Antes de pasar a responder esta pregunta tan importante, es necesario hacer algunas aclaraciones.
La primera es que no estoy tratando de inclinar el corazón de los lectores de este blog hacia ningún candidato en particular entre los que aspiran llegar a la presidencia en el proceso electoral en que nos encontramos (en República Dominicana). Así que, por favor, no lean entre líneas, que lo que quiero decir es exactamente lo que digo.
Lo segundo es que debemos tener cuidado al extrapolar lo que la Biblia dice con respecto a este tema, ya que Israel era una teocracia y nosotros no lo somos. No obstante, los principios generales que encontramos en la Biblia pueden ser usados como guía en este asunto.
Lo tercero es que ningún ser humano, creyente o no, puede llenar perfectamente la medida de un buen gobernante; ese estándar solo puede llenarlo nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, miramos hacia el ideal con el propósito de buscar el candidato que parece más idóneo.
Habiendo aclarado esto, he aquí como luce un buen gobernante.
Un buen gobernante es un hombre apto para gobernar
Esto es tan obvio que no creo que necesite hacer mucho esfuerzo para probar mi punto. Si tengo problemas de salud debo buscar un médico que sea bueno en lo que él sabe hacer: curar a los enfermos. Pues de la misma manera, el hombre que Dios ha capacitado para dirigir una nación debe ser apto para gobernar. Y ¿eso qué significa? Creo que un buen punto de partida para responder esta pregunta lo encontramos en este pasaje de 1R. 3:6-10:
“Y Salomón dijo: Tú hiciste gran misericordia a tu siervo David mi padre, porque él anduvo delante de ti en verdad, en justicia, y con rectitud de corazón para contigo; y tú le has reservado esta tu gran misericordia, en que le diste hijo que se sentase en su trono, como sucede en este día. Ahora pues, Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir. Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? Y agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto”.
La palabra “entendimiento” que aparece aquí da la idea de un hombre que escucha con atención y con interés; mientras que la palabra discernimiento apunta hacia la capacidad que tiene este hombre de distinguir entre una cosa y otra. Este hombre posee un buen entendimiento y, por lo tanto, puede tomar una buena decisión.
Salomón sabía que esa sabiduría viene Dios y por eso la pidió en oración y el Señor se la concedió. Pero, como vimos en el artículo anterior, Dios en Su misericordia provee de aptitud a algunos hombres para beneficio del pueblo, aunque ellos mismos no reconozcan que esa capacidad viene de Dios. Tal parece que Solón fue un hombre sabio, a pesar de que era un pagano. Y cuando José interpretó el sueño a Faraón le recomendó buscar entre sus hombres “un varón prudente y sabio” para ponerlo sobre la tierra de Egipto (Gn. 41:33). La palabra hebrea que RV traduce como “prudente” en este texto del Génesis, da la idea de un individuo con visión, que puede diagnosticar con precisión un problema; mientras que la palabra “sabio” señala más bien su capacidad para buscar la solución apropiada; siempre implica una capacidad constructiva. Ahora sabemos que Faraón escogió a José, pero el punto que deseo resaltar aquí es que José parecía presuponer que existía la posibilidad de que hubiese un hombre así en la corte de Faraón, a pesar de que eran paganos. Y era un hombre así lo que Egipto necesitaba: un varón prudente y sabio. El gobernante de una nación debe saber gobernar. Debe ser un hombre entendido y prudente. Decía Lyndon Johnson que “la tarea más difícil de un presidente no es hacer lo recto, sino saber qué es lo recto”.
Un buen gobernante es un hombre comprometido con la justicia
Una de las funciones clave de los gobiernos humanos es proteger a los gobernados contra todo aquello que perjudique sus legítimos intereses (comp. Ex. 18:21; Deut. 16:18-20; 27:19; 1R. 3:9; Sal. 72:1-4, 12-14; Pr. 16:12; 29:14; 31:4-5, 8-9; Rom. 13:3).
Si hay algo con lo debe estar comprometido un gobernante es con la justicia. Dice la Escritura en Pr. 14:34 que “la justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones”. El próximo encabezado está íntimamente relacionado con éste.
Un buen gobernante es un hombre que no se sitúa a sí mismo por encima de la ley
Uno de los puntos que todos los candidatos a cualquier puesto político enfatizan es su propia honestidad. Todos se presentan a sí mismos como hombres honestos. El problema es que nosotros no tenemos a la mano todas las herramientas necesarias para confirmar ese rasgo de carácter en ellos; y aún en el caso de que posean esa virtud, todo el mundo es susceptible de corromperse al alcanzar una posición de preeminencia.
Ese es uno de los puntos por los que se critica el gobierno sugerido por Platón en La República. Platón estaba en contra de la democracia; él decía que ese sistema no funciona porque no asegura la selección del más apto o del que más le conviene a la mayoría. Lo que él recomendaba era el gobierno de un rey filósofo, alguien debidamente entrenado para gobernar que actuara como un guardián del pueblo.
Pero alguien pregunta: “¿Qué retendrá al guardián – el rey filósofo – de aprovecharse de su situación? No es ningún consuelo saber que el gobernante es un experto. Si nuestros gobernantes han de ser corruptos, entonces cuanto más incompetentes sean, mejor. De este modo, al menos, harán menos daño”. En otras palabras: “¿Quién nos guarda de los guardianes?”
Este problema posee una sola solución: un sistema de gobierno donde el poder judicial actúe independiente y equitativamente, donde aún los gobernantes sean plausibles de ser llamados a responder por sus actos. Pensemos en el caso del rey Acab y la viña de Nabot (en ese caso Dios mismo lo juzgó). Ningún ser humano puede estar por encima de la ley, ni los líderes civiles ni los religiosos (comp. el caso de Pablo en Hch. 25:11).
Un buen gobernante se rodea de hombres íntegros y competentes
Los hombres de los que se rodea un gobernante poseen una importancia capital, porque ningún hombre puede gobernar solo. Por lo tanto, la Biblia enfatiza la necesidad de que los gobernantes se rodeen de hombres íntegros y competentes (comp. Sal. 101:7; Pr. 25:5; Ecl. 10:5-7, 16-17). El caso de Roboam en la Biblia es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando un gobernante se rodea de hombres ineptos.
Conclusión
A la luz de todo esto, es obvio que debemos orar a Dios para que actúe a favor de nuestro pueblo en las elecciones de mañana. Que obre en Su gracia común para que sea electo el candidato más apto. Muchos tienen una postura definida de cuál de los candidatos es el más apto, pero aún así debemos recordar que nosotros no conocemos el futuro y, por lo tanto, al orar debemos hacerlo con cautela, pidiendo al Señor que frustre nuestro voto si la persona que tenemos en mente no ha de ser el que más beneficie a la nación.
Por otra parte, espero que haya sido obvio también que el Único soberano digno de toda nuestra confianza es nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Cuando las Escrituras trazan el perfil de lo que debe ser un buen gobernante, la figura que sirve de modelo es la de nuestro Señor. Él es perfectamente apto para gobernar: Su sabiduría es infinita, lo mismo que Su poder y Su bondad. Él siempre gobierna para el bien de Su pueblo. Dice la Escritura que Él ha hecho un pacto con nosotros de no volverse atrás de hacernos bien.
Es tal Su disposición a favorecernos que no escatimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que “se despojó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).
Ese es nuestro Rey; Ese es nuestro Soberano y, por lo tanto, el objeto supremo de nuestra confianza. Y ahora yo te pregunto para terminar: ¿Puedes decir que Cristo es tu soberano, porque has venido a Él en arrepentimiento y fe y voluntariamente te has sometido a Su señorío? Porque si no es así, éste es un buen momento para deponer tu soberbia y tu orgullo y humillarte delante de Él, arrepintiéndote de todos tus pecados y descansando solo en Cristo y en Su obra de redención para la salvación de tu alma. Él y solo Él vivió la vida de obediencia perfecta al Padre que ninguno de nosotros podría vivir jamás, y luego murió en la cruz del calvario para pagar por nuestras desobediencias. Y ahora Dios promete poner en nuestra cuenta la justicia perfecta de Su Hijo, únicamente por medio de la fe (comp. 2Cor. 5:21; Rom. 3:21-28).
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.