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“Bienaventurados son ustedes cuando los hombres los aborrecen, cuando los apartan de sí, los colman de insultos y desechan su nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese día y salten de gozo, porque su recompensa es grande en el cielo, pues sus padres trataban de la misma manera a los profetas”, (Lc. 6:22-23).

“Vivan, luego, ¡sean felices hijos queridos de mi corazón! Y nunca olviden que hasta el día en que Dios se digne revelar el futuro al hombre, toda la sabiduría humana está contenida en estas palabras: ‘Espera y ten esperanza’”. — Alejandro Dumas

Hay una historia de un hombre y su nieta que están sentados en un banco del parque cuando un viajero les pregunta: “¿Es esta una ciudad amigable? Vengo de una ciudad llena de conflictos. ¿Es eso lo voy a encontrar aquí?”.

El abuelo le responde: “Sí, mi amigo, estoy seguro de que es lo que encontrarás”. Entristecido, el viajero continúa. 

En poco tiempo, otro viajero se detiene. “Vengo de un pueblo que tiene muchas personas maravillosas. Me pregunto, ¿encontraré personas encantadoras aquí?”.

El abuelo sonríe en respuesta. “¡Bienvenido amigo! Sí, sin duda las encontrarás!”.

A medida que el desconocido se aleja, la niña desconcertada pregunta: “Abuelo, ¿por qué diste a esos extraños dos respuestas diferentes a la misma pregunta?”.

El abuelo respondió: “El primer hombre buscaba conflicto, mientras que el segundo buscaba bondad. Cada uno encontrará exactamente lo que espera”.

Nos traemos a nosotros mismos a cada situación, a cada encuentro, a cada relación. La persona infeliz que sale de Dakota del Norte buscando la felicidad en California encuentra más sol y menos nieve, pero no más felicidad. El viajero californiano que es feliz descubre que su felicidad le acompaña. 

Las personas positivas experimentan adversidad, al igual que lo hacen las personas negativas. Sus expectativas no controlan las circunstancias, pero dan perspectiva. Los optimistas ven más bondad y encuentran elementos redentores incluso en los malos momentos. La Escritura dice: “La esperanza de los justos es alegría, pero la expectación de los impíos perecerá” (Proverbios 10:28). Del mismo modo, Proverbios 11:23 declara: “El deseo de los justos es solo el bien, pero la esperanza de los malvados es la ira”.

Disneylandia afirma ser el lugar más feliz sobre la Tierra, pero de acuerdo al programa de televisión “60 minutos”, los estudios muestran que la nación más feliz en la Tierra es Dinamarca. Los Estados Unidos, a pesar de su mayor riqueza, ocupan el lugar 23, y el Reino Unido el lugar 41. ¿Cuál es el notable secreto de Dinamarca, que la hace encabezar la lista de los más felices? Bajas expectativas. Las entrevistas en “60 minutos” demuestran que los daneses tienen sueños más modestos que los estadounidenses, y no les afecta tanto cuando sus esperanzas no se materializan.1

La manera en que se ve la vida en Dinamarca es algo compatible con la doctrina de la caída: en lugar de sorprenderse cuando no les va bien en la vida, los daneses agradecen que las cosas no sean peores, y se sorprenden felizmente por la salud y el éxito. Si tienen alimentos, ropa, vivienda, amigos, y familia, la vida les parece buena. 

Hay una base bíblica para ambas expectativas, tanto para la realista como para la positiva. Ciertamente vivimos en un mundo de sufrimiento y muerte. Pero como creyentes, entendemos que Dios está con nosotros y no nos abandonará, ¡y que un día viviremos en una Tierra redimida mucho más feliz que Dinamarca o Disneylandia en sus mejores días!

La preocupación viene por tener altas expectativas y bajo control, junto con esperar lo peor. No hay mayor enemigo a la felicidad. Hay un aspecto sutil de la preocupación: si algo nos importa, creemos que deberíamos preocuparnos, como si eso ayudara. De hecho, la preocupación no tiene ningún valor redentor. Cuando suceden cosas buenas, nos preocupa que vengan cosas malas. Cuando suceden cosas malas, nos preocupa que vengan cosas peores. Jesús preguntó: “¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?” (Lucas 12:25). Nada es más impotente que la preocupación, y nada roba más la felicidad en Cristo que ella.

