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Nota del editor: 

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Todos estamos siendo formados constantemente por algo: rutinas, comunidades, mentores, consumos, cultura, entre otras cosas. En la actualidad podemos agregar a la tecnología, que se ha convertido en un gran formador. ¿Has reflexionado en qué tipo de persona te están convirtiendo tus hábitos digitales?

Hábitos digitales

En la era del entretenimiento, usamos nuestros teléfonos como píldoras calmantes para nuestra ansiedad y dolor. Cuando estamos estresados, revisamos las redes sociales buscando un alivio inmediato. Es posible que lo que consumimos allí nos llene de alegría y satisfacción por un momento, pero nos deja vacíos a largo plazo. Ese es el mundo tecnologizado en el que vivimos.

Si queremos ser sabios en los tiempos que corren, debemos entender que los aparatos tecnológicos no son instrumentos neutrales que simplemente hacen lo que nosotros les ordenamos, sino que son herramientas que nos forman y deforman con cada uso.

A veces pensamos que la única influencia de la tecnología es a través del mensaje que comunica. Entonces creemos que si usamos las redes sociales para mantenernos informados y actualizados, estará bien. Sin embargo, como bien señaló el filósofo Marshall McLuhan, «el medio es el mensaje». El canal de comunicación tiene un impacto tan profundo en nuestras vidas como el contenido que transporta.

El uso de la tecnología es un acto espiritual, pues compite por nuestra devoción, por nuestro corazón

Por ejemplo, Neil Postman, discípulo de McLuhan, explicó cómo la vida cotidiana cambió con la introducción de la televisión. Pasamos de una cultura del discurso, basada en la palabra, a una cultura dominada por la imagen y entretenimiento, por lo visual, lo espectacular y lo inmediato.

Postman escribió esto en 1985 sobre la televisión, ¡cuánto más podemos hablar del impacto del Internet, las plataformas sociales y los dispositivos tecnológicos hoy! Todo está diseñado para captar y mantener nuestra atención, así funciona la economía del mundo digital. Al moldear nuestro uso del tiempo y el enfoque de nuestra atención, será inevitable que también moldee nuestras vidas.

Esto produce una fragmentación del alma, pues vivimos divididos entre notificaciones, multitareas e interrupciones constantes. Nos desvían y distraen de lo que verdaderamente importa. Es por eso que no solo debemos tener cuidado con el contenido que estamos consumiendo, sino también con las costumbres que estamos forjando gracias a los dispositivos que se adueñan de nuestro tiempo.

Liturgias digitales

Los cristianos hemos subestimado el poder formativo de los «pequeños hábitos», esas prácticas de las que apenas nos damos cuenta, rutinas que hemos adoptado sin mucha reflexión. Nos olvidamos que aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo moldea nuestro día, nuestra semana y, finalmente, nuestra vida. Los hábitos digitales dirigen nuestra atención y afectan profundamente nuestra salud espiritual.

Posiblemente, te pasa que te levantas en la mañana y lo primero que haces es agarrar tu teléfono celular. Tu única intención era mirar la hora, pero entonces tu atención se va tras las notificaciones de las redes sociales, mensajes de texto y llamadas perdidas. Cuando menos te das cuenta, has gastado treinta minutos o una hora en el celular, navegando sin un propósito definido, mientras deambulabas como un zombi desde tu cuarto, por el baño, hasta la cocina.

Observa tus hábitos y sabrás quién eres, qué amas, qué adoras

No creo que el día anterior hayas planificado estar una hora en redes sociales como tu primera tarea de la jornada. Sin embargo, es un hábito que tu celular formó, pues los teléfonos gritan por nuestra atención con sonidos, notificaciones y alarmas.

El autor Samuel D. James utiliza el término «liturgias digitales» para describir cómo la tecnología —desde plataformas digitales hasta dispositivos físicos— determina las prácticas repetitivas que moldean nuestras emociones. En ese sentido, es similar a como una liturgia religiosa da forma al corazón y a la imaginación de una persona.

