La «podredumbre mental» (brain rot en inglés) fue la palabra del año de Oxford en 2024, definida como «el supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, visto especialmente como el resultado de un consumo exagerado de material (en particular, el contenido de internet) considerado como trivial o poco desafiante».
Es una de las jergas preferidas de la generación Z, que la utiliza de una manera metamoderna: simultáneamente como una expresión consciente de ironía («Sí, sabemos que nos estamos matando al desplazarnos por nuestras pantallas») y como un sincero grito que pide ayuda («Sé que me está matando, pero no puedo parar. ¡Ayuda!»).
Hablar de «podredumbre mental» es un tipo de mecanismo de defensa o un timbre de alarma en medio del vértice adictivo del desplazamiento no nutritivo. Sabemos que pasar tiempo en el celular es terrible para nosotros —cada día hay más evidencia de eso—, pero lo hacemos de todos modos. Llamarlo podredumbre mental al menos nos da el mínimo consuelo de la autoconsciencia.
Sabemos que pasar tiempo en el celular es terrible, pero lo hacemos de todos modos. Llamarlo podredumbre mental nos da el consuelo de la autoconsciencia
Las pantallas nos están haciendo dramáticamente menos conscientes (menos expertos en el autocontrol y la responsabilidad) y más neuróticos. La vida digital está llevando a una peor salud mental, una disminución de la capacidad cognitiva, acedia espiritual y hastío existencial. Pero el discurso que decimos con un guiño de complicidad sobre la «podredumbre mental» al menos señala la virtud de que sabemos que nos están pasando todas estas cosas malas.
El problema con el discurso sobre los males de la vida digital es que rara vez pasamos del discurso al cambio real. Aquí entra en juego un fatalismo tecnológico: la sensación de que estamos atrapados en la era del scroll y que simplemente no podemos vivir de otra manera.
Este es un punto aleccionador que Antón Barba-Kay plantea al principio de su libro A Web of Our Own Making [Una red hecha por nosotros mismos]:
Casi todo el mundo tiene serias dudas sobre los poderes de este nuevo genio que hemos dejado suelto. Casi todo el mundo sabe también que esas dudas han hecho y harán poco para frenar su desarrollo o moderar su expresión. […] Fuera de una minoría «tecnoutópica» y entusiasta, la mayoría de las personas con las que he hablado sobre las consecuencias de la tecnología digital en sus vidas se muestran a la vez indiferentes y resignadas. Por consiguiente, casi todas las conversaciones consisten en reconocer que es malo y disruptivo en algunos aspectos, pero muy útil y valioso en otros. La conclusión sigue siendo que, independientemente de lo deprimente o fantástico que sea su uso, es un hecho inescapable, por lo que realmente no importa lo que pensemos al respecto.
Podemos pensar de manera crítica en la tecnología y lamentar sus males todo el día. Pero ¿acaso no queremos dejar estos malos hábitos? ¿Tenemos la voluntad de realmente hacer un cambio? ¿Qué podemos hacer para revertir la podredumbre?
5 maneras en que las iglesias pueden ayudar a las personas a revertir la podredumbre
Estamos muy conscientes de los problemas. Ahora, ¿qué haremos al respecto? La iglesia está bien posicionada para ofrecer ideas factibles. A continuación, comparto cinco de ellas.
1. Normalizar espacios libres de teléfonos.
Muchas escuelas ahora prohíben el uso de teléfonos en las aulas. Bien. ¿Por qué las iglesias no hacen lo mismo? Haz que sea un hábito darles permiso a los congregantes para que dejen sus teléfonos en el auto, o al menos en el bolsillo, durante los servicios de adoración. Fomenta que la escuela dominical o los grupos pequeños sean libres de teléfonos. Esto podría significar proporcionar biblias físicas en cada asiento.
Haz lo que tengas que hacer. Haz que sea factible —y deseable— que cada semana la iglesia sea al menos una dosis de experiencia radicalmente analógica, encarnada y no centrada en las pantallas. Si la gente se acostumbra a esto en la iglesia, probablemente le resulte más fácil guardar sus dispositivos en otros momentos durante la semana.
