Hoy día la palabra “jenízaro” no nos dice nada. Pero hubo una época en que la sola mención de ese nombre llenaba de terror y espanto el corazón de muchas personas.
Los jenízaros eran las unidades de infantería del imperio Otomano, un cuerpo élite dentro del ejército turco.
Pero la peculiaridad de este grupo de guerreros, es que ninguno de ellos había sido musulmán de nacimiento; la mayoría había nacido en hogares de padres que profesaban la fe cristiana, pero habían sido secuestrados o tomados como prisioneros de guerra cuando todavía eran niños, para ser entrenados en el Islam y en el arte de la guerra.
En 1453 los jenízaros formaron parte del ejército de Mahoma II, el sultán que conquistó Constantinopla, el último bastión con influencia cristiana en el imperio romano de oriente. El ejército turco había sitiado la ciudad por varias semanas, hasta que finalmente sus habitantes no pudieron protegerla más. Pero cuando trataron de huir, muchos cayeron en manos de estos combatientes islámicos que habían nacido en “hogares cristianos”.
Lamentablemente, esta historia se está repitiendo otra vez; todavía hay jenízaros entre nosotros, como dijo alguien recientemente, “lo único que esta vez no fueron secuestrados por los otomanos sino por las escuelas humanistas.” Así como los turcos conquistaron Constantinopla en 1453, así también el humanismo y el secularismo han venido adueñándose de las escuelas y universidades, que ahora también están bajo el asedio de la postmodernidad.
Y los resultados están a la vista, no solo a nivel moral, sino también a nivel intelectual y académico. La educación actual está en crisis y nada luce indicar que la situación será mejor en el futuro cercano. Pero sentarnos a lamentarlo tampoco hará ninguna diferencia. No podemos quedarnos como meros espectadores, contemplando horrorizados lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
Nuestros hogares, nuestras escuelas y nuestras iglesias deben constituirse en bastiones espirituales que defiendan la mente y el corazón de nuestros hijos y los equipe para pensar bíblicamente, de manera que puedan ser sal y luz en medio de la generación en que les ha tocado vivir y ministrar.
En su segunda carta a los Corintios, el apóstol Pablo nos provee una clara perspectiva del ministerio cristiano: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.
Estamos inmersos en una guerra de ideas, una guerra por el control de la mente. El enemigo usa la mentira para destruir, ya sea distorsionando los hechos o dándoles un nuevo significado que no es conforme a la verdad de Dios. Y nosotros los cristianos no estamos llamados a ser simples espectadores, sino a derribar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios donde quiera que la incredulidad haya levantado su baluarte.
En ese sentido, lo que Norman De Jong dice, refiriéndose a las escuelas cristiana, puede aplicarse perfectamente a los padres cristianos y a las iglesias: “Debemos recapturar las ideas y pensamientos que han sido pirateadas por el mundo y traerlas de nuevo a la cautividad de Cristo… Nunca debemos conceder ni una pulgada cuadrada del mundo de Dios a las garras de Satanás, sino que debemos derribar argumentos y toda declaración falsa que se levante contra el conocimiento de Dios, tomar esos pensamientos cautivos, y traerlos a la sumisión de Jesucristo, el Rey del universo”.
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