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En el corazón de Jerusalén, en el recinto del templo, nuestro Señor Jesucristo pronunció palabras que resuenan con poder profético hasta nuestros días:
Pero cuando ustedes vean a Jerusalén rodeada de ejércitos, sepan entonces que su desolación está cerca… Caerán a filo de espada y serán llevados cautivos a todas las naciones. Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan (Lc 21:20, 24).
La profecía del Señor revela una triple verdad: la desolación de la ciudad de Jerusalén, la dispersión del pueblo judío y la consumación de la historia con Su segunda venida. ¿Cómo entender estos eventos y cómo afecta nuestra vida cristiana esta profecía sobre Jerusalén?
La voz de Cristo en los tiempos del fin
Las declaraciones de Jesús no son meras predicciones, sino un mapa divino para Su pueblo que ilumina los eventos que precederán Su regreso glorioso. Sus palabras no son un acertijo para entretener a los eruditos, sino una exhortación para los hijos de Dios. Por eso, Él nos llama a discernir los tiempos: «Cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el reino de Dios está cerca» (v. 31).
Debemos seguir la voz de Cristo para saber interpretar el mundo y sus acontecimientos
No es la voz del mundo, con sus análisis geopolíticos o científicos, la que debe guiarnos, sino la revelación divina. Debemos seguir la voz de Cristo para saber interpretar el mundo y sus acontecimientos. Mientras los incrédulos atribuyen los terremotos solo al movimiento de las placas tectónicas o las crisis económicas solo a maniobras humanas, el creyente ve en estos eventos las señales de un Dios soberano que anuncia: «Levántense y alcen la cabeza, porque se acerca su redención» (v. 28).
Con esto en mente, te invito a explorar esta profecía de Jesús. Primero, quiero examinar el tono catastrófico de los eventos que rodean la profecía sobre Jerusalén, que señalan un mundo en agitación. Luego, reflexionar en el significado teológico y la esperanza de la profecía. Finalmente, aplicaré estas verdades a nuestro tiempo, bajo la luz de la soberanía absoluta de Dios sobre la historia y la redención.
Los eventos catastróficos
Las declaraciones de Jesús no son palabrería oscura y suelta en el aire, sino una profecía que anticipa eventos por cumplirse. Los cristianos entendemos que la Escritura es la norma última de la verdad y es digna de confianza. Por lo tanto, podemos encontrar en ella claridad y seguridad sobre los tiempos del fin.
Jesús advirtió que, antes de Su retorno, el mundo enfrentará una tribulación sin precedentes: «Los hombres desfallecerán por el temor y la expectación de las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21:26). Esta angustia no es un accidente cósmico, sino el resultado de dos realidades: la rebelión de la humanidad contra Dios y el justo juicio divino contra los que rechazan el evangelio.
La Biblia ofrece muchos ejemplos claros de cómo será el mundo antes del regreso de Cristo. En cierta ocasión, Jesús mismo señaló dos precedentes que sirven de comparación: los días de Noé y los de Lot (Lc 17:26-29).
Los terremotos, guerras y hambrunas no son muestras de caos y sinsentido, sino que son heraldos del reino que viene
En los días de Noé, «la tierra se había corrompido delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia» (Gn 6:11). La violencia no era solo física, sino un rechazo total a la autoridad divina, manifestado en corrupción, injusticia, inseguridad ciudadana y caos social. Los seres humanos vivían para sí mismos, ignorando a Dios. ¿No vemos ecos de esto en nuestros días? La inseguridad ciudadana, el desprecio por la ley y la exaltación del ego son señales de un mundo que se tambalea bajo su propio pecado.
De igual forma, Jesús comparó los tiempos del fin con los días de Lot, cuando Sodoma se hundió en la inmoralidad y la anarquía. Los habitantes de Sodoma no solo practicaban la inmoralidad sexual y toda clase de pecado, sino que además lo celebraban con arrogancia, atacando a quienes defendían la justicia (Gn 19:9; cp. Ro 1:32). También en nuestra época, la impiedad, la intolerancia y el desprecio por los valores divinos se ha normalizado.
Sin embargo, desde la perspectiva bíblica, estas señales no deben atemorizarnos, sorprendernos ni desalentarnos de nuestra misión. Sabemos que el corazón humano, sin la gracia regeneradora de Dios, siempre se inclina al mal (Jr 17:9). Pero también sabemos que Dios, en Su soberanía, usa estas rebeliones para cumplir Sus propósitos redentores para el bien Su pueblo y la gloria de Su nombre.
Por tanto, el cristiano no debe temer ni decaer. Las señales en los cielos, la tierra y el mar —terremotos, guerras, hambrunas— no son muestras de caos y sinsentido, sino que son heraldos del reino que viene. Como hijos de fe, afirmamos que Dios no ha perdido el control. Cada evento de la historia está ordenado por Su mano providencial y nuestro llamado es a velar, orar y proclamar con valor el evangelio, hasta que Cristo regrese.
