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El término «católico» quizás sea uno de los términos peor interpretados en el mundo evangélico. Por eso se le atribuye una connotación negativa, ya que se lo ve como contrario a nuestra fe protestante y evangélica.

Esto pasa en gran medida porque esta palabra se ha utilizado hasta hoy como sinónimo de adherencia a la Iglesia católica romana. Pero este adjetivo no le pertenece a Roma, sino a todos los cristianos de todas las épocas y lugares que han confesado el evangelio verdadero. Es hora de recuperarlo de manera correcta.

Es importante reflexionar en el significado original de este adjetivo, ya que al entenderlo se nos abre una puerta para recuperar y apropiarnos de las riquezas que representa: credos, concilios y aportes de los padres de la iglesia. Muchos de los elementos que conforman esta riqueza han sido relegados al rincón del repudio evangélico, por sonar demasiado «romano», lo cual ha resultado en una gran pérdida para los cristianos evangélicos de hoy.

Veremos por qué Herman Bavinck dijo que «Ireneo, Agustín y Tomás de Aquino no pertenecen exclusivamente a Roma; son Padres y doctores con los que toda la iglesia cristiana tiene obligaciones».1

El término griego catholicós (καθολικός) significa «en su totalidad», «según el todo» o «en general», de allí el significado «universal». Entendida en un contexto religioso, la palabra católica hace referencia a la iglesia de todos los tiempos y en todos los lugares que han abrazado el único y verdadero evangelio. Vicente de Lerins (434 d. C.) la definió como la «fe que ha sido creída en todas partes, siempre, por todos».2

En todo tiempo y en todo lugar

La evidencia más temprana del uso de este término es la Carta a los Esmirniotas (108 d. C.) que Ignacio de Antioquía escribió a los cristianos en Esmirna, en la cual exhortaba a los cristianos a permanecer estrechamente unidos con su obispo: «Dondequiera que aparezca el obispo, que también esté la multitud [del pueblo]; así como, dondequiera que esté Jesucristo, allí está la iglesia católica [universal]».3

En otras palabras, el uso de este adjetivo «católico» para los cristianos de la Iglesia primitiva, sobre todo desde el siglo II,4 era la manera en que se referían y distinguían a los verdaderos cristianos de los herejes, ya que «la verdadera iglesia universal [católica] posee una sola y misma fe en el mundo entero».5 Por eso utilizaron esta expresión para definir a la iglesia como «una, santa, católica y apostólica».6

¿Y cuál es esa fe que todo creyente verdadero debería creer? Bavinck explica: «en el Credo de los Apóstoles, la catolicidad de la iglesia se ha convertido en la confesión de toda la cristiandad».7

En otras palabras, en este Credo se confiesa un resumen de nuestra fe:

Creo en Dios Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra;
y en Jesucristo, Su único Hijo, Señor nuestro;
que fue concebido del Espíritu Santo,
nació de la virgen María,
padeció bajo el poder de Poncio Pilatos;
fue crucificado, muerto y sepultado;
descendió a los infiernos;
al tercer día resucitó de entre los muertos;
subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso;
y desde allí vendrá al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,
la santa iglesia universal [católica],
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida perdurable. Amén.

Por ende, catolicidad se refiere a «la apreciación y recibimiento de las verdades bíblicas y cristianas que han sido enseñadas por cristianos de todo lugar y en distintos períodos de la historia. De esta manera, la catolicidad no está atada al pensamiento de un solo hombre o período» (Herman Bavinck, p. 6).

Católico reformado

Esto nos permite hablar de catolicidad reformada, ya que los reformadores del siglo XVI y sus herederos no se avergonzaron de seguir usando la etiqueta de «católico» para referirse a ellos mismos, porque no estaban haciendo su propio cristianismo desde cero. No fueron innovadores. Antes bien, construyeron sobre lo establecido en edades pasadas. Creían profundamente que la iglesia católica (universal) estaba de su lado.

Por eso el reformador italiano Pedro Mártir Vermiglio pudo afirmar:

No proponemos ninguna novedad, sino que más bien hemos regresado a la fuente de la enseñanza pura y apostólica… manteniendo la continuidad, la comunión y el compañerismo con todos los santos Padres y obispos que fueron verdaderamente ortodoxos… no hemos rechazado a la iglesia sino volvimos a ella».8

El teólogo y autor Matthew Barrett resume la posición de los reformadores de esta manera:

La Reforma fue un intento de renovar, no de reemplazar, la fe cristiana. Los reformadores se vieron a sí mismos en continuidad no solo con los Padres de la iglesia, sino también con los escolásticos medievales claves. Estaban decididos a recuperar la iglesia santa, católica y apostólica.

Ser reformado, por tanto, era ser católico, pero no romano.9 Los reformadores deseaban volver a la pureza del evangelio y peregrinar junto a la Iglesia universal, no aparte de ella. El objetivo de la Reforma fue ser más católico que Roma —que se había desviado del evangelio—, y sobre todo, ser más bíblico que Roma.10

Por tanto, si confesamos la verdad del evangelio y adoramos al Trino Dios revelado en la Biblia, no debemos menospreciar la riqueza de la historia de la iglesia, ni lo que ha creído y resumido en los primeros concilios universales y en otros credos como el apostólico y el credo de Atanasio. Somos parte de la iglesia universal, la iglesia de Jesucristo, y esa riqueza nos pertenece.

Una implicación de esto es que podemos tener unidad con aquellas tradiciones teológicas de las que diferimos en asuntos secundarios, como la postura sobre el milenio o la manera en que debería ser nuestra liturgia. Esto es porque lo que nos une es más fuerte que aquello que nos separa.

Esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también ustedes fueron llamados en una misma esperanza de su vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos (Ef 4:3-6).

No, la palabra “católico” no le pertenece a Roma. ¡Qué hermoso es saber que los creyentes pertenecemos al cuerpo de Cristo, el cual reúne a creyentes de todas las épocas y de todos los lugares donde se confieza Su nombre!


1. Citado en Fesko, J. V. Out of the Echo Chamber - Credo Magazine.
2. Vicente de Lerins, (434 d.C.). Commonitorio, Secc. 54-59, Cap. XXIII.
3. Ignacio de Antioquía, Carta a los Esmirniotas, VIII, I.
4. Geerhardus Vos, (1910). Dogmatiek. Grand Rapids, Mich. p. 24.
5. Ireneo de Lyon, Contra las herejías, 1.10.2, 3.
6. Credo promulgado en el Concilio de Nicea (325) y ampliado en el Concilio de Constantinopla (381).
7. Herman Bavinck, The Catholicity Of Christianity And The Church, Calvin Theological Journal 27 (1992), p. 220.
8. Pedro Mártir Vermiglio, como se cita en Reformed Catholic? Daniel R. Hyde.
9. Así se titula un libro que recomiendo ampliamente: Católico, pero no romano, (2025), Editorial Clie.
10. Sanders, F. (2018, 10 mayo). Why the Reformation Should Make You More catholic.
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