Según unas estadísticas recientes, alrededor de un 70 % de los jóvenes de Estados Unidos que profesan ser cristianos dejan la iglesia al entrar en la universidad. Esto representa un desafío que muchos cristianos enfrentamos o que pronto enfrentaremos en nuestros países.
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Qué rol tienen los miembros de la iglesia frente a esta situación, en la que tantos jóvenes abandonan la fe que profesaban?
Pareciera que el problema está solo en ir a la universidad, pero, aunque seguramente hay muchos factores involucrados, propongo que también tiene que ver con que los universitarios no encuentran en sus iglesias un lugar seguro para hablar sobre temas que puedan despertar algún tipo de controversia.
En mi caso personal, elegí una Licenciatura en Ciencias, específicamente en Física. Quizá me habrías dicho algo como: «¡Qué difícil ambiente para ser cristiana! Serás confrontada con tu fe, debes cuidarte mucho», lo que es cierto. Sin embargo, cuando entré a la universidad, aunque no me atemorizaba encontrar confrontación, mi sorpresa fue que, al contrario, hallé un ambiente muy dispuesto a escuchar y respetar lo que yo creía, incluso me hacían preguntas y consideraban mis respuestas. Si bien hubo profesores que explícitamente hacían comentarios en contra de Dios, gran parte de ellos consideraba al menos Su existencia o no encontraba ningún inconveniente con que una estudiante fuera cristiana.
Lo paradójico es que, mientras en mi universidad podía conversar sobre prácticamente todos los temas acerca de la relación entre la ciencia y la fe, no pasaba lo mismo cuando hablaba con mis hermanos en la fe.
Conversando en la iglesia sobre ciencia y fe
Las conversaciones en la iglesia sobre temas de ciencia y fe son difíciles para muchos hermanos. Creo que tiene que ver con que, como dijo el famoso biólogo ateo Richard Dawkins, «la ciencia y la religión pretenden responder preguntas profundas», y muchas de las respuestas se solapan entre ellas y cuando intentamos responder a veces se siente como que nos pasamos al terreno «del otro».
No necesitamos saber todo para hablar sobre ciencia y fe en la iglesia. La Biblia nos da pautas sencillas y claras para poder conversar entre hermanos
La ciencia y la teología son dos disciplinas profundas que requieren muchas horas de estudio y meditación, cada una llena de propias complejidades. Si revisamos la historia de las posturas científicas y de la interpretación bíblica, nos daremos cuenta de cómo cada una ha ido aumentando los conocimientos y afinando sus posturas respectivamente. Debido a esto, debemos ser cautelosos al hablar.
Sin embargo, no necesitamos tener toda la información para mantener una buena conversación sobre ciencia y fe en la iglesia. La Biblia nos da pautas sencillas y claras para poder conversar entre hermanos aunque no seamos expertos en todas las materias. Revisemos algunas de estas pautas bíblicas.
1. Evitemos la soberbia
Proverbios 13:10 dice: «Por la soberbia solo viene la contienda, / Pero con los que reciben consejos está la sabiduría». Solo se necesita un elemento para que una conversación se transforme rápidamente en una pelea: soberbia.
Ir con arrogancia a una conversación es más fácil de lo que crees. Muchas veces la confundimos con «convicción». Pensamos que tenemos que ir a defender un argumento sin siquiera haber escuchado antes lo que el otro tiene para decir. Pero tener convicción acerca de algo no significa que no puedas estar equivocado. Pregúntate: ¿hay algún tipo de evidencia o argumento que me podría convencer de lo contrario? Si la respuesta es no, entonces probablemente estás siendo soberbio.
Imagina que tú consideras la teoría de la evolución como incorrecta y un hermano se acerca a ti diciendo algo como: «Hermano, estoy batallando con la teoría de la evolución porque estoy encontrando mucha evidencia de ella». Si tu respuesta inmediata es decirle que esa teoría es un engaño, una mentira en la que él no debería caer o, peor, lo ridiculizas por considerarla, probablemente lo único que lograrás será desanimarlo. Si en cambio le dices: «Hermano, aunque creo que esa teoría es incorrecta, por favor, cuéntame qué aspectos te parecen que tienen sentido». Entonces el hermano se animará a hablarte más y a considerarte cada vez que tenga una batalla con temas difíciles.
2. Escuchemos con atención
Estar dispuestos a conversar es una muestra de amor por el otro. Proverbios 11:12 dice: «El que desprecia a su prójimo carece de entendimiento, / Pero el hombre prudente guarda silencio». Cuando vamos a hablar de temas difíciles, una manera de mostrar amor, y no soberbia, es guardar silencio. De ese modo le demuestras amor a tu prójimo cuando, en silencio, eres capaz de escuchar lo que tiene para decir, ya sean preguntas o argumentos, y los consideras con atención en tu mente. Si vas a ir a una conversación sobre ciencia y fe con algún tipo de predisposición, esta debe ser a escuchar.
