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Hay días que quisiera olvidar;
tacharlos del almanaque,
borrarlos del calendario de la vida
y no tener que lamentar.

Hay pecados que hubiese querido no cometer
y palabras que preferiría no haber pronunciado.

Días, palabras y pecados
que están allí, como aguijón.
Si tuviera una máquina
para volver al pasado
y así raerlos para siempre.

Removerlos de la existencia
totalmente, al punto
que ni siquiera lleguen
a la categoría de recuerdo.

Por ahora los tengo que asumir,
es como si llevaran mi apellido.
No los puedo negar. Son míos.
¡Qué vergüenza!

En Él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de Su gracia (Ef 1:7).

 

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