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¿Cuántas personas debería tener mi iglesia? ¿Es el número de miembros algo importante? La respuesta a estas preguntas es sencilla, pero sus implicaciones son diversas, ya que la Iglesia del Señor se ve diferente en cada localidad.

La Biblia nunca indica cuántos miembros deberían tener nuestras iglesias locales. Sin embargo, nuestra percepción del número de membresía en nuestras iglesias y las acciones que tomamos al respecto pueden revelar la razón por la cual servimos a Dios. Estas son cuatro verdades a considerar cuando hablamos de este tema:

1. Más miembros no significa necesariamente éxito

Muchos creyentes miden el éxito de sus iglesias según la cantidad de personas que asisten a los servicios o el número de sus miembros. Es natural que nos aflijamos cuando algunos miembros se van y nos alegremos cuando nuevos miembros son agregados por el Señor (Hch. 2:47). Pero cometemos un gran error si medimos el triunfo del ministerio en nuestras iglesias según la cantidad de sillas que llenamos el domingo.

¿Te imaginas si el Señor hubiera evaluado así su ministerio? Él discipuló de manera especial solo a 12 apóstoles, y al final de su ministerio terrenal había perdido a muchos discípulos. ¿Su ministerio fue entonces un fracaso? De ninguna manera. Él dijo en su oración de despedida: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra” (Jn. 17:6). Ese era su gozo y la muestra de que había glorificado a Dios. No era cuestión de cantidad, sino de fidelidad al enseñar la Palabra a quienes Dios le dio.

Cometemos un gran error si medimos el triunfo del ministerio en nuestras iglesias según la cantidad de sillas que llenamos el domingo

2. Menos miembros no significa necesariamente fracaso

La iglesia en Laodicea era una asamblea próspera, rica y autosuficiente. Sin embargo, dejó la Palabra de Dios. Por esto el Señor la llama “infeliz, miserable, pobre, ciega, y desnuda” (Ap. 3:14-22). A Dios no le impresionan los muchos programas, ministerios, actividades, ni la popularidad de una iglesia que abandona la Palabra.

Sin embargo, sucede lo contrario cuando Él se refiere a iglesias pequeñas y fieles. Como la iglesia en Filadelfia, a la cual elogia porque “aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Ap. 3:8). De igual manera, reconoce a la iglesia en Esmirna y le dice: “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico)… Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:8-11). Una iglesia pequeña y sin prosperidad no es necesariamente una iglesia fracasada.

3. La fidelidad es la marca del éxito

No es la aparente grandeza de una iglesia lo que agrada a Dios, y tampoco es su pequeñez, sino su fidelidad a la Palabra y su servicio en la obra hasta la muerte. Cuando pasemos a la presencia celestial del Señor, nuestra esperanza no debe estar en que Él nos recibirá diciendo: “Bien, siervo popular y relevante; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré”. En cambio, deseamos que Él nos diga: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré” (Mt. 25:21).

Lamentablemente, para muchas iglesias es tentador diluir o abandonar el evangelio. Su objetivo es atraer multitudes que no aman la Palabra, pero tienen comezón de oír falsas doctrinas y conferencistas motivacionales evadiendo todo llamado a la santidad o al arrepentimiento (2 Ti. 4:3). En algunas congregaciones modernas el temor al hombre es más grande que el temor a Dios. La Biblia es solo un adorno en el púlpito, y la Palabra una nota al pie para sustentar el mensaje que el pastor siente que sus oyentes desean escuchar. Esto no debe ser así en nuestras iglesias si hemos de cumplir nuestra misión.

Cumplamos con nuestra misión principal mientras confiamos en Aquel que es poderoso para levantar fruto en el campo de la fidelidad

Oremos que el Señor nos guarde de dejar su Palabra en el intento de ser “relevantes y populares” siguiendo los estándares de este mundo. Que podamos decir como Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7).

4. Somos llamados a priorizar el discipulado eficaz

No importa si tu iglesia es pequeña o masiva, la pregunta más importante para evaluar el desarrollo de la obra es: ¿Estamos haciendo discípulos bíblicamente? ¿Estamos haciendo discípulos, bautizándolos y enseñándoles que guarden todas las cosas que el Señor mandó (Mt. 28.18-20)? Si estamos haciendo esto, descansemos en el Señor. Él añadirá a los que han de ser añadidos (Hch. 2:47).

Debemos anhelar que más personas conozcan a Cristo por medio de un discipulado bíblico de instrucción y corrección. A la vez, necesitamos que nuestra mayor motivación sea que otros adoren a Cristo y no simplemente sumar números a nuestra iglesia o reportes misioneros. Cuando discipulamos bíblicamente, nos multiplicamos y animamos a perseverar en el Señor. 

Como dicen Colin Marshall y Tony Payne: “el objetivo no es el crecimiento de la iglesia (en el sentido de que nuestra iglesia local aumente en miembros, presupuestos, sedes y reputación), sino el crecimiento del evangelio” (El enrejado y la vid, p. 34). Que esa sea nuestra visión. Sin importar el tamaño de nuestras iglesias, cumplamos con nuestra misión principal mientras confiamos en Aquel que es poderoso para levantar fruto en el campo de la fidelidad y el servicio, a treinta, a sesenta, y a ciento por uno (Mr. 4:20).

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