humillante y pesada. Pero, en realidad, es el único camino al gozo verdadero. No hay Salmo 51:8 en regocijo sin previo Salmo 51:8 con reconocimiento.

2. Aférrate a las promesas de la gracia con valentía

En el evangelio, los pecados de cuales nos arrepentimos ya son perdonados incluso antes de arrepentirnos. Podríamos todavía tener que asumir las consecuencias de nuestros pecados por un tiempo, y tal vez incluso la disciplina de gracia del Señor. Pero a causa de la sangre de Cristo que justifica, nuestro estatus a los ojos del cielo nunca crece ni decrece con los altibajos de nuestra santificación. Cuando Cristo entra en nuestras vidas, estamos plena, eterna, e inalterablemente perdonados. Esto nos permite arrepentirnos con una especie de alegre despreocupación. El arrepentimiento es como decir perdón a un amigo después de que ya ha corrido, abrazado, besado, y aferrado a ti. No hay nada que ocultar, y nada que temer.

El evangelio también nos permite agarrarnos de las promesas de Dios para el perdón y cambiar mientras nos estamos arrepintiendo. La oración de David, “Hazme oír gozo y alegría” en el Salmo 51:8 está unida con su oración, “Lávame, y seré más blanco que la nieve” en el Salmo 51:7.

El arrepentimiento es como un medicamento con un sabor amargo que, no obstante, cura y nutre e incluso consola nuestro estómago. Si sabemos que la medicina va a funcionar, no importa tanto el sabor amargo. En el evangelio, el medicamento funciona.

3. Involucrar a otras personas, según corresponda

El arrepentimiento es ante todo una cuestión vertical coram Deo (ante el rostro de Dios). Pero el arrepentimiento sincero no puede evitar desbordarse sobre el plano horizontal también. Santiago 5:16 prevé una manera que podría suceder: “Confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados”

Cuando nos arrepentimos ante otros – en un contexto apropiado, y de una manera no-llamativa —Santiago dice que trae sanidad—. Nos libera de nuestro orgullo, edifica a los demás, y se pone de manifiesto públicamente el poder del evangelio.

Si estás luchando con un pecado habitual y no te has hecho responsable de ninguna manera, se honesto contigo mismo: Te puedes sentir mal por tu pecado, pero en realidad no te estás arrepintiendo de ello. El arrepentimiento es más que remordimiento, significa cambio.

Eleva la participación en tu arrepentimiento al involucrar a otros. Arriesga la humillación aplastante de la honestidad total. Puede ser tu camino hacia la libertad y gozo.

4. Medita en la intercesión de Cristo por ti

La intercesión celestial de Cristo no expía nuestro pecado, pero aplica los beneficios de su única y completa expiación para nosotros en nuestras luchas en tiempo real. Como el teólogo puritano Stephen Charnock lo puso: “es sobre todo pecado, que Él desempeña esta oficina, y por su interposición procura nuestro perdón miles de veces, y nos preserva de venir por debajo de todos los frutos de la reconciliación primeramente obtenidos por Él”.

La intercesión de Cristo es una ayuda increíble para encontrar el gozo en el arrepentimiento. Todos sabemos lo que es revolcarse en la culpa y la vergüenza de nuestro pecado, preguntándonos si a Dios se le ha acabado la paciencia. Miqueas 7:8-9 parece prever este tipo de condenación después de pecar, y cómo funciona la intercesión de Cristo como su respuesta: “Aunque more en tinieblas, el Señor es mi luz. La indignación del Señor soportaré, porque he pecado contra Él, hasta que defienda mi causa y establezca mi derecho”.

Cuando estés sentado en la oscuridad, con tus huesos aplastados por el peso del pecado y la culpa, recuerda esto: Él está orando por ti. Con toda la compasión del corazón de un padre por un hijo pródigo rebelde, y con todos los méritos y los derechos de alguien que ha pagado la pena completa en tu nombre, Él está llevando tu caso ante el Padre. Es un pensamiento asombroso que el mismo en contra quien has pecado defenderá tu causa.

Tal increíble amor cambia el tono de nuestro arrepentimiento. Nos da alegría en medio del dolor. Brilla una luz cuando estamos sentados en la oscuridad. Y nos da la esperanza de que nuestros huesos rotos pueden cantar de nuevo.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Hugo Ochoa.
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