La esperanza de la profecía
Para una mejor comprensión de esta profecía, debemos situarnos en el contexto en que Jesús la pronunció.
El Señor estaba en el corazón religioso de Jerusalén, rodeado de discípulos que admiraban la belleza del templo, que estaba «adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas» (Lc 21:5). Pero Jesús declaró con toda autoridad: «Vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada» (v. 6). Sus palabras no solo anticiparon la destrucción del templo en el año 70 d. C., a manos del Imperio romano, sino que además apuntan a un horizonte más amplio: el destino de Jerusalén en el cumplimiento del plan redentor.
Considero que hay una expresión de Jesús que es clave para entender la profecía sobre la ciudad: «Caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan» (v. 24, énfasis añadido). Es claro que Jesús describe un período de juicio divino sobre Israel. Los judíos serían dispersados y la ciudad santa quedaría bajo el dominio de los gentiles. La palabra «hollada» implica una conquista humillante, un recordatorio de que Israel, por su desobediencia, perdería el control de su capital.
Desde una perspectiva bíblica, este juicio no es un capricho divino, sino la consecuencia del pacto quebrantado por Israel. Dios había advertido que la desobediencia traería exilio y desolación (Dt 28:25, 33, 52). Sin embargo, también prometió restauración (Dt 30:1-5). De manera similar, la profecía de Jesús no es solo de juicio, sino que también hay indicios de esperanza: como explica el resto de la Escritura, los «tiempos de los gentiles» tendrán un fin y entonces Israel será restaurado, no por méritos propios, sino por la fidelidad y la gracia soberana de Dios (Ro 11:25-32).
Es crucial notar que Jesús no habla solo de eventos históricos, sino de señales escatológicas. Inmediatamente después de mencionar el dominio gentil sobre Jerusalén, dice: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas» (Lc 21:25). Estas palabras conectan la restauración de Israel con los eventos cósmicos que precederán el día del Señor (ver Ro 11:12).
Para el cristiano, esto nos recuerda que la historia no es cíclica ni aleatoria, sino lineal y dirigida por Dios hacia la consumación de Su reino. El mundo está dirigido por un Dios fiel a Sus palabras y a Su pueblo.
¿Qué debemos hacer los cristianos?
Vivimos en una era de convulsión global, donde las señales que Jesús describió parecen multiplicarse. Pero más allá de las guerras y desastres naturales, la profecía de Jesús sobre Jerusalén, vista a la luz de Romanos 11, invita a los cristianos a considerar el lugar de Israel en el plan redentor y el carácter de nuestro Dios soberano.
La soberanía absoluta de Dios es un ancla para los cristianos en medio de un mundo convulsionado
Desde hace varias décadas vemos un regreso masivo de los judíos a su antigua tierra, algo que muchos consideran un cumplimiento parcial de las promesas bíblicas. Sin embargo, Jerusalén sigue siendo un punto de contención entre muchas naciones. La presencia de la Cúpula de la Roca (lugar de culto para el Islam) donde estuvo construido el Segundo Templo de Jerusalén y las tensiones políticas actuales demuestran que los judíos aún no tienen pleno dominio sobre la ciudad, tal como Jesús predijo.
En la teología reformada, diferenciamos entre dos Israel: el geopolítico, que ocupa la tierra en la actualidad, y el remanente elegido para salvación (Ro 11:5). Con esto en mente, no debemos caer en especulaciones sensacionalistas, pero tampoco ignorar las Escrituras.
Si los judíos llegan a establecer un gobierno pleno sobre Jerusalén, entiendo que eso sería una señal poderosa de que «los tiempos de los gentiles» están llegando a su fin. Pero esto no implica que debamos apoyar ciegamente las políticas del estado moderno de Israel, sino que debemos orar con mayor fervor por la salvación de judíos y gentiles, sabiendo que solo Cristo traerá la paz verdadera. Como hijos de Dios, nuestra esperanza no está en lo que los gobiernos humanos puedan hacer, sino en el Rey que viene pronto.
Mirando al Rey que viene
La profecía de Jesús sobre Jerusalén es un recordatorio de que Dios es fiel y cumple Sus promesas, tanto de juicio como de redención y restauración. La soberanía absoluta de Dios es un ancla para los cristianos en medio de un mundo convulsionado. Por lo tanto, no debemos preocuparnos por especular sobre fechas y acontecimientos relacionados al regreso de Cristo, sino vivir para proclamar con valentía y confianza el evangelio de Cristo. También debemos esforzarnos por vivir en santidad mientras esperamos a nuestro Salvador, sabiendo que el fin está cada vez más cerca.
Los eventos mundiales, lejos de atemorizarnos, nos llaman a levantar la cabeza, porque nuestra redención está cerca (Lc 21:28). Que el Espíritu Santo nos dé discernimiento para ver las señales, valentía para predicar el evangelio y esperanza para aguardar el día en que Cristo, el Rey de reyes, regrese en gloria.
Hasta entonces, que nuestro clamor sea: «¡Ven pronto, Señor Jesús!» (Ap 22:20).