En el capítulo 6 de su carta a los Romanos, y luego de haber explicado la relación que guarda el pecado de Adán con nuestra condición de pecadores, y la obediencia de Cristo con nuestra justificación (comp. Rom. 5:12-22), Pablo pasa a considerar las implicaciones prácticas de ser justificados por la fe:
“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom. 6:1-4).
Pablo está enfrentando aquí, la posible acusación de que el mensaje de la salvación por gracia promueve el libertinaje. Pero nada puede estar más lejos de la realidad. Cuando Cristo murió en la cruz del calvario, estaba firmando el acta de defunción de mi antiguo “yo” orientado hacia el pecado; y eso vino a ser una realidad cuando nuestra vida fue unida a la Suya por medio de la fe en Él. Y ¿qué implica eso en la práctica? Básicamente 4 cosas.
En primer lugar, que ahora tenemos un nuevo expediente delante de Dios, porque el pasado de Cristo ahora cuenta como si fuera nuestro. Su obediencia perfecta a la ley de Dios nos fue acreditada por medio de la fe en Él. Comp. Rom. 5:18-19.
En segundo lugar, esto también significa que ahora tenemos una nueva identidad. Estamos unidos a Él de tal manera que cuando Dios nos ve a nosotros, nos ve en Su Hijo y nos trata como tal (comp. Col. 3:3).
Permítanme ilustrar esto con un ejemplo cibernético. Si alguien pudiera tener acceso a tu ordenador personal y te robara tu nombre y tu clave de acceso bancario, esa persona podría asumir tu identidad y hacerte un daño enorme. Podría transferir dinero de tu cuenta a la suya, o hacer compras por la Internet como si fueras tú. Es terrible que alguien asuma nuestra identidad.
Sin embargo, eso es exactamente lo que ocurre cuando una persona viene a Cristo en arrepentimiento y fe. La razón por la que nos llamamos “cristianos” es debido al hecho de que nosotros hemos asumido la identidad de otra Persona: nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
De manera que en el trono celestial tenemos una identidad diferente a aquella con la cual nacimos, una identidad que no nos hemos ganado, y que tampoco nos hemos robado, sino que se nos otorgó como un regalo de pura gracia. El Dios del cielo ahora nos ve en Cristo, y nos invita a hacer uso de todos los beneficios espirituales que conlleva el hecho de tener esa nueva identidad.
En tercer lugar, esto también implica que ahora tenemos nuevos deseos y una nueva capacidad para hacer la voluntad de Dios (comp. Rom. 6:12-14).
El hombre como criatura de Dios no tiene otra opción que obedecer Sus mandamientos. Pero debido a que es un esclavo del pecado, no quiere ni puede hacerlo. Eso es lo que significa estar bajo la ley; es estar en la terrible condición de tener que obedecer la ley, pero sin los recursos que necesita para obedecerla.
Pero en Cristo hemos sido libertados de ese tirano al haber muerto y resucitado juntamente con Él (vers. 11). Aunque el pecado sigue siendo nuestro enemigo, ya dejó de ser nuestro rey. Como dice Pablo en el vers. 14, el pecado no puede enseñorearse nunca más de nosotros, porque no estamos bajo la ley, “sino bajo la gracia”.
En otras palabras, ahora contamos con todos los recursos que emanan de la gracia de Dios por causa de nuestra unión con Cristo en Su resurrección, de modo que ahora podemos obedecer la ley moral de Dios, no perfectamente, pero sí sinceramente.
No sé cuántos de Uds. vieron “Salvando al soldado Ryan”, de Steven Spielberg. La película comienza con el desembarco de las fuerzas aliadas en las playas de Normandía, el 6 junio 1944. Ese evento, que se conoce en la historia como el Día-D, selló la derrota de Hitler y de la Alemania nazi.
En cierto modo podemos decir que la Segunda Guerra Mundial se decidió ese día. Sin embargo, la victoria total en Europa, lo que se conoce como el Día-V, no ocurrió sino hasta el 7 mayo 1945, cuando las fuerzas alemanas se rindieron en Berlín.
En ese intervalo de 11 meses se pelearon las batallas más sangrientas de toda la guerra en Francia, Bélgica y Alemania. Aunque el enemigo estaba mortalmente herido, todavía continuó haciendo mucho daño.
Aplicando esta analogía a la vida cristiana, podemos decir que la cruz de Cristo fue el Día-D de nuestra salvación (ya nuestros pecados fueron pagados por Él de tal manera que ya no tenemos cuentas pendientes en el tribunal de Dios y ya fuimos libertados de la tiranía del pecado); pero todavía no hemos llegado al Día-V.
De antemano sabemos cuál será el resultado de la guerra, pero hasta la venida de Cristo el pueblo de Dios tendrá que pelear muchas batallas contra las fuerzas del enemigo.
Y eso nos lleva a nuestra cuarta implicación. No solo tenemos un nuevo expediente, una nueva identidad y un nuevo deseo y capacidad de hacer la voluntad de Dios, sino también, un nuevo destino.
Estamos unidos al Cristo resucitado y podemos estar completamente seguros de que, en Su segunda venida, el cuerpo de la humillación nuestra será transformado “para que sea semejante al cuerpo de la gloria Suya”, como dice Pablo en Fil. 3:21.
Como dice Juan Calvino acerca del evangelio, y con esta cita concluyo:
Sin el evangelio, todo es inútil y vano;
sin el evangelio no somos cristianos;
sin el evangelio todas las riquezas son pobreza,
toda la sabiduría es locura ante Dios;
la fortaleza es debilidad, y toda la justicia del hombre está bajo la condenación de Dios.
Pero por el conocimiento del Evangelio
somos hechos hijos de Dios,
hermanos de Jesucristo,
conciudadanos de los santos,
ciudadanos del Reino de los Cielos,
herederos de Dios con Jesucristo,
por quién los pobres se hacen ricos,
los fuertes se hacen débiles,
los simples se hacen sabios,
los pecadores son justificados,
los desolados son consolados,
los inseguros son asegurados y
los esclavos son libertados.
El evangelio es la Palabra de vida.
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