Por Sugel Michelén
Uno de los pensadores más influyentes del siglo XX fue, sin duda alguna, el existencialista francés Jean Paul Sartre. Junto a su compañera y alter ego Simone de Beauvoir, marcó un hito en el pensamiento occidental de la post guerra. Tomando el ateismo como punto de partida, Sartre llega a conclusiones radicales con respecto al ser humano: “El hombre es nada más que lo que él hace de sí mismo. Ese es el primer principio del existencialismo.”
A partir de ese principio fundamental se deriva lo que podríamos llamar la “libertad soberana” del hombre. Para Sartre, la libertad no es otra cosa que el poder que supuestamente poseemos de determinar lo que somos. Y ¿qué es lo que realmente somos? Según él, eso es algo que no podemos establecer con certeza en ningún punto de nuestra existencia, porque nuestro ser no posee una esencia fija, sino que es algo que estamos determinando continuamente: “La naturaleza humana no existe, ya que no existe ningún Dios” que nos provea un concepto adecuado de ella. El hombre está en un constante proceso de llegar a ser y, por lo tanto, nunca podremos decir lo que un hombre realmente es. Consecuentemente, según Sartre, el hombre es nada, una pasión inútil.
De manera que al echar a Dios fuera de su sistema filosófico, y tomando al hombre como punto de partida, irónicamente Sartre termina reduciendo a nada al ser humano. “Todo es absurdo, dice él: el parque, la ciudad, yo mismo. Si te percatas de ello, se te revuelve el estómago y todo empieza a flotar.” Sartre describe este sentimiento como “La Nausea”, título de la primera y más famosa de sus novelas. Por supuesto, y como bien señala el filósofo J. Pieper, “nadie en el mundo podría llevar una vida consecuente con la idea del absurdo absoluto. Si todo es absurdo, ¿cómo puede hablar Sartre de libertad, justicia y responsabilidad? Además, si el mundo fuera absurdo no habría motivo para nada, ni posibilidad de argumentar nada: ni siquiera la no existencia de Dios.”
De hecho, es interesante notar que el mismo Sartre no pudo mantener esta postura atea y nihilista hasta al final; unos meses antes de morir Le Nouvel Observateur publicó estas palabras suyas: “No me percibo a mí mismo como producto del azar, como una mota de polvo en el Universo, sino alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que sólo un Creador pudo colocar aquí; y esta idea de una mano creadora hace referencia a Dios.”
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