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Ya hemos visto que Dios diseñó la familia para ser una comunidad de enseñanza, la más importante del mundo; hemos visto que los padres son los maestros de esa comunidad, y que la vida de familia es el salón de clases. Ahora, ¿quiénes son los estudiantes? La respuesta más sencilla es que los estudiantes de esa comunidad son nuestros hijos.

Pero debemos ser un poco más específicos si queremos trabajar eficazmente con ellos. Un buen profesor no sólo conoce bien la materia que enseña, sino que también conoce bien a sus estudiantes. Y así ocurre con la paternidad. Si vamos a trabajar eficazmente con nuestros hijos necesitamos una descripción bíblica de quiénes son ellos realmente.

Nuestros hijos son criaturas de Dios, creados para relacionarse con Dios

Ellos fueron hechos para conocer, amar, servir y obedecer a Dios. Nuestros hijos no fueron creados para vivir vidas autónomas, orientadas hacia ellos mismos y dirigidas por ellos mismos. En cada cosa que ellos hacen, piensan, y dicen deben manifestar una sumisión amante hacia Dios (comp. Mt. 22:37-38). Si ellos no están viviendo en una sumisión amante y gozosa a nuestro Dios, entonces están sujetos a otro amo.

Esa fue la parte que Satanás no dijo a nuestros primeros padres cuando los tentó en el huerto. Satanás tentó a Adán y Eva diciéndoles que si ponían a un lado la prohibición de Dios vendrían a ser como dioses. En ese momento Satanás estaba actuando como si él fuera un ser independiente. Si Adán y Eva hacían lo que él decía, ellos también alcanzarían esa misma independencia; esa fue la tentación. Y el instrumento que usó para tentarlos era el fruto de un árbol que Dios había prohibido. Ese árbol no era malo en sí mismo, pero Dios no lo había bendecido para que fuese útil para ellos.

Las cosas creadas por medio de las cuales obtenemos placer y deleite no son malas en sí mismas. Pero cuando intentamos obtener deleite de la creación sin reconocer a Dios como la fuente, entonces convertimos la creación en un ídolo, y los ídolos siempre esclavizan y destruyen a sus adoradores.

Todo hombre es religioso por naturaleza, porque fuimos creados para adorar y servir a Dios. Si no lo adoramos a Él tendremos que buscar un sustituto necesariamente.

Dice Paul Tripp al respecto, cuyo libro The Age of Opportunity me ha sido de mucha ayuda en estos últimos dos artículos: “(Nuestros) hijos servirán y adorarán a Dios, o servirán y adorarán a alguien más. Tú no puedes dividir a los hijos en dos grupos, los que adoran y los que no lo hacen. Cada hijo es un adorador. La pregunta es: ¿Qué es lo que él está adorando? (Comp. Rom. 1:18-32). Todo lo que un hijo hace, todo lo que desea, cada pensamiento que tiene y cada decisión que toma, cada relación que persigue, y cada acción que lleva a cabo es de alguna manera una expresión de adoración”.

Ellos, por supuesto, no lo ven así, ni actúan de ese modo en una forma consciente; pero es precisamente por eso que los padres están llamados a darles una perspectiva adecuada de las cosas. Deut. 6 implica que nuestra enseñanza como padres debe apuntar hacia el objetivo de que nuestros hijos amen a Dios y vivan para Él (comp. Deut. 6:4-5 – por cuanto no existe otro Dios, el nuestro merece toda nuestra devoción).

Pero la Biblia no solo nos enseña que nuestros hijos son criaturas de Dios, creados para relacionarse con Dios, sino que…

Nuestros hijos son intérpretes

La Biblia le da mucha importancia a la forma como pensamos por cuanto esta es una parte importante de lo que somos como criaturas hechas a la imagen de Dios. El hombre es un ser pensante, y nuestros hijos también piensan. Algunos lo manifiestan más que otros, pero todos los hijos piensan; y sus pensamientos modelan la forma de vida que ellos viven.

Es por eso que la Biblia da tanta importancia a nuestro proceso de pensamiento. La Biblia tiene mucho que decir en cuanto a lo verdadero y lo falso, en cuanto a la sabiduría y la necedad, en cuanto al creer y al no creer, en cuanto a la revelación y a las tradiciones humanas, en cuanto a la luz y las tinieblas, en cuanto a lo bueno y lo malo.  Dios nos dice en Su Palabra que hay una forma correcta de pensar acerca de la vida y una forma incorrecta, y nos enseña que la forma de pensar que asumamos moldeará nuestras actuaciones.

El punto es que nuestros hijos, como seres pensantes que son, tratarán de organizar, interpretar y explicar las cosas que ocurren a su alrededor y dentro de ellos. Ellos están interpretando continuamente lo que ven, y responden a la vida, no sobre la base de los hechos, sino sobre la base del sentido que ellos le dan a los hechos, la forma como ellos los interpretan.

Por ejemplo, uno de sus hijos le dice que le robaron su libro de matemáticas. Lo  primero que un padre debe saber es que esta no es necesariamente una declaración objetiva de los hechos; tal vez sí, pero tal vez no. Es posible que el hecho concreto y objetivo que tengamos aquí sea que el libro se le extravió y ahora no sabe dónde está. Pero él interpreta convenientemente el hecho y dice que el libro se lo robaron.

El punto es que, sea por conveniencia o no, todos nosotros, incluyendo a nuestros hijos, interpretamos la realidad a nuestro alrededor.

Ahora bien, la Biblia enseña que para que los seres humanos interpreten la vida correctamente, ellos necesitan la revelación de Dios. Es por eso que Dios nos ha dado Su Palabra. Lo primero que hizo Dios después de crear a Adán y Eva fue hablarles, explicarles el significado y propósito de sus vidas. Aun siendo Adán y Eva perfectos, viviendo en un mundo perfecto, y teniendo una relación con Dios perfecta, ellos necesitaban las explicaciones de Dios.

Pues nuestros hijos necesitan también de esas explicaciones, y máxime a raíz de lo que sucedió en Gn. 3. Otro intérprete entró en escena. Lo que la serpiente hizo con nuestros primeros padres fue tomar el mismo grupo de hechos acerca de los cuales Dios les habló y les dio otra interpretación. Y ya sabemos lo que pasó.

Los padres que entienden que sus hijos son intérpretes harán todo lo que esté a su alcance para llevarlos a tener una perspectiva bíblica de la vida. Esto no se hace únicamente en las devociones familiares, sino espontáneamente a través del curso de la vida diaria. Estos padres harán buenas preguntas y serán buenos oidores. Las conversaciones familiares tendrán un valor incalculable por las oportunidades de enseñanza que representan.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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