×

Hace años viví lo que podríamos llamar una crisis de fe. Un sábado en la tarde salí manejando sin rumbo, sin saber qué hacer, ni qué pensar, ni qué creer. Sentía que había tocado fondo. Cuestionaba si realmente lo que yo decía creer era cierto, si en verdad conocía a Cristo, si vivir para Él valía la pena.

Después de dar vueltas de un lado a otro, por fin estacioné mi auto de frente al oeste. Mientras miraba el atardecer, las lágrimas rodaban por mis mejillas de manera incontrolable. ¿Qué me pasó? ¿Cómo llegué hasta aquí?

Clamé al Señor con todas mis fuerzas, le rogué, le imploré que me sacara del pozo de la desesperación en el que me encontraba. ¡Nunca las palabras del Salmo 40 habían sido tan reales para mí! Le pedí que hiciera claro a mis ojos por qué estaba así, que me mostrara qué me estaba sucediendo.

Confrontada por la bondad de Dios

En Su bondad, el Señor me hizo ver que el centro del problema estaba en las mentiras que yo había creído hasta entonces, porque la idea que tenía de Dios no era real, no se ajustaba a Su Palabra. No había entendido bien el evangelio, ni la gracia y, especialmente, el carácter de Dios. Por eso miraba todo a través del lente equivocado.

Conocer el carácter de Dios no es solo para la academia, es necesario para todo creyente. No podemos amar en verdad a quien no conocemos

Cuando la idea que tenemos acerca de quién es Dios no es fiel a lo que Él dice de Sí mismo, sino que es más bien el resultado de algo que hemos concebido en nuestra mente, ¡estamos en serios problemas!

Por Su gracia, a partir de ese momento el Señor comenzó en mi vida lo que suelo llamar una «reforma espiritual», y lo hizo a través de Su Palabra. Lo cierto es que solo en ella podemos conocer realmente a Dios. Cuando vemos en las Escrituras quién es Él y las implicaciones de Su carácter, podemos vivir arraigados en la verdad y no en las circunstancias o aquellas cosas que quizá hemos creído, pero que distan mucho de la verdad.

Una de esas mentiras en las que yo había creído estaba relacionada con la bondad de Dios, algo que define Su carácter. La bondad de Dios apunta a la perfección de Su naturaleza, Él es bueno en Sí mismo. Su bondad se revela en Su amor y en Sus actos. Eso significa que Dios es bueno siempre y que todo lo que hace es bueno. La Escritura declara esta verdad una y otra vez, por ejemplo:

El SEÑOR es bueno para con todos,
Y Su compasión, sobre todas Sus obras (Sal 145:9).

[Él es] El que te corona de bondad y compasión (Sal 103:4b).

Justo es el Señor en todos Sus caminos,
Y bondadoso en todos Sus hechos (Sal 145:17).

Porque Dios es bueno en Sí mismo, Su bondad no está sujeta a nada; no depende de nuestro comportamiento o actitudes, ni de las circunstancias. ¡Eso da mucho consuelo y esperanza a nuestro corazón! Pero, además, Dios es el estándar perfecto de la bondad, solo Él es bueno (Mr 10:18). Cualquier acto de bondad que podamos hacer en este mundo caído es un reflejo de la imagen de Dios en nosotros.

¿Y por qué importa saber que Dios es bueno? Por muchas más razones de las que puedo incluir en este breve espacio, pero una de ella es esta: Si Dios es bueno, y así lo creemos, entonces cada cosa que suceda en nuestra vida es parte de Su bondad. Esa era una de mis luchas en aquel entonces, no confiaba en la bondad de Dios porque la evaluaba de acuerdo con mis circunstancias.

Su bondad más allá de las circunstancias

Romanos 8:28 es uno de los versículos más conocidos y memorizados en las Escrituras: «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito». Pero no es un texto aislado, Pablo, en el versículo 18, comenzó hablando de los sufrimientos que tenemos de este lado de la eternidad. Menciona cómo gemimos junto con la creación y nos recuerda que somos débiles, y es a la luz de todo esto que ahora nos dice, inspirado por el Espíritu Santo, que todo obra para el bien de los que aman a Dios.

Cuando el dolor toque a nuestra puerta, recordemos que es parte de un camino que Dios ha preparado para nosotros, en Su sabiduría y voluntad perfectas

El pasaje no dice que todas las cosas serán agradables o fáciles. Un divorcio no es algo bueno, un hijo enfermo no es algo agradable, un diagnóstico terminal no es algo que nos parezca bueno. En esencia, estas cosas no son lo que a nuestra vista parece bueno. Son dolorosas, son difíciles, quisiéramos cambiarlas o no vivirlas, ¿verdad? Si nos dieran a escoger, nadie escogería estas dificultades, ni ninguna otra. ¿Cuál es la verdad del pasaje entonces? Que Dios usará estas cosas para cumplir Sus propósitos. Y Sus propósitos siempre redundarán para Su gloria y el bien de los Suyos.

De este lado del sol habrá dolor, habrá enfermedad, tendremos injusticias, quebrantos, pérdidas, muerte; pero tenemos un Dios bueno que muestra bondad a quienes, sin duda alguna, no la merecemos. Nos ha mostrado Su bondad al enviarnos a Cristo para rescatarnos y darnos la promesa de una eternidad junto a Él.

Cuando el dolor toque a nuestra puerta, cuando no podamos encontrarle sentido a las circunstancias que nos rodean, recordemos que esas circunstancias son parte de un camino de bondad que Él ha preparado para nosotros, en Su sabiduría y voluntad perfectas. En momentos así, miremos a la cruz. Allí quedó probada Su bondad.

Hoy, más de diez años después de aquel día difícil, sigo regresando a estas verdades porque son el ancla que sostiene mi alma en días de lluvia y días de sol. He aprendido que conocer el carácter de Dios no es solo para la academia, es necesario para todo creyente. No podemos amar en verdad a quien no conocemos.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando