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“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1Pedro 4:11).

En cierto modo, todos los dones que Dios reparte a los cristianos pertenecen a una de estas dos categorías funcionales: o tienen que ver con nuestro hablar o tienen que ver con nuestro servicio.

En cuanto a la primera de estas dos categorías, es muy probable que Pedro no se esté limitando únicamente a la predicación o la enseñanza pública en la iglesia, sino que es probable que se refiera también a todos aquellos dones que se ejercen a través de nuestras palabras.

En tal caso abarcaría, sin duda alguna y de manera primaria, los dones de la predicación y la enseñanza, pero se extendería también a la consolación, la exhortación y la amonestación aún en conversaciones privadas.

Muchos creyentes poseen una habilidad especial para aconsejar; otros para consolar al afligido; otros para exhortar a los que están dando muestras de cansancio y desaliento; y otros para amonestar, en amor pero con firmeza, a los que están manifestando en alguna área una conducta que no es conforme a nuestra profesión de fe.

El punto que Pedro está enfatizando aquí es que, en el ejercicio de cualquiera de estos dones, los creyentes deben estar conscientes de que lo que están traspasando es el mensaje de Dios para esa ocasión.

En otras palabras, que ya sea predicando y enseñando, o ya sea aconsejando, consolando, exhortando o amonestando, que no sea nuestra propia opinión la que traspasemos al hermano en necesidad, sino la opinión de Dios revelada en las Sagradas Escrituras.

La Biblia es la Palabra inspirada de Dios; ante toda opinión humana que sea contraria a lo que la Biblia dice, debemos decir como el apóstol Pablo en Rom. 3:4: “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”.

Todo consejo, todo consuelo, toda exhortación, toda amonestación debe estar enmarcada en los principios que Dios nos ha revelado en Su Palabra. Cuando traspasamos ese lindero nuestras palabras no serán un vehículo de bendición, sino de maldición.

Es por eso que todo creyente, cada uno conforme a su capacidad, debe esforzarse por tener una comprensión cada vez más adecuada de la verdad de Dios revelada en Su Palabra, porque es allí donde se encuentra la verdadera sabiduría.

Fuera de ese marco conceptual solo hay falsedad, error y destrucción, porque las ideas tienen consecuencias. “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios”.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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