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“Y Jacob le puso el nombre de Betel (Casa de Dios) al lugar donde Dios había hablado con él”, Génesis 35:15.

Jacob tiene una experiencia con Dios tan impactante y transformadora, que llama al lugar donde sucedió “Betel” o “Casa de Dios”.

Anteriormente, él había estado ahí y ese lugar le recordaba la continua obra de Dios a lo largo de toda su vida. Él dice, “Levantémonos, y subamos a Betel; y allí haré un altar a Dios, quien me respondió en el día de mi angustia, y que ha estado conmigo en el camino por donde he andado” (v. 35:3).

En esta nueva invitación de Dios a regresar al lugar donde anteriormente Él se había encontrado con Jacob, Dios ahora hace una obra tan profunda en él, que cambia inclusive su nombre (v. 10), su identidad misma, y le dice que le bendecirá en gran manera junto a su descendencia (v. 12).

Pudiéramos pensar que, como resultado de este encuentro con Dios, las cosas irían bien y serían de gran bendición y prosperidad para Jacob y los suyos. Sin embargo, esta impactante experiencia en la vida de Jacob está rodeada de varias muertes.

Primero, antes de este suceso, Déborah, nodriza de Rebecca, muere y es sepultada allí (v. 8). Luego, inmediatamente después de su encuentro con Dios, en el siguiente versículo lo vemos en una situación muy difícil para su familia; su querida esposa Raquel, que se encontraba embarazada, tiene una complicación en su parto y fallece dando a luz. Hacia el final del capítulo, vemos a Jacob regresar a Hebrón para, con su hermano Esaú, sepultar también a su padre Isaac (v. 29).

Esto nos recuerda que la obra de Dios en nosotros y en este camino de la vida, incluye el tener que experimentar “muertes” para poder experimentar también resurrección. No hay resurrección, o transformación profunda en nosotros, sin antes quebrantamiento. Esto se trata de una evidencia de la gracia redentora de Dios en los Suyos para que podamos encontrar nuestra seguridad, satisfacción, y significado solo en Él.

Las buenas noticias para ti y para mí son que la resurrección de nuestro Señor Jesucristo nos da la seguridad de que, aunque Él escoja quebrantarnos en maneras profundas que nos dejan marcados y, como Jacob, cojeando por el resto de nuestra vida; éstas reflejan su compromiso no solo con nosotros, sino también con las generaciones venideras. Además nos da, como a Jacob, la gracia para depender gozosamente de Él y reconocer que Dios “ha estado conmigo en el camino por donde he andado” (v. 35:3).

Piensa en esto hasta que tu corazón responda gozosamente en adoración.


Imagen: Lightstock.
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