Justo después de que nos enseñara a regocijarnos en el Señor, Pablo escribe en Filipenses 4:6: “Por nada estén afanosos”. La preocupación mata el gozo. Se especializa en el peor de los escenarios. En cambio, Dios le dice a sus hijos que hay mucho de lo cual podemos regocijarnos:

  • Él ya nos ha librado de lo peor, que es el infierno eterno.
  • Incluso si nos sucede algo terrible, Él lo utilizará para nuestro bien eterno.
  • A menudo las cosas malas no ocurren, y nuestra preocupación no tiene fundamento.
  • Sea que ocurran o no las cosas malas, nuestra preocupación no genera un cambio positivo.
  • La causa de todas nuestras preocupaciones (el pecado y la maldición) es temporal, y pronto estará detrás de nosotros, para siempre.

El mandato a regocijarnos no es una mera pretensión o una expectativa poco realista, tampoco es “pensamiento positivo”. Más bien, es abrazar nuestra vida actual, que incluye el sufrimiento. Pero incluso antes de que Dios quite todo sufrimiento, nos da razones reales para regocijarnos.

Jesús enfáticamente nos ordena no preocuparnos (Mat. 6:25, 34). Pero ¿cómo podemos evitarlo? En gran medida se evita ajustando nuestras expectativas basadas en sus promesas, no solo de que todo va a estar bien un día, en el cielo, sino también que Él está trabajando aquí y ahora, amorosamente logrando sus propósitos en nuestras vidas.

Max Lucado cuenta la historia de un niño en la playa que ansiosamente saca arena y llena un cubo. Usando una pala y un cubo plástico de color rojo brillante, crea un castillo de arena magnífico. Trabaja toda la tarde, haciendo una torre, paredes, e incluso un foso. No muy lejos, un hombre en su oficina organiza papeles en pilas y delega tareas. Presiona botones y teclas, hace ganancias y construye su propio castillo.

En ambos casos, el tiempo pasa. Sube la marea y los castillos se destruyen. Pero hay una gran diferencia. El niño espera lo que viene, y lo celebra. Está ansioso de que las olas golpeen su castillo. Él sonríe mientras se erosiona el castillo y se convierte nada más que en grumos sin forma en la arena. La vida del hombre de negocios también sube y baja, y las obras de sus manos desaparecen. Si no le quitan su castillo, lo sacarán de él. Pero prefiere no pensar en ello. A diferencia del niño, este hombre no está preparado para lo que sucederá. Mientras que el niño no tiene dolor ni pesar, el hombre hace todo lo posible por aferrarse a su castillo, y se pone inconsolable cuando su vida, casa, o negocio se pierden.2

Sin importar lo que venga hoy o mañana, que estas palabras del Señor a su pueblo Israel sean nuestra expectativa de la vida que Dios en última instancia tiene preparada para todos sus hijos: “‘Porque Yo sé los planes que tengo para ustedes,’ declara el Señor ‘planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11).

Padre de toda felicidad, nosotros esperamos que las cosas salgan como queremos, y nos decepcionamos rápidamente cuando eso no sucede. Buscamos nuestro contentamiento en muchos otros lugares fuera de ti. Ayúdanos a bajar la expectativa de tener una vida libre de estrés, y a elevar nuestra expectativa de quién eres, y la felicidad que tienes para nosotros, no solo en el futuro, sino también ahora. Líbranos de la preocupación que mata el gozo, ¡y danos el poder para aterrizar nuestro optimismo en las impresionantes realidades eternas que nos has prometido en Cristo!


[1] Morley Safer, “En busca de la felicidad”, video de CBS News, 12:06, de 60 Minutes, 15 de junio de 2008.
[2] Max Lucado, Y los ángeles guardaron silencio (Nashville: Thomas Nelson, 2013), 105-6.
Publicado originalmente en Eternal Perspective Ministries. Traducido por Alicia Ferreira.
Imagen: Lightstock.
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