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Han pasado solo unos días desde que, entre sollozos y dolor, trataba de asimilar lo que veía en la sala de ultrasonido. En mi vientre había resguardado durante semanas a un pequeño ser que era la respuesta a incontables oraciones. Era un bebé anhelado por mucho tiempo y que había llegado de manera inesperada para alegrar mis días. 

Habían tratado de prepararme para lo peor, por las circunstancias complicadas que rodeaban el embarazo. Pero mi corazón no estaba listo para la experiencia desgarradora que estaba por vivir. No esperaba la ausencia de sus latidos y, mucho menos, ver su cuerpo inmóvil. Con dolor inimaginable me encontré viendo, en un monitor, el pequeño cuerpo sin vida de mi segundo hijo.

¿Cómo ver a un Dios bueno en situaciones como esta?

Dios siempre es bueno

Poder reconocer, cuando se tiene un corazón quebrantado, que el Señor es bueno, solo puede suceder por mérito Suyo. Su Palabra nos muestra una y otra vez la inmensurable bondad del Señor (Sal 100:5) y nos recuerda Sus hermosas intenciones (Jer 29:11). Sin embargo, no siempre es fácil reconocer estas verdades. 

Cristo es evidencia suficiente de que Dios es bueno. Su Espíritu me recuerda que por la pérdida de Su propio Hijo, el dolor por la muerte del mío será temporal

En la aflicción, mis pensamientos a veces acuden a la lógica. Considero que después de años de oración el Señor me dio contentamiento con tener un solo hijo, pero ¿luego me concede un segundo bebé por tan solo doce semanas? No tiene sentido para mi lógica humana. Pero a menudo la soberanía de Dios es incomprensible para nuestras mentes finitas. A pesar de eso, somos invitados a confiar en que es un Dios bueno, pues nuestras circunstancias no cambian quién es Él. Al recordar esto, mi corazón ha hallado fortaleza y ha apreciado Su bondad. Además, la Biblia está llena de relatos que para nosotros no tienen sentido desde un punto de vista meramente humano y manchado por el pecado; no obstante, tales relatos están impregnados de la bondad y la misericordia de Dios hacia Sus hijos amados. 

Cristo es evidencia suficiente de que Dios es bueno. Su Espíritu dirige mis ojos hacia Él y me conforta con la seguridad de que Él entiende mi sufrimiento. Me recuerda que por la pérdida de Su propio Hijo, por Su infinita bondad y amor, el dolor por la muerte del mío será temporal. Me consuela con la esperanza que me dio en Cristo. La muerte de mi bebé me lleva a Sus pies. Verdaderamente Dios es bueno y Su trabajo en mí también lo es (Ro 8:28).

Dios muestra Su obra buena

Reconozco con gozo que el Señor está moldeando mi corazón en medio de la pérdida. A través de los momentos más difíciles, Él sigue obrando para hacerme perfecta (Stg 1:3-4). Por ejemplo, en el sufrimiento apreciamos con esplendor nuestra impotencia. Cuando lloro por lo que he perdido, soy capaz de ver mi absoluta necesidad de Cristo. Entonces, Él reorienta mis afectos, enfoca mi visión distorsionada de la vida y me ayuda a reconocer Su perfecta soberanía. Me sostiene. Mi corazón se quebranta para ser conformada a Su imagen y Su Palabra es el bálsamo que alivia tanto dolor. La pérdida de un hijo es lo que el Señor me ha dado para obrar en mí y anhelar la gloria que nos espera junto a Él (Ro 8:18-19).

A través del dolor, Su Espíritu forja mi corazón para hacerlo como el de Cristo. Sí, este sufrimiento es parte de Su buena obra en mí

Esa tarde en la sala de ultrasonido no comprendía muchas cosas. Apenas podía reconocer el sufrimiento que estaba sintiendo, sin mencionar el que estaba por atravesar. Pero estaba segura de que el Señor era soberano sobre el corazón de mi hijo, pues por Su voluntad es que acontece lo bueno y lo malo (Lam 3:38). En ese momento pude entender que Su incomparable bondad obra en Su perfecta soberanía. Vi la bondad de Dios en mi angustia. Él es el Dios que obra por gracia en la vida de personas pecadoras como yo, para transformarlas a imagen de Su Hijo (Ro 8:28-29). A través del dolor, Su Espíritu forja mi corazón para hacerlo como el de Cristo. Sí, este sufrimiento es parte de Su buena obra en mí. 

Cada parte de mí sufre el dolor de mi pérdida, pero la bondad del Señor es evidente en mi angustia. Puedo sentir el obrar de Su Espíritu y aferrarme a lo único que necesito: Él. Esto es porque tenemos un Dios bueno que se complace en brindarnos consuelo cuando estamos en tribulación. Un Dios misericordioso que por gracia completará la obra que ha comenzado (Fil 1:6). Solo por Él, aún sintiendo con dolor la ausencia en mi vientre, puedo decir con gozo:

Prueben y vean que el Señor es bueno.
¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia! (Sal 34:8).

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