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View over the Basilica of the Agony, Gethsemane, and the Maria Magdalena church on Mount of Olives, Jerusalem, Israel, Middle EastJesús y Sus discípulos acaban de salir del aposento alto, donde celebraron la cena de la Pascua, y donde quedó instituida la Cena del Señor, para dirigirse hacia el huerto de Getsemaní la noche antes de la crucifixión. En Mt. 26:30 el evangelista nos dice que lo último que hicieron en el aposento alto fue cantar un himno, muy probablemente el Sal. 118, que era el último de los salmos que el pueblo de Israel cantaba durante la Pascua. Este salmo comienza y termina diciendo: “Alabad a Jehová, porque Él es bueno; porque para siempre es Su misericordia”. Es muy probable que estas palabras estuviesen resonando en Su mente cuando partieron hacia Getsemaní.

Pero tan pronto llegaron al huerto, algo comenzó a suceder en el corazón de nuestro Señor: Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera” (vers. 36-37). El texto paralelo en Mr. 14:33 dice literalmente que el Señor “comenzó a llenarse de horror y angustia”. Tan profunda era Su tristeza que hubiese podido morir allí mismo, de no haber sido fortalecido por Dios, como veremos en un momento (vers. 38).

¿Qué era lo que había llenado de horror el alma de nuestro Señor Jesucristo al llegar al huerto de Getsemaní? A través de la historia encontramos muchos relatos de hombres y mujeres que se enfrentaron a la muerte con un coraje y una quietud extraordinarios, incluyendo muchos mártires cristianos. ¿Eran acaso más valientes que nuestro Señor Jesucristo? ¡Por supuesto que no! ¿Cómo podemos explicar, entonces, la angustia tan grande que se había adueñado del Señor la noche previa a la crucifixión? Sobre todo tomando en cuenta la fortaleza de carácter que Cristo había mostrado a través de todo Su ministerio, aún en medio de las circunstancias más difíciles y adversas.

La explicación de este misterio se revela en el contenido de Su oración. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (comp. vers. 42). De más está decir que estas palabras son una síntesis de la oración de Cristo en el huerto. Mateo nos dice en el vers. 40 que al regresar a donde estaban Pedro, Juan y Santiago y encontrarlos durmiendo, Cristo les dice en tono de reproche: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” No sabemos con exactitud por cuánto tiempo Cristo estuvo derramando Su corazón delante de Dios en medio de esa situación tan angustiosa. Pero lo que Él pide en esencia es que, de ser posible, no tenga que pasar por la experiencia de tomarse el contenido de esa copa, de ese cáliz.

En el AT la copa era una figura que se usaba para señalar la ira de Dios contra el pecado del hombre. Dice en el Salmo 75:8: “Porque el cáliz está en la mano de Jehová, y el vino está fermentado, lleno de mistura… y lo beberán todos los impíos de la tierra”. En Isaías 51:22 la Biblia se refiere al castigo de Dios sobre la impiedad del hombre como un cáliz de aturdimiento y de ira. Y en Jeremías 25:15 Dios mismo la describe como la copa del vino de Su furor.

Así que no era la perspectiva de la muerte en sí misma la que había de llenado de horror y espanto el alma de Cristo en el huerto de Getsemaní, sino la perspectiva de tener que tomarse esa copa de ira hasta la última gota por amor de todos aquellos a quienes vino a salvar.

La palabra Getsemaní significa “prensa de aceite”, haciendo referencia a esas prensas donde el fruto del Olivo es machacado. Cuando Cristo llegó a Getsemaní, repentinamente se sintió abrumado ante la realidad de que unas horas más tarde sería triturado por una ira sin misericordia para hacer posible que hoy los creyentes disfrutáramos de esa misericordia sin una gota de ira.

Ahora bien, ¿acaso no sabía nuestro Salvador que esa hora habría de llegar tarde o temprano? Por supuesto que sí. ¿Por qué esa agonía repentina, entonces? Porque no es lo mismo tener un conocimiento teórico de algo que va a suceder en el futuro, que verse de repente en el umbral de esa experiencia. Y el Señor quiso dejarnos ver, como a través de una ventana, el sufrimiento que consumía Su alma humana en ese momento ante la perspectiva de tener que beber esa copa. Cristo no estaba haciendo una especie de obra de teatro en Getsemaní. Cuando Él dice a Sus discípulos que Su alma está muy triste, hasta la muerte; y cuando pide al Padre que si es posible pasara de Él esa copa, Él estaba queriendo decir exactamente lo que dijo.

Pero no era posible que esa copa pasara de Él. Para que Dios pudiera mostrarnos Su misericordia sin pasar por alto Su justicia, el Hijo de Dios debía sufrir el castigo que nosotros merecemos por nuestros pecados. No había otra manera. Por eso alguien decía que aunque Cristo vino a predicar el evangelio, “el objeto principal de Su venida es que hubiese un evangelio que predicar”.

¿Respondió Dios el Padre la oración de Dios el Hijo en el huerto de Getsemaní? Por supuesto que sí. El mismo Cristo declaró en cierta ocasión que el Padre siempre lo escuchaba (Jn. 11:42). Y el autor de la carta a los Hebreos, en una evidente referencia a lo sucedido en esa ocasión, dice que Cristo fue oído a causa de Su temor reverente (He. 5:7). Pero la respuesta de Dios no fue librarlo de la cruz, sino fortalecerlo física y espiritualmente para que pudiera seguir adelante con la obra de redención, a pesar del alto costo que tendría que pagar por ello.

Dice en Lc. 22:43 que Dios envió un ángel para fortalecerlo. La misión de ese ángel no fue aliviar el sufrimiento de Jesús, sino fortalecer Su cuerpo para que pudiera proseguir Su camino hacia una angustia mayor. Es por eso que en el resto del relato evangélico vemos al Señor enfrentando con resolución la avalancha de crueldad que tuvo que soportar a partir de ese momento, desde Su arresto hasta Su crucifixión, como veremos en el próximo artículo, si el Señor lo permite.

Lea los dos artículos anteriores:

La semana de la pasión: La maldición de la higuera.

La semana de la pasión: La purificación del templo.

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