Aunque los creyentes del nuevo pacto tenemos más libertad que los creyentes del antiguo para acceder a la presencia de Dios, por cuanto Cristo es mediador de un mejor pacto fundamentado en mejores promesas, como dice el autor de la carta a los Hebreos, eso no quiere decir que nuestra adoración pueda ser menos reverente. Todo lo contrario. Con la luz que nos brinda el NT podemos ver más claramente la santidad de Dios y lo horrendo de nuestro pecado; lo que a su vez nos prepara para adorar a Dios con un mayor gozo y reverencia.
Y pocos pasajes del NT presentan esta realidad en una forma más impresionante que He. 12:18-29. El autor de la epístola está haciendo un contraste aquí entre la experiencia de Israel al pie del monte Sinaí cuando el Señor descendió para darles la Ley, y la que experimenta la Iglesia hoy cuando se reúne como cuerpo en el día del Señor para rendirle adoración.
El pueblo de Israel se había acercado a un “monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más” (He. 12:18-19). Era tan terrible lo que se veía que aún Moisés exclamó: “Estoy espantado y temblando”.
Pero la iglesia se ha acercado más bien “al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel” (12:22-24).
En otras palabras, lo que los judíos experimentaron en el Sinaí no era más que la sombra de una realidad más sorprendente. Y es a esa realidad que nosotros nos acercamos cada domingo en nuestros cultos de adoración. Comentando acerca de este pasaje, Dan G. McCartney comenta lo siguiente:
“A menudo pensamos que esto significa que aunque Dios era temible en el Antiguo Testamento, es un Dios bueno y amigable en el Nuevo Testamento, así que ya no necesitamos sentir temor. [Pero ese no es el proceso de argumentación del autor de la carta a los Hebreos]. Su punto es que, aunque la adoración en la temprana historia de Israel era tan temible que aún Moisés estaba aterrorizado, la realidad es aún más gloriosa que lo que Moisés pudo percibir – y, por lo tanto, debería evocar una mayor reverencia”.
Y en otro lugar dice este mismo autor: “Nuestra adoración a Dios, y por lo tanto, la música de la adoración, deben exhibir reverencia gozosa y admiración. Como lo declaran las Escrituras [y ahora cita los vers. 28-29]: ‘Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor’ (He. 12:28, 29). Dios es fuego consumidor y, por lo tanto, la adoración aceptable se caracteriza por reverencia y admiración”
La palabra que usa el autor de la epístola a los Hebreos en el vers. 28 no es la que se usualmente se traduce como “temor” en el Nuevo Testamento (es la palabra griega deos). Este vocablo implica el temor sobrecogedor que debe evocar en nosotros la presencia divina. Ese temor sobrecogedor no debería ser menos profundo en el Nuevo pacto, sino más.
Cito una vez más a McCartney: “La adoración en el Nuevo Pacto… debería estar llena de reverencia y un profundo sentido de temor sobrecogedor, porque ahora conocemos más claramente la santidad de Aquel a quien adoramos al entender la profundidad de lo que se requirió para nuestra redención”.
El hecho de que la sangre de Cristo, nos ha limpiado de todos nuestros pecados, no debería disminuir nuestra reverencia hacia Dios, sino más bien aumentarla. La obra redentora de Cristo es una clara indicación de que nuestro Dios no toma el pecado con ligereza. De ahí la solemne advertencia del autor de la epístola en el vers. 25: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháramos al que nos amonesta desde los cielos” (He. 12:25). Es a la luz de esa realidad que el autor nos advierte en los versículos 28 y 29: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor”.
Los creyentes del nuevo pacto poseen una percepción más clara de la santidad de Dios que la que poseían los santos en el antiguo; ellos saben ahora que, por causa de sus pecados, Dios envió a Su propio Hijo a derramar Su sangre en la cruz, pues de otro modo nadie hubiese podido ser salvo; consecuentemente, los creyentes del nuevo pacto deberían experimentar una reverencia más profunda cuando se acercan a ese Dios en adoración.
Pero ésta es sólo una cara de la moneda. La adoración del cristiano también “está llena de gran gozo, porque tenemos a un perfecto Mediador entre nosotros y este temible Dios” – dice McCartney. Y luego añade:
“La verdadera adoración está llena de gozo precisamente porque está apercibida de cuán temible es Aquel a quien adoramos, y cuán grande es nuestro privilegio al permitírsenos acercarnos a Él. La verdadera adoración gozosa permanece siempre apercibida del Dios terrible, temible, admirable y santo que es fuego consumidor — y es por esta causa que… debe ser llevada a cabo en temor y reverencia. El verdadero gozo en la adoración no es un ‘happy hour’. El verdadero gozo en la adoración sólo es posible cuando nos damos cuenta de cuán enorme e inconcebible provisión Dios nos ha dado de ser capacitados para estar delante de Él — y, por lo tanto, qué privilegio indescriptible ahora tenemos de estar en la presencia de este fuego consumidor”.
En la misma medida en que el creyente adquiera una mejor comprensión de la justicia y santidad de ese Dios que ha sido profundamente ofendido por nuestros pecados, de Su poder infinito que puede llevar a cabo Sus promesas y advertencias, de Su omnisciencia que conoce nuestra vida hasta en el más ínfimo detalle, y del gran amor que hizo tal provisión en Jesucristo, mejor equipado estará ese creyente para dar a Dios una adoración que sea digna de Él.
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