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En algunas Iglesias los oyentes son simples espectadores de todo cuanto ocurre. En otras es tanta la involucración que lo que hay en realidad es un desorden; todos oran al mismo tiempo, y mientras el predicador está exponiendo la Palabra se hace difícil concentrarse en lo que está diciendo por las exclamaciones que emiten los oyentes en todo momento.

La Escritura nos enseña que debemos ser balanceados en esto.  En la Iglesia de Cristo debe haber orden; de lo contrario no reflejaremos el carácter del Dios que decimos adorar y daremos la impresión de estar fuera de sí (comp. 1Cor. 14:23).

Pero al mismo tiempo la Biblia nos dice que somos un cuerpo, y que al congregarnos como Iglesia debe haber en nosotros unanimidad de alma y corazón. Y tal como vimos en el post anterior, Dios ha dado el “amén” como una expresión externa de ese asentimiento interno que damos al hermano que ora o predica.

Hoy quiero que veamos dos principios generales que deben regular el uso del “amén” en el culto público, para luego pasar a considerar los peligros que deben ser evitados en el uso del amén.

 

A. La meta de la edificación corporativa no debe ser nunca minada por el uso del “amén” en la adoración:

Todo cuanto la Iglesia hace al reunirse como Iglesia debe perseguir el propósito primordial de que los creyentes sean edificados (1Cor. 14:12, 26). Somos una familia en Cristo, y en esa familia todos debemos preocuparnos por el crecimiento y afianzamiento de nuestros hermanos en la fe.

En Rom. 14:19 el apóstol Pablo nos dice que aun en nuestra conducta diaria debemos procurar aquello que contribuye a la paz y la mutua edificación. Y si eso es así en nuestra vida diaria, ¡cuánto mas no lo será en el culto público!

Ahora bien, es de suprema importancia que entendamos cómo funciona el hombre, para que de ese modo podamos al mismo tiempo entender el mecanismo que Dios usa para nuestra edificación. La edificación de la Iglesia no viene a través de algún tipo de experiencia mística o supra-espiritual.

Pablo nos dice que la edificación del pueblo de Dios viene a través de una clara percepción de la mente de la verdad que está siendo proclamada por aquellos a quienes Dios ha llamado y capacitado para predicar Su Palabra (comp. 1Cor. 14:7-12); y es en ese contexto que surge la amonestación del vers. 16: “Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa el lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? Pues no sabe lo que has dicho”.

Debemos captar la verdad de Dios para que ésta haga algún efecto en nuestras vidas. De hecho, lo primero que hace Dios para traer las almas a Cristo es abrirles el entendimiento, porque sin entendimiento no hay salvación.

Pero la Escritura proclama que es Dios quien nos abre el entendimiento para que sepamos quién es Cristo, cuál es nuestra verdadera condición espiritual como pecadores, y la obra que Cristo realizó en la cruz del calvario para librarnos de esa terrible condición (comp. 2Cor. 4:3-6).

Hay en todo esto un misterio, pero la Escritura nos enseña que Dios es soberano en la salvación y que el hombre es responsable, y no hacemos honor a la verdad cuando enfatizamos una verdad en desmedro de otra.

Ahora bien, ¿qué tiene todo esto que ver con el tema que estamos tratando? Que el mismo papel que juega nuestro entendimiento en la salvación lo juega también en la edificación. La mente debe captar la verdad que está siendo proclamada para que esa verdad pueda hacer un efecto real en nosotros.

De ahí la preocupación de Pablo porque los creyentes tuviesen un entendimiento claro y preciso de aquellas grandes doctrinas que conforman nuestra fe. En más de una ocasión Pablo escribió en sus epístolas: “No quiero que ignoréis, hermanos…” La ignorancia no es una virtud, como se proclama en algunos círculos evangélicos hoy, sino más bien la madre de la destrucción.

Ahora bien, para que la verdad se captada y comprendida no sólo es necesario que el que predica lo haga en una forma clara y comprensiva, sino también que en la medida de lo posible eliminemos las distracciones que puedan dificultar la atención o el entendimiento de la predicación de la Palabra de Dios.

Cuando leemos las cartas del NT, ¿qué encontramos allí? Una exposición ordenada, clara y comprensiva de las doctrinas cristianas. Hay argumentación lógica en lo que se está presentando, coherencia de pensamiento.