La Biblia nos da pautas sencillas y claras para poder conversar entre hermanos aunque no seamos expertos en todas las materias
Proverbios 13:3 nos recuerda que «El que guarda su boca, preserva su vida; / El que mucho abre sus labios, termina en ruina». Obviamente en una conversación no puedes estar callado todo el tiempo: debes usar tus palabras, pero con sabiduría y discreción. Una buena manera de poner esto en práctica es haciendo preguntas.
Supongamos que una adolescente de tu iglesia se acerca para confesarte que ella cree que el sexo biológico no determina el género de una persona. Tú puedes preguntar: «¿Qué es lo que te hizo considerar esta idea?», «¿Por qué piensas que puede ser de esta manera?».
«¿Qué piensas sobre esto?», «¿Dónde leíste sobre eso?» podrían ser algunas preguntas básicas para comprender lo que tu hermano está intentando comunicarte. En vez de lanzar toda tu carga de argumentos, refrena tu lengua y, primero, haz preguntas amablemente. Esta es una excelente manera de participar de la conversación, de considerar lo que el otro dice, de recabar información y de mantenerte humilde. Entonces podrás responder mucho mejor.
3. Aprendamos entre hermanos
Ninguno de nosotros tiene la verdad completa acerca de todo. Necesitamos de otras personas y, en especial, de nuestros hermanos para contrastar visiones y aprender dónde tenemos que enmendar rumbos, pues «en la abundancia de consejeros está la victoria» (Pr 24:6). Mientras más podamos escuchar y aprender acerca de un asunto, más fácilmente podremos conversar sobre el tema. Cuando escuchemos de alguien un argumento que nos convence, agradezcámoselo con humildad, porque nos ha aclarado un asunto.
Por otra parte, cuando veamos que un hermano se queda sin palabras ante un argumento que dimos, no nos jactemos de ello, porque el Señor aborrece los ojos orgullosos (Pr 6:17). De esta manera, la conversación es una actividad que enriquece nuestro panorama y que pone en práctica la humildad y la compresión hacia el otro.
Necesitamos aprender a conversar sobre temas difíciles en la iglesia, porque la vida está repleta de temas difíciles
Piensa en la situación de una hermana que se siente desanimada porque en la iglesia se sostiene una postura acerca de los días de la creación en Génesis distinta a la que ella considera correcta. En un caso así, podríamos invitarla a buscar información juntos, intercambiar libros, videos o podcasts de posturas distintas a las que nosotros mismos tenemos, hablar con personas sabias o que conozcan del tema. Especialmente cuando es un tema secundario a las doctrinas fundamentales de la fe, no asumamos nada: todavía hay mucho que aprender y quién sabe si al final, tú también terminas dándote cuenta de que estabas en un error sobre cierto asunto relacionado a la ciencia y la fe.
4. Sigue a Jesús
Necesitamos aprender a conversar sobre temas difíciles porque la vida está repleta de temas difíciles. Sin embargo, aunque nuestro pecado hace que nos cueste conversar, aprender y dar nuestro brazo a torcer, regocijémonos en que hubo un ser humano en esta tierra que no cayó en el orgullo ni en la necedad: Cristo. Él fue humilde aunque no necesitaba ampliar Su comprensión de nada, porque ya estaba completo y Su perspectiva de cualquier asunto era perfecta. Seguirlo a Él es la lección más importante que necesitamos aprender.
Si necesitas un ejemplo de humildad al relacionarte con los temas difíciles, mira a Cristo. Él fue el único que pudo haber reaccionado con orgullo ante los malos argumentos, pero aún así no lo hizo. Él estaba lleno de sabiduría y, al mismo tiempo, fue completamente humilde (cp. Pr 11:2).
Jesús enseñaba con autoridad (Mt 7:28-29), pero también hacía preguntas honestas para que Sus oyentes pensaran (Mt 22:34-46) y evitó el conflicto cuando este era innecesario (Jn 8:48-59). Además, ¡incluso a veces llevaba comida para hacer las conversaciones más amenas! Pero también en los momentos precisos guardó silencio. Supo callar porque era prudente y sabía perfectamente cuál era el momento para hacer cada cosa, tal como sucedió cuando fue camino a la cruz en obediencia a Dios Padre, pero también en amor a Sus hermanos.
Considera pues, cómo una conversación difícil hecha en amor puede resguardar, restaurar o animar la fe de tu hermano.