Voy a detener por un momento la serie de entradas que he venido posteando sobre la llenura del Espíritu y sus resultados en la vida del creyente, para tocar otro tema de suprema importancia para la buena salud de toda iglesia cristiana: Los dones espirituales. No pienso tocar algunos de los aspectos conflictivos de este tema, sino más bien considerar algunas de las lecciones que se derivan de uno de los pasajes relacionados en el NT: 1Pedro 4:10-11.
“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”.
Lo primero que vemos en este pasaje es que el deber de servir en la iglesia no se circunscribe a ciertas personas especiales. Cada creyente en la iglesia tiene una función que cumplir para beneficio de los demás, unos de un modo y otros de otro.
Pedro nos dice aquí que cada uno de nosotros ha recibido algún don de parte de Dios, el cual debemos ministrar a los otros, “como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”. Todo verdadero creyente ha sido capacitado por Dios para servir en la iglesia de alguna manera.
Hablando de los dones espirituales, Pablo dice en 1Cor. 12:7 que “a cada uno (la misma palabra que usa Pedro en nuestro texto) le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”. No es únicamente a los pastores y a los diáconos. Así como en el cuerpo humano cada miembro tiene su función particular, así también es en la iglesia, el cuerpo de Cristo.
Cada cristiano posee dentro del cuerpo una función distintiva, “según el don que ha recibido”. Ahora bien, ¿qué son los dones espirituales? Alguien lo ha definido como “una habilidad dada por Dios y fortalecida por el Espíritu Santo para cumplir la función específica dentro del cuerpo que Dios ha asignado a cada uno de nosotros” (J. Bridges; Haga Crecer Su Fe; pg. 170).
Esta palabra es la traducción de la palabra griega “charisma”, la cual se deriva a su vez de la palabra “charis” que significa “gracia”. Así como la gracia de Dios es un favor inmerecido que Él otorga soberanamente, así también son los dones espirituales. No son habilidades innatas, ni se obtienen por el esfuerzo humano, sino que Dios los otorga gratuita y soberanamente lo mismo que la salvación.
Pablo dice en 1Cor. 12:11 que el Espíritu Santo reparte estos dones “a cada uno en particular como Él quiere”. Y más adelante dice, en el vers. 18: “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como Él quiso”. Es Dios el que decide cuál es el lugar que vamos a ocupar en la iglesia y cuál es la función que vamos a desempeñar allí.
Sin embargo, el desarrollo y el uso de esos dones es responsabilidad del creyente. Es Dios quien los da, pero es el creyente que los usa y los desarrolla. El comentarista Peter Davids dice lo siguiente al respecto:
“Los cristianos no pueden controlar los dones que Dios les da…, pero sí pueden controlar si usan o no los dones que reciben, y cómo los usan. Los dones espirituales no son entidades autónomas fuera del control de la persona, sino que son habilidades que el Espíritu da y que la persona debe desarrollar y usar para servir a los demás”.
¿Estás usando tu don? En la próxima entrada ampliaremos esto un poco, si el Señor lo permite.
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