2. Da ejemplo de un uso mínimo en internet.
Los padres, pastores, autores e influencers que hablan con frecuencia sobre los males del uso excesivo de los dispositivos móviles, ¿están practicando lo que predican? (¡Aquí me hablo a mí mismo!). Se aprende más con el ejemplo que con la enseñanza. No te limites a decirles a los adictos a lo digital que cambien; dales ejemplos de cómo se ve en la práctica. Muéstrales que es posible vivir de otra manera. Si eres pastor, probablemente no ayudarás a los «demasiado conectados» de tu rebaño «encontrándote con ellos donde están» en aplicaciones y feeds. Es más probable que los ayudes viviendo una vida feliz «menos conectada».
3. Crea la plausibilidad a través de una masa crítica.
Estar atado a tu teléfono inteligente sale caro. Pero para muchos, los costos percibidos de no estar atado se sienten mayores. Por eso a los padres les cuesta tanto decirles que no a los adolescentes que les ruegan que les den un teléfono. La presión de los compañeros adolescentes es potente. Si todos los demás niños de la escuela o la iglesia tienen un teléfono, resulta cruel y socialmente alienante obligar a tus hijos a ser los únicos que no lo tienen.
No te limites a decirles a los adictos a lo digital que cambien; dales ejemplos de cómo se ve en la práctica
Pero ¿qué pasaría si las iglesias fomentaran una masa crítica de familias en las que la mayoría de los niños no tuvieran teléfonos inteligentes ni redes sociales? ¿Qué pasaría si los padres en las iglesias se unieran para normalizar los «teléfonos tontos» en una microcomunidad de valores compartidos, guiados por los consejos prácticos de libros como The Tech Exit [La salida de la tecnología], de Clare Morell? Un cambio cultural generalizado requiere puntos de inflexión. La iglesia debería liderar el camino en este punto de inflexión en particular.
4. Practica ayunos digitales con toda la iglesia.
Esto puede parecer intimidante, pero ¿por qué no intentarlo? Experimenta con diferentes tipos de ayunos digitales o de medios. Quizás podrías empezar por desafiar a tu rebaño a no utilizar algún aspecto de su teléfono inteligente —quizás su más amada aplicación de redes sociales— durante dos o tres días. Debería ser un desafío lo suficientemente grande como para que se sienta doloroso.
Canaliza ese dolor hacia la adoración. Cada noche del ayuno digital, reúnanse como iglesia para tener comunión presencial, para orar y adorar juntos. Este tipo de abstinencia comunitaria puede iluminar y estimular, mostrando a las personas lo que es posible cuando se reemplaza el desplazamiento con la cabeza hacia abajo por la adoración y comunidad con los ojos levantados.
5. Cultiva una cultura de lectura.
Para ayudar a las personas a dejar de depender de las pantallas, debemos promover hábitos alternativos. Esto podría incluir pasar más tiempo al aire libre en contacto con la naturaleza (p. ej., organizar caminatas en grupo o paseos rutinarios por el vecindario) o actividades de servicio comunitario, grupos de ejercicio o salidas divertidas a la playa o a partidos deportivos.
Pero podría decirse que el mejor hábito alternativo al uso de pantallas que se puede promover es la lectura. Anima a tu gente a leer libros, a discutirlos y a asimilarlos en comunidad. La lectura nos ayuda a restaurar los músculos cognitivos que se atrofian en la era del desplazamiento digital. Para los cristianos, los músculos de la lectura son fundamentales para extraer la sabiduría de la Palabra de Dios. Crea clubes de lectura. Elabora listas de libros recomendados sobre diversos temas. Organiza eventos de preguntas y respuestas con autores. Coloca una biblioteca o una librería en el vestíbulo de la iglesia. Sean una iglesia lectora. Entrena a tu gente para que se convierta en un pueblo del Libro.