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La oración es un disciplina practicada desde tiempos antiguos y consiste en dirigirnos a Dios -con palabras- para adorarlo, presentarle nuestras necesidades, darle gracias y pedirle perdón por nuestros pecados. El pueblo de Dios siempre que se dedicó a la oración, vio los beneficios de la misma. Ya en el Nuevo Testamento fue enseñada de manera particular por el Señor, pues él mismo fue un modelo de oración, de carácter, de espiritualidad y de piedad durante toda su vida.

Pero cuando hablamos de orar, el énfasis que Jesús hace -por lo que enseñó y por el ejemplo que dejó- es que la oración es sobre todas las cosas una disciplina privada. Para decirlo de otra manera, la oración debe ser practicada, si es posible, a solas. Entendemos -cuando leemos el libro de los Hechos y las epístolas- que la oración colectiva tiene un lugar relevante en la vida de la iglesia, pero no debemos ignorar el valor y la necesidad de orar individualmente. Ambas prácticas son importantes. Ambas cumplen un propósito.

Sin embargo, cuando Jesús está predicando el Sermón del Monte, les advierte a sus discípulos de no ser como los hipócritas que quieren ser vistos por los hombres y les dice: «Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (Mateo 6:6).

Por eso, a partir de este mandato e invitación que nuestro Señor hace, vamos a considerar cinco aspectos y beneficios propios de la oración privada:

1. El efecto lógico y más practico de la oración personal, es que nos ayuda a evitar distracciones y de esa manera podemos centrar nuestra atención en Dios. Cuando estamos a solas en alguna habitación, será más fácil enfocarnos en lo que oramos.

2. La oración privada, nos provee un tiempo para meditar en nuestras acciones y así examinarlas a la luz de la palabra de Dios. Dicho de otra manera, cuando estamos a solas podemos pesar nuestras acciones, actitudes y motivaciones y pedirle a Dios que nos guíe en el camino eterno (Salmos 139:23-24).

3. Asimismo, la oración privada provee un escenario propicio para  el arrepentimiento de pecados, ya que por lo general nos inhibimos cuando estamos rodeados de otras personas. En las devociones personales, podemos confesar a Dios nuestras ofensas con mayor sinceridad. Aunque en ocasiones, entendemos que es correcto y necesario confesar nuestros pecados a otros hermanos (Santiago 5:16).

4. De otro lado, la oración personal nos debe recordar que los creyentes vamos a rendir cuentas individualmente por nuestros actos. Aunque la vida cristiana se da en un contexto de comunidad, los creyentes seremos juzgados y recompensados por nuestras acciones individuales. El apóstol Pablo decía que Dios  «…pagará a cada uno conforme a sus obras» (Romanos 2:6).

5. Para terminar, tomando como referencia la promesa que Jesús hace a sus discípulos, concluimos que la oración privada resalta la importancia de valorar más la opinión de Dios que la del hombre. La oración personal, se constituye en unas de las disciplinas que solo son vistas y recompensadas por Él, porque «tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (S. Mateo 6:6).

Por lo tanto, los creyentes debemos procurar desarrollar el hábito de la oración personal, y si es posible en un lugar apartado, alejados del bullicio y las distracciones. La oración privada es un mandato que se constituye en un medio de bendiciones y contribuye a nuestro crecimiento espiritual. Por eso cierra la puerta.

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