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En una entrada anterior explicaba cómo el cristiano tiene que luchar para mantener en su vida el gozo de Dios en Cristo (puede ver esa entrada aquí). En esta entrada quisiera meditar en el papel vital que juega la Escritura en ese proceso.

 

1. La Palabra de Dios es el sostén de nuestra vida:

“Y acabó Moisés de recitar todas estas palabras a todo Israel; y les dijo: Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley. Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta ley haréis prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella” (Deut. 32:45-47).

La Palabra de Dios no es una cosa vana, es un asunto del que depende nuestra vida. Descuidar las Escrituras es descuidar la vida misma.

Fue por la implantación de la Palabra de Dios en nuestros corazones que pasamos de la muerte a la vida. Dice en Sant. 1:18: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”. Y en 1P. 1:23 nos dice el apóstol que la Palabra de Dios es la semilla que hizo germinar en nosotros una nueva vida: “…siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre”.

Estamos vivos espiritualmente por la obra vivificante de la Palabra de Dios en nosotros. Sin la Palabra no hay vida. Ese es el instrumento que el Espíritu Santo usa para abrir los ojos del alma, iluminar el entendimiento, cambiar el corazón, generar en los pecadores arrepentimiento y fe.

La Palabra de Dios no es cosa vana. Es vuestra vida. La vida nace y se sostiene de la Palabra. Pero ¿qué clase de vida es aquella que implanta la Palabra en nosotros? ¿Es acaso una vida a medias? ¡De ninguna manera! Es vida en el más alto sentido de ese término. Cristo dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10). La vida que Cristo da es abundante.

Pero así como la vida física se sostiene y fortalece a través de una buena alimentación, así también la vida espiritual se sostiene y fortalece con la misma Palabra que la engendra. Es por eso que algunos parecen estar medio muertos, o medio vivos, según se quiera, porque no están bien alimentados.

No es que la vida que recibieron no sea abundante, es que no se han ocupado de cuidarla debidamente, no están sometidos a un régimen alimenticio balanceado. La Palabra de Dios no es cosa vana, hermanos, es nuestra vida; es el combustible que reaviva la llama de nuestro gozo.

2. La Palabra de Dios engendra y sostiene nuestra fe:

¿Cómo es que la Palabra de Dios transforma al pecador? ¿Qué es lo que ella hace en nosotros para traernos a la salvación que es en Cristo? Ella imparte y sostiene la fe. Dice Juan casi al final de su evangelio, en Jn. 20:31: “Estas (cosas) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida”.

“La fe viene por el oír”, dice Pablo en Rom. 10:17, “y el oír por la Palabra de Dios”. La fe que nos trae a Cristo, y que nos mueve a confiar plenamente en Él, es impartida a nosotros mientras escuchamos la Palabra de Dios. Mientras los pecadores escuchan la Palabra, el Espíritu Santo está obrando a través de ella, impartiendo fe en los corazones de aquellos que han de ser salvos.

 

Y esa Palabra por la que se imparte la fe es la misma que alimenta la fe. Si los hombres han de salvarse será escuchando la Palabra de Dios, y si han de fortalecerse en su fe ha de ser de la misma manera.

Un ministerio de predicación sólido es imprescindible para la vida de un creyente. Su fe se fortalecerá en la misma medida en que ese hombre se expone, con un corazón y un oído dispuesto, a un ministerio donde la predicación de la Palabra es tomada en serio.

Y ¿qué sucede cuándo la fe se fortalece? Que el gozo se acrecienta con ella: “… en quien creyendo (es decir, en Cristo), aunque ahora no lo veáis, os alegráis con un gozo inefable y glorioso” (1P. 1:8).

“Creyendo en Él, os alegráis”. El gozo del cristiano no se fabrica artificialmente, es un gozo que surge de la fe. En Rom. 15:13 escribe Pablo: “Y el Dios de paz os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”.

Hay un gozo y una paz que se derivan del creer, que emanan de la fe. Lo único que puede sostener el gozo de un creyente en medio de la adversidad es su confianza en la veracidad de las incontables promesas de Dios en las Escrituras.

En la próxima entrada veremos algunos beneficios más que derivamos de las Escrituras para mantener el gozo de nuestro fe. Debo confesar que para estos puntos y los restantes estoy en deuda con el libro “Sed de Dios” de John Piper.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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