Una liturgia, en el ámbito de la religión, es un patrón de palabras o acciones repetidas regularmente como una manera de adoración. Similar a la definición de «hábito», pero con el propósito explícito de adorar. Lo hacemos así porque sabemos que no solo es importante el «contenido» de la reunión, sino la estructura y las formas en la que se presenta tal contenido. El propósito último de este orden es movilizar nuestras mentes y corazones para ser formados a la imagen del Autor y Consumador de nuestra fe.

Así como cada iglesia tiene su liturgia (la comunión, la oración, el llamado a la adoración, el sermón, etc.), también la tecnología tiene su liturgia. Las notificaciones nos hacen un llamado, el scrolling prepara nuestro corazón y recibimos enseñanza en forma de videos, imágenes y comentarios; también respondemos con «me gusta» y reacciones.

Aunque pueda parecer extraño llamar «liturgias» a nuestros hábitos digitales y tecnológicos, es útil verlos desde esta perspectiva para no ignorar el efecto que tienen en nuestras vidas y corazones. Las liturgias digitales moldean nuestros hábitos y dirigen nuestra atención, y la atención, como han señalado algunos autores, es el comienzo de la devoción..

El Internet y la tecnología no proveen simplemente información, sino formación. En cierto sentido, el uso de la tecnología es un acto espiritual, pues compite por nuestra devoción, por nuestro corazón.

Disciplinas espirituales

Con esto no estoy diciendo que no debemos usar la tecnología, sino que debemos hacerlo de manera sabia, con discernimiento y estableciendo límites saludables para cuidar nuestro corazón y nuestra devoción por Dios.

Para lograrlo, primero, debemos reconocer el poder formativo de la tecnología. Las prácticas repetitivas forman nuestra vida, por lo que debemos vigilar activamente lo que nos estamos haciendo. Nuestros hábitos en línea nos entrenan en ciertos modos de vivir, ser y amar, muchas veces sin que seamos conscientes. No debemos consumir contenido ni usar tecnología sin discernimiento. Somos mayordomos, debemos cuidar nuestro corazón y nuestra mente (Pr 4:23).

En segundo lugar, debemos examinar en qué tipo de persona nos estamos convirtiendo. Observa tus hábitos y sabrás quién eres, qué amas, qué adoras. Necesitamos hacer una evaluación sincera sobre cómo los ritmos de nuestras vidas nos ayudan (o nos obstaculizan) a poner la mirada en Dios y cultivar la comunión con Él. Recuerda que lo que contemplamos nos transforma. Lo que domina tu atención, forma tu alma (Pr 4:20-23).

La vida espiritual no florece por accidente, sino que se cultiva con intención y esfuerzo, ya que la formación cristiana es contracultural, implica resistir al mundo

En tercer lugar, debemos cultivar contra-liturgias que reorienten nuestra atención y deseos hacia Cristo. Si estamos siendo malos mayordomos de nuestra atención, debemos reestructurar nuestras vidas hacia la gloria y la adoración a Dios, hacia la satisfacción en la persona de Cristo. Para esto, necesitamos hábitos que nos recuerden cada día quién es Dios, quiénes somos nosotros y hacia dónde vamos. Dios nos dejó hábitos para que podamos crecer en sabiduría y en comunión con él. En la historia de la iglesia estos hábitos se han conocido como las disciplinas espirituales.

La vida espiritual no florece por accidente, sino que se cultiva con intención y esfuerzo, ya que la formación cristiana es contracultural, porque implica resistirse a las narrativas y estructuras del mundo. Las disciplinas espirituales son como el gimnasio que entrena las motivaciones y deseos de nuestros corazones. No se trata solo de formar nuevos hábitos, sino también de eliminar rutinas inconscientes que deforman nuestra vida espiritual y deterioran nuestra comunión íntima con Dios.

Las disciplinas de leer la Biblia, meditar en su lectura, orar, ayunar, congregarse, servir a los hermanos, entre tantas otras prácticas, nos anclan a la verdad de Cristo. Estos hábitos son invitaciones y oportunidades para contemplar a Dios en el rostro de Cristo y profundizar nuestra relación con Él (2 Co 3:18; Sal 27:4).

Al perseverar en estos hábitos, seremos transformados en nuestra mente, corazón y alma por Dios Padre, a la imagen de Cristo, en el poder del Espíritu Santo.

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