Y en esto que voy a decir no es mi intención poner en ridículo a ninguna persona; pero en ningún lugar de la Escritura encontramos nada semejante a lo que muchos predicadores hacen en el día de hoy: “Abran sus Biblias, aleluya, en la porción tal y tal, aleluya”; y así continúan hasta que terminan.

Nuestro Dios es un Dios de orden, y nosotros fuimos creados a Su imagen y semejanza. Mientras más ordenada y coherente sea la presentación que estamos escuchando, y mientras más ordenadas sean las circunstancias que nos rodean, mayor edificación podremos obtener.

Así que podemos y debemos dar una expresión audible de nuestro asentimiento con el que ora o predica a través del amén; pero recuerden este principio general: la meta de la edificación corporativa no debe ser nunca minada por el uso del “amén” en la adoración.

B. En el uso del “amén” en la adoración debe predominar el asentimiento corporativo:

Es el asentimiento de la Iglesia como cuerpo el que debe predominar en la adoración pública. Noten que no estamos diciendo exclusivamente, sino predominantemente. Cuando la Palabra de Dios era declarada al pueblo, el pueblo respondía con el amén.

De hecho, no sé cuantos han notado que todas las cartas del NT, exceptuando únicamente la carta de Santiago y la tercera carta de Juan, todas concluyen con el “amén”. Algunos comentaristas opinan que ese “amén” no solo fue incluido por los autores de las cartas, sino que también era la respuesta que los oyentes daban cuando estas cartas eran leídas.

Así que en la Escritura predomina el uso corporativo del “amén” como una expresión de asentimiento del pueblo de Dios a la Palabra que ha sido declarada, o como respuesta al que ora.

Nos congregamos como iglesia no sólo como individuos, y como iglesia debemos asentir a la Palabra que ha sido proclamada, o a la oración que ha sido elevada delante del trono de Dios.

Rom. 15:5-6. En el cap. 14 de Romanos Pablo ha venido tratando un tema muy espinoso: la relación entre los cristianos fuertes y los débiles, sobre todo en el contexto de la libertad cristiana. Ahora, en los primeros vers. del cap. 15, nos trae una conclusión práctica de todo cuanto ha dicho anteriormente (vers. 5 y 6).

Ellos fueron unidos a Cristo y por tanto unidos los unos a los otros. Son una sola Iglesia, un solo cuerpo. Ahora deben esforzarse por mantener la armonía dentro de la congregación, “para que unánimes, a una voz” glorifiquen a Dios. La idea que este texto presenta es que toda la congregación está unificada en una sola mente y en solo corazón en la adoración a Dios.

Cuando en el pueblo de Israel eran leídas las maldiciones y bendiciones contenidas en la ley de Dios, no era un pequeño grupo de israelitas super-espirituales los que decían el amén, sino toda la congregación. Como si fueran un solo hombre estaban manifestando a una voz su acuerdo total con las cosas que habían sido dichas.

De igual modo es apropiado, conveniente, cuando alguien nos guía como congregación en oración, o cuando lo hace el predicador luego de haber expuesto la Palabra, que expresemos unánimemente, a una voz, nuestro asentimiento con lo que ha sido dicho.

De ese modo estamos manifestando en una forma visible que somos un sólo cuerpo, y que como cuerpo estamos comprometidos con esa Palabra que ha sido expuesta; manifestamos igualmente que hemos estado atendiendo a la Palabra predicada, que hicimos el esfuerzo de honrar esa Palabra recibiéndola, no como palabra de hombres, sino como es en verdad, la Palabra de Dios que actúa en nosotros los creyentes.

Es triste cuando alguien nos guía como Iglesia en oración, y al concluir da la impresión de que estaba orando solo. Esta persona estaba derramando su corazón delante de Dios, y lo estaba haciendo en nombre nuestro.

Pero con nuestro silencio parecemos decir que en verdad no estábamos envueltos en el asunto, que eso no tenía que ver con nosotros, que nuestra mente y nuestro corazón estaban en otra cosa mientras el hermano oraba. Eso es como predicar a un grupo de personas donde la mayoría está durmiendo. Sus cuerpos están allí, pero sus mentes y corazones están en otro lado.

He aquí, entonces, los dos principios generales que deben regular el uso del amén en la adoración pública: en primer lugar, que la meta de la edificación corporativa no debe ser minada por el uso del amén en la adoración; y en segundo lugar, que la gran meta que perseguimos debe ser la de un asentimiento corporativo.

En el próximo post nos detendremos en los peligros que debemos evitar en el uso del “amén” en el culto público.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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