Sentados están los afligidos;
su dolor no tiene fronteras.
Buscan quién se digne oír
sus infinitos gemidos.
Sus lágrimas y gritos,
lo rojizo de sus ojos.
Síntomas del corazón
hecho pedazos.
Un acto de presencia
es el mejor consuelo.
El paciente silencio,
suficiente para el duelo.
Necesitan ser acompañados;
que los oigas y estés allí.
Que sufras con ellos,
sin sermones no solicitados.
Cuando tres amigos de Job, Elifaz, el temanita, Bildad, el suhita y Zofar, el naamatita, oyeron de todo este mal que había venido sobre él, vinieron cada uno de su lugar, pues se habían puesto de acuerdo para ir juntos a condolerse de él y a consolarlo. Y cuando alzaron los ojos desde lejos y no lo reconocieron, levantaron sus voces y lloraron. Cada uno de ellos rasgó su manto y esparcieron polvo hacia el cielo sobre sus cabezas. Entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy grande (Job 2:11-13).
Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran (Ro 12:15).