×

El Diccionario de la Real Academia define la palabra “familia” como “un grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas”. El problema con esta definición es no nos explica absolutamente nada del tipo de relación que esa familia debe tener en la práctica, o cómo se supone que debemos funcionar entre nosotros como miembros de una familia.

En la Biblia no encontramos ninguna definición académica de lo que es una familia; pero sí encontraremos abundante información sobre la vida familiar y lo que Dios espera que una familia sea. Tomando esta información como punto de partida, pienso que Paul Tripp tiene razón cuando define la familia como la comunidad primaria de enseñanza que tiene Dios en el mundo.

He aquí la definición más simple que podemos dar de una familia desde un punto de vista bíblico y desde un punto de vista funcional. Dios diseñó la familia para que esta llegue a ser una comunidad de enseñanza, una escuela. Y no cualquier escuela; noten que hemos dicho “la comunidad primaria de enseñanza que Dios tiene en el mundo”.

Esta es una escuela fundada por Dios mismo, Él es el Dueño y Fundador, Él es la junta directiva que traza planes y metas para la escuela, Él es el Director Académico, el que establece el currículum y la metodología. Y Él ha determinado en Su santa y perfecta voluntad que ninguna otra organización en este mundo pueda suplantarla como comunidad primaria de enseñanza. En otras palabras, no es la única, pero es la más importante.

En Jos. 2:6-10 vemos que la primera generación de israelitas que creció en la tierra prometida no conoció quién era Dios ni las cosas maravillosas que había hecho a favor de este pueblo, y consecuentemente apostataron de la fe, se paganizaron. Y nos preguntamos, ¿cómo sucedió esto? ¿Cómo puede ser posible que estos hombres y mujeres desconocieran lo que Dios hizo por Israel para librarlos de la esclavitud? ¿Fueron acaso los profetas quiénes fallaron en hacer su trabajo? ¿O tal vez los sacerdotes?

No. El fallo fundamental estuvo en los padres. Eran ellos quiénes tenían la responsabilidad primaria de traspasar el conocimiento de Dios a sus hijos. La familia no jugó el papel que debía jugar en la vida de ellos como una comunidad de enseñanza (comp. Ex. 10: 1-2; 12:24-27; 13:8, 14; Deut. 6:4ss).

La esencia de lo que Dios está diciendo a Su pueblo en todos estos textos es que Él ha diseñado la familia para ser una comunidad de enseñanza, la más importante que habría en el mundo. Dios insiste en este asunto una y otra vez a través de Su Palabra (comp. Sal. 78:1-8). No existe un contexto más apropiado para enseñar la verdad de Dios que el seno familiar.  Dios quiere que hagamos un uso provechoso de nuestra presencia en la vida de ellos para impartirles la instrucción que necesitan. Como dice Paul Tripp: “Ustedes viven con sus hijos. Están con ellos desde que se levantan. Están allí cuando se acuestan. Ellos crecen y se desarrollan en vuestra presencia. En los momentos más importantes de sus vidas son ustedes lo que están ahí”. Y Dios quiere que hagamos uso de todas esas ventajas que tenemos como padres para enseñar a nuestros hijos. Él quiere que convirtamos la familia en un salón de clases.

Los padres tenemos oportunidades únicas para instruir a nuestros hijos, oportunidades que nadie más tiene porque somos nosotros quienes vivimos con ellos. Y Dios nos ordena en Su Palabra capitalizar esta realidad para el bien de ellos. Debemos convertir nuestra vida familiar en una plataforma de enseñanza.

Dice Tripp: “La familia es radicalmente diferente del salón de clases como un establecimiento de enseñanza. El salón de clases funciona en un vacío, separado de la vida. En un salón de clases vamos a elaborar muchas cosas para recrear la vida. ¡Pero la vida familiar es la vida! En la familia la vida es traída no solo hasta la puerta, sino hasta nuestra cocina, dormitorios, y cuartos de estudio. En la familia la vida ocurre alrededor de nosotros, y solicita ser cuestionada, evaluada, interpretada y discutida. No existe un escenario más consistente, rico y dinámico para la instrucción que la vida familiar, porque eso es exactamente lo que Dios intentó que la familia fuera, una comunidad de enseñanza”.

El Dios de toda sabiduría nos contrató para ser Sus maestros en Su escuela, Sus principales maestros. Esa es nuestra responsabilidad. Por encima de todas las otras cosas que hacemos como familia debemos asegurarnos que ésta venga a ser una comunidad de enseñanza. Si no cumplimos con nuestra labor estamos haciendo un daño enorme a todas las demás instituciones que conforman la sociedad humana. Aparte de que estamos haciendo daño a nuestros hijos y a nosotros mismos con nuestro descuido, estamos haciéndole daño a la iglesia y a la nación.

Como bien ha dicho alguien, trabajar con diligencia en todas las otras áreas de la sociedad, al mismo tiempo que descuidamos la familia, sería análogo a enderezar las sillas de cubiertas en el Titanic. No tiene sentido alguno que tratemos de enderezar las sillas de un barco hundido, y eso es lo que muchos están tratando de hacer ahora luego de haber descuidado la familia. Trabajan con mucha diligencia en otras áreas de la vida humana, pero no se dan cuenta que el barco de nuestra sociedad está como está porque la vida familiar ya no tiene importancia. El padre está sumergido en sus asuntos y las madres tampoco están allí porque las han convencido de que deben trabajar fuera de casa.

En otras palabras, lo que estamos diciendo es que en muchos casos la escuela más importante que Dios tiene en el mundo se ha quedado sin maestros que la atiendan, y esa es una de las razones fundamentales por la que nuestra sociedad está como está. A través de los diversos medios de comunicación nos han vendido la idea distorsionada de la mujer exitosa, que trabaja fuera del hogar, que sale por las mañanas junto con el marido, cada uno a su oficina, en contraposición a la pobre conformista y mediocre, que no da para otra cosa que cuidar de sus hijos y de su hogar.

Esta pobre mujer tiene que contentarse con ser una simple ama de casa a quien nunca le darán un aumento de sueldo, ni la promoverán a un puesto más importante, y nunca tendrá una oficina propia con su flamante nombre en la puerta. Definitivamente trabajar fuera de casa parece más atractivo. La crianza de los hijos requiere de tiempo, mucho tiempo, y es la labor más gloriosa que Dios haya podido confiar a un ser humano. Esa idea de que la mujer realizada es la que sale a trabajar fuera, y que solo las mediocres trabajan dentro, es una mentira inventada por el diablo para destruir los hogares y para dejar a nuestros hijos a merced de ellos mismos.

Sabemos que muchas mujeres trabajan por necesidad, no porque ellas quieran hacerlo; y entendemos eso, y debemos aceptar con contentamiento la providencia de Dios; pero ese no es el ideal. Ese es un recurso que debe usarse cuando no se tiene ninguna otra opción. Como tampoco es el ideal que los hombres se ocupen, en el mejor de los casos, de proveer los recursos económicos que la familia necesita. Pero ya hablaremos en la próxima entrada de la responsabilidad que tienen los hombres en esa comunidad de enseñanza que Dios en el mundo.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

CARGAR MÁS
Cargando