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Definición

El misticismo propone que uno puede acceder de manera directa e inmediata al conocimiento de Dios, pero argumenta que esto puede darse solo a través de la contemplación mística que evita las categorías temporales y finitas de la comprensión racional.

El racionalismo propone, por el contrario, que se puede saber mucho de Dios mediante el uso de la razón humana independiente y el pensamiento racional y discursivo.

La revelación divina pone el énfasis en la necesidad de que es Dios quien se debe dar a conocer; lo cual es contrario a la contemplación mística o la racionalista (razón humana) en donde conocer a Dios es inútil.

Sumario

Se exploran tres vías del conocimiento de Dios: misticismo, racionalismo y revelación divina. El misticismo propone que uno puede acceder de manera directa e inmediata al conocimiento de Dios, pero argumenta que esto puede darse solo a través de la contemplación mística que evita las categorías temporales y finitas de la comprensión racional. Normalmente, el místico debe dedicarse al riguroso camino marcado por la purgación y la iluminación, y solo entonces podrá experimentar la unión con Dios. El racionalismo propone, por el contrario, que se puede saber mucho de Dios mediante el uso, en vez de la negación, de la razón humana independiente y el pensamiento racional y discursivo. Anselmo propuso un enfoque a priori para el uso de la razón humana mediante el cual, aparte de la consideración de la experiencia humana o de la experiencia sensorial, el agente racional puede simplemente pensar en pensamientos particulares que le permiten deducir ciertas conclusiones sobre Dios. Tomás de Aquino propuso un enfoque a posteriori para el uso de la razón humana mediante el cual la persona racional considera ciertos aspectos de la creación abiertos a sus sentidos y llega a conclusiones sobre Dios. La revelación divina pone el énfasis en la necesidad de que es Dios quien se debe dar a conocer; lo cual es contrario a la contemplación mística o la razón humana en donde conocer a Dios, en efecto, es inútil. Tanto en la revelación general como en la especial, Dios revela aspectos de su propio carácter y Ser de los cuales dependemos totalmente para conocerle.

El misticismo

El misticismo se asocia con un amplio espectro de tradiciones y experiencias religiosas, que van desde las  religiones helenísticas mistéricas precristianas —con sus ritos y rituales secretos— hasta algunas expresiones de la filosofía neoplatónica que enfatizan el conocimiento que surge de la contemplación y la intuición. Otros se vieron influenciados también por esta forma de ver la religión y el mundo: el pensador religioso judío, Filón de Alejandría (20 a.C. — 50 d.C.) junto con los primeros cristianos de Alejandría y los primeros padres de la iglesia griega (p. ej., Orígenes; 185—254 d. C.), los cuales abogaban por el conocimiento mediante un método de interpretación alegórica de las Escrituras. Sin embargo, el misticismo se centró en la iglesia cristiana por medio de los escritos del Pseudo Dionisio en el siglo VI. Aunque él no menospreció el estudio formal de las Escrituras, enfatizó en su Mystica Theologia (Teología mística) el conocimiento de Dios a través del camino de la oscuridad, el camino del desconocimiento. En una advertencia a uno de sus alumnos llamado Timoteo, Dionisio escribió: «en el ejercicio diligente de la contemplación mística, deja atrás los sentidos y las operaciones del intelecto, y todas las cosas sensatas e intelectuales, y todas las cosas en el mundo del ser y del no ser, para que surjas desconociendo hacia la unión, por más que puedas, con Aquel que trasciende todo ser y todo conocimiento» (Dionysius the Areopagite, Mystical Theology and the Celestial Hierarchies, trans., Editors of the Shrine of Wisdom [Surrey, Inglaterra: The Shrine of Wisdom, 1965] 9).

A medida que la tradición mística se desarrollaba a lo largo del período medieval, una idea definitoria central se convirtió en el corazón y el alma del enfoque místico, es decir, la aprehensión directa e inmediata del conocimiento de Dios solo podía venir por medio del camino de la contemplación mística que evita las categorías temporales y finitas de comprensión racional. Dado que Dios es en última instancia incomprensible, y dado que nuestras mentes finitas no pueden captar verdaderamente lo Infinito (es decir, lo mejor que podemos hacer es seguir la vía negativa, negándole a Dios las cosas que sabemos que no pueden ser ciertas de Él), no podemos confiar en nuestra razón humana y en nuestro conocimiento intelectual, sino que debemos tratar de lograr un conocimiento directo e inmediato de Dios aparte de la razón discursiva. Para lograr la aprehensión inmediata de Dios, se presentaron tres etapas distintas de la vida de contemplación.

  1. La vida purgativa requiere que el místico se separe de los aspectos físicos y sensoriales de la vida, resultando en la renuncia a aquellas cosas que uno antes consideraba especial. Antes de que uno pueda simplemente desear sentir unión con Dios, primero debe someterse a una mortificación de sí mismo y a un desapego del mundo de los sentidos que lo vincularon a este mundo.
  2. La vida iluminativa enfrenta al místico con la necesidad de aceptar las implicaciones de sus desapegos anteriores y renuncias a los disfrutes sensoriales y la experiencia de este mundo. Uno entra en la oscuridad como requisito previo para ver posteriormente la luz divina. Pero esta oscuridad, esta ignorancia y renuncia, pueden prolongarse y presentar al buscador un período de desesperación, a veces denominado la noche oscura del alma. Aquí, la ausencia de lo familiar y sensorial junto con la búsqueda de Dios a través de la ignorancia, la oscuridad y la contemplación mística deben abrazarse, con la esperanza de que algún día llegue la verdadera iluminación.
  3. La vida unitiva proporciona al místico lo que ha estado buscando, es decir, una unión con Dios que es inmediata y totalmente aparte del conocimiento racional y, por lo tanto, no requiere intermediarios racionales ni físicos. En esta unión con Dios, la aprehensión directa de Dios que se logra desplaza de manera poderosa los sentidos del místico y lo lleva a participar completamente, y ser absorbido plenamente en el propio ser de Dios, una realidad a la que a veces se denomina deificación. Si bien la identidad distintiva de lo místico y la alteridad distintiva de Dios se mantienen en esta experiencia, hay, sin embargo, una transformación de la identidad personal que marca al místico durante el resto de su vida. Uno vuelve a entrar, por así decirlo, en la vida normal del mundo sensorial, una persona diferente que ha llegado a conocer y experimentar la plenitud trascendente de Dios de forma directa, intuitiva e inmediata y nunca más será el mismo otra vez.

El racionalismo

En la teología cristiana, el racionalismo se asocia a una serie de posiciones teológicas y sistemas teológicos que entienden el intelecto humano como capaz de llegar al conocimiento teológico mediante sus propios procesos de razonamiento nativo. En contraste drástico con la tradición mística, la razón se convierte en la herramienta principal, más que en el obstáculo, para adquirir el conocimiento de Dios. En términos generales, hay dos formas de racionalismo desarrolladas dentro de la teología cristiana.

  1. El racionalismo a priori propone que podemos lograr el conocimiento de Dios mediante el uso de la razón humana que no es asistida por experiencias sensoriales o cualquier tipo de razonamiento basado en las deducciones de lo que podemos observar o encontrar en el mundo. Uno de los defensores más influyentes de esta forma de racionalismo fue Anselmo de Canterbury (1033-1109 d. C.). En su Proslogion (1078 d. C.), Anselmo sostiene que uno puede llegar al conocimiento del verdadero Dios simplemente mediante el ejercicio de la razón humana, aparte de cualquier experiencia sensorial. De hecho, incluso el necio que afirma que no hay Dios puede pensar en el pensamiento de un ser que no se puede concebir nada mayor. Y este razonamiento sigue dos etapas. En primer lugar, si se considera el mayor ser posible, se da cuenta de que este ser debe existir en la realidad en lugar de existir simplemente como concepto en la mente. Puesto que es el ser más grande posible, y dado que la existencia en realidad es mayor que la mera existencia conceptual, debe existir el ser más grande posible en la realidad. En segundo lugar, al considerar el concepto de existencia en la realidad, uno se da cuenta de que hay dos formas en que algo puede existir en la realidad, ya sea de forma contingente, en la que su existencia depende de algo externo y puede no existir, o necesariamente, en el que su existencia proviene de sí misma, sin depender de cualquier otra cosa que deba existir necesariamente y no puede dejar de existir. Por lo tanto, cuando uno piensa el pensamiento del ser que no se puede concebir nada mayor, se deduce que este ser no solo existe en la realidad sino que su existencia en la realidad es necesaria. Mientras Anselmo continúa su argumento, procede a demostrar que todas las perfecciones (conocidas comúnmente como atributos de Dios) están implicadas por el mero pensamiento del ser que no se puede concebir ninguna mayor. Así que, de hecho, Dios existe, existe necesariamente, posee todas las perfecciones, y todo esto se puede saber mediante el uso de la razón humana que se emplea correctamente.
  2. El racionalismo a posteriori propone que podemos adquirir el conocimiento de Dios por medio de la razón humana que toma en consideración las características del mundo en que vivimos. Mientras el racionalismo a priori funcionaba de manera deductiva, simplemente infiriendo lo que se deriva de los pensamientos de la mente humana; el racionalismo a posteriori funciona de manera inductiva, basando su razonamiento discursivo en lo que la mente sabe de sus experiencias sensoriales y observaciones del mundo exterior. Un destacado defensor de este enfoque es Tomás de Aquino (1225-1275), quien propuso que podemos conocer la existencia de Dios y algunas características limitadas de Dios apelando a lo que se puede inferir del orden creado. Sus «Cinco caminos», discutidos en su obra denominada Summa Theologica 1.2.3, proponen líneas de argumentación interconectadas que muestran que, dado lo que vemos en el mundo, la única forma de rendir cuentas de ellas, sin invocar un retroceso infinito, es apelar a algo que fundamenta esta creación, lo cual el mundo entiende que es Dios. Los tres primeros de sus Cinco caminos son similares en argumento. Dado que todo en la creación ha pasado de la potencialidad a la realidad, debe haber un «Primer Movedor» (First Mover) quién Él mismo es el «Movedor Inmóvil» (Unmoved Mover) de todas las cosas (El Primer Camino). Puesto que nada puede ser la causa de su propia existencia, y para evitar un retroceso infinito de las causas, debe haber una Primera causa que Él mismo es la Causa sin causas de todo lo demás (Segundo Camino). Dado que todo en la creación es contingente y, por lo tanto, podría no existir, debe haber un Ser Necesario para fundamentar toda la existencia contingente de la creación (Tercer Camino). El Cuarto Camino observó que, dado que los aspectos de la creación pueden considerarse buenos o poseen cualidades morales de bondad, debe darse el caso de que haya un Ser moralmente perfecto que proporciona el estándar de bondad y aporta toda la bondad que existe en la creación. El Quinto Camino toma nota del hecho de que, dado que los aspectos no racionales de la creación se ordenan con algún fin específico (telos o propósito), aunque no tienen capacidad en sí mismos de haber diseñado este fin para sí mismos, debe haber un Ser Racional que mueve las entidades no racionales hacia sus respectivos fines, y todos están de acuerdo en que este Ser es Dios. Aquino no creía que toda la teología pudiera derivarse mediante reflexiones racionales sobre la creación. Por ejemplo, solo sabemos que Dios es Trino debido a la revelación especial que Dios nos ha dado. Sin embargo, se puede saber mucho sobre Dios por medio de la «teología natural», ya que explicamos inductivamente aspectos de la creación mediante inferencias de la razón, mostrando que Dios solo fundamenta lo que observamos y experimentamos.

La revelación divina

El concepto de revelación divina proviene de la abundante enseñanza bíblica que Dios se ha mostrado o revelado a nosotros. La palabra hebrea gala del Antiguo Testamento y la palabra griega apokalypto del Nuevo Testamento son usadas para hablar de revelación. Ambos términos tienen el mismo significado fundamental: revelar consiste en remover el velo, descubrir, dejar al descubierto, dar a conocer. La revelación supone que la verdad ya existe como Dios la conoce, pero esta verdad está oculta hasta el momento en que Dios la revela o la da a conocer a aquellos a quienes decide dársela a conocer. Vemos un buen ejemplo de la revelación de Dios cuando Jesús preguntó a sus discípulos: «¿quién dicen que soy Yo? (Mt 16:15). A lo que Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mt 16:16). Observa que Jesús no elogia a Pedro por su perspicacia o por su brillantez al hacer esta declaración. Más bien, Jesús dice: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16:17). Así que, la verdad que Pedro declaró no era algo que descubrió, ni algo que le enseñaron sus compañeros discípulos u otros. Más bien, Dios Padre le dio a conocer esta verdad en la mente y corazón de Pedro, de modo que, aparte de esta revelación de Dios, Pedro habría ignorado lo que ahora sabe y declara. Observa también que la declaración de Pedro en respuesta a la pregunta de Jesús no establece ni hace pasar la verdad misma. No, Jesús ya es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. La declaración de Pedro no activa de ninguna manera esta verdad ni hace algo cierto que no lo era antes. Por lo tanto, la revelación no produce la verdad; más bien, la revelación pone al descubierto, revela o da a conocer la verdad que ahora se puede ver y conocer por lo que es.

Las Escrituras indican que hay dos formas fundamentales en que la revelación de Dios es dada a nosotros, a menudo diferenciada en dos categorías: la revelación general y la revelación especial. La revelación general es la revelación de Dios disponible para todas las personas en todas partes; verdades generales sobre Dios, que se han dado a conocer a través de lo que Él ha revelado de sí mismo a través del orden creado y la conciencia humana (Ro 1:18-20; 2:14-15). La revelación de Dios de sí mismo en la creación es, al mismo tiempo, asombrosa y limitada. Pablo habla de la revelación de Dios en la creación como la forma en que nos muestra «Sus atributos invisibles, Su eterno poder y divinidad» (Ro 1:20), de modo que todos los que son testigos de la creación pueden conocer verdades generales sobre Dios que son «evidentes dentro de ellos» (Ro 1:19) y que son «vistas con toda claridad» (Ro 1:20). Este lenguaje habla del poder y la claridad de la autorrevelación de Dios en la creación, de modo que todos los que ven esta revelación «no tienen excusa» al rechazar a Dios y perseguir sus propias indulgencias pecaminosas (Ro 1:21-31). Entonces sí, esta revelación es asombrosa, pero también es muy limitada. La creación no nos revela la Trinidad, la encarnación de Cristo, la expiación sustitutiva ni el evangelio de justificación por fe en Cristo que murió por nuestros pecados y resucitó de nuevo vencedor sobre la muerte. No, para conocer estas otras verdades, necesitamos desesperadamente revelaciones especiales.

La revelación general también llega a través de la conciencia humana, que Dios nos da la misma ley moral de la cual todos los humanos tendrán que rendir cuentas. Pablo afirmó que incluso los gentiles que carecen de la ley de Moisés (es decir, no se les dieron formalmente los diez mandamientos como los judíos) son conscientes de esa misma ley, la cual está escrita en sus corazones (Ro 2). Pablo afirmó que «porque muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, su conciencia dando testimonio, y sus pensamientos acusándolos unas veces y otras defendiéndolos, el día en que, según mi evangelio, Dios juzgará los secretos de los hombres mediante Cristo Jesús» (Ro 2:15). Los judíos tienen la ley de Moisés, la cual les instruye a no robar, asesinar, dar falso testimonio o codiciar. Pero este texto indica que Dios también ha escrito esta misma ley en los corazones de todas las personas, incluyendo a todos los gentiles que no poseen la ley de Moisés, para que sepan en su propia conciencia que está mal robar, asesinar, dar falso testimonio y codiciar. Por lo tanto, Dios da a los seres humanos un sentido moral del bien y del mal (p. ej., es correcto cumplir una promesa; es erróneo mentir con los impuestos), lo que es más que un simple sentido pragmático del bien y el mal (p. ej., girar a la izquierda aquí, aunque sea incorrecto, para mí es el camino correcto para ir a casa; comer demasiado azúcar es malo para la salud). Pero más allá de eso, la humanidad conoce leyes morales específicas que son comunes a todas las personas en todo momento. Una vez más, si esta expresión de la revelación de Dios a todas las personas es asombrosa, también es limitada. Sabemos por conciencia que está mal mentir o asesinar, pero no sabemos por conciencia qué hacer para eliminar nuestra culpa cuando mentimos o asesinamos. Para ello, necesitamos una revelación especial.

La revelación especial es la revelación de Dios concedida a personas específicas, en momentos específicos, una revelación que se da progresivamente a través de la historia de Israel y que culmina en la revelación final de Jesús, el Hijo de Dios encarnado (He 1:1-2). La revelación especial incluye verdades mucho más específicas de las que se transmiten en la revelación general, sobre el carácter de Dios, su ser trino, sus propósitos, sus promesas, sus acciones providenciales en el mundo y, lo que es más importante, la revelación de Jesucristo y el evangelio basado en su muerte expiatoria y su resurrección victoriosa. Dado que esta revelación nos ha llegado de manera progresiva a lo largo del tiempo, vemos que a veces Dios revela más de sí mismo en las obras que realiza. Comenzando por la creación misma, vemos que la poderosa mano de Dios se muestra a menudo contándonos más de su carácter y sus propósitos. Dios también nos revela más a lo largo del tiempo a través de la revelación proposicional, es decir, la revelación de Dios en el lenguaje humano, mediante la cual podemos escuchar (p. ej., Abraham, Moisés, Jonás, etc.) o leer (p. ej., las Escrituras) lo que Dios ha declarado que debemos saber. Por lo tanto, a través de las obras de Dios y de las palabras de Dios, esta revelación especial se amplía desde la época de Adán en el Jardín del Edén y encuentra su culminación en la revelación final de Dios en Cristo, una revelación dada una interpretación autoritativa y explicación en las enseñanzas de los apóstoles de Cristo, así como Cristo les dijo que ocurrirían (Jn 14:26; 16:12-15). Las Escrituras, entonces, inspiradas por Dios (2 Ti 3:16-17; 2 P 1:20-21), nos proporcionan la plenitud de la revelación especial de Dios para su pueblo desde la época de Cristo y los apóstoles, revelación que aceptamos con gusto y gratitud como divinamente autoritativa y totalmente inerrante, la guía suficiente para nosotros de qué debemos creer y cómo debemos vivir como pueblo de Dios, bajo el señorío de Cristo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Lauren Charruf Morris.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Lecturas adicionales

  • Dionysius the Areopagite, Mystical Theology and the Celestial Hierarchies. Translation, Editors of the Shrine of Wisdom. Surrey, England: The Shrine of Wisdom, 1965.
  • McGinn, Bernard, ed. The Essential Writings of Christian Mysticism. Modern Library Classics. New York: Modern Library, 2006.
  • Anselm, Anselm’s Proslogian. Trans. and intro. By M. J. Charlesworth. Notre Dame, IN: Univ. of Notre Dame, 1979.
  • Thomas Aquinas. Summa Theologica. Unabridged Edition. Claremont, CA: Coyote Canyon Press, 2018.
  • Carl F. H. Henry. God, Revelation, and Authority. 6 vols. Wheaton, IL: Crossway, 1999.
  • Bruce A. Demarest. General Revelation: Historical Views and Contemporary Issues. Grand Rapids, MI: Zondervan